Hora de repliegue
La UE debe dejar de ser una colecci¨®n de Estados soberanos y basar su poder supremo en un sujeto o comunidad superior a ellos. Si es incapaz de aprender del pasado, la Europa desunida tendr¨¢ un triste futuro
Hace dos siglos y medio, los colonos americanos que acababan de derrotar a Su Majestad Brit¨¢nica se reunieron en una ¡°convenci¨®n¡± constituyente para redactar las bases de su nueva convivencia independiente. Era la primera vez que tal cosa ocurr¨ªa en la historia humana y el debate sobre la construcci¨®n de una entidad pol¨ªtica nueva se hallaba rodeado de dificultades e inc¨®gnitas. Porque entre aquellos rebeldes dominaba la divisi¨®n y muchos tem¨ªan la anarqu¨ªa, que seg¨²n las teor¨ªas pol¨ªticas en vigor era el final previsible de una rep¨²blica establecida sobre un territorio demasiado extenso.
Se dudaba, para empezar, sobre qui¨¦n era el sujeto en cuyo nombre pod¨ªan hablar los reunidos: ?las antiguas colonias inglesas, los nuevos Estados independientes de Am¨¦rica¡? Parece que fue a James Madison a quien se le ocurri¨® la crucial idea de iniciar el pre¨¢mbulo constitucional con un: We, the people of the United States¡ Bas¨® as¨ª todo el edificio pol¨ªtico en una identidad colectiva nueva, diferente y superior a las 13 colonias, ahora Estados. Algo decisivo porque, como explic¨® cl¨¢sicamente Bernard Bailyn, en toda unidad pol¨ªtica ¡°debe existir en alguna parte un poder ¨²ltimo, indiviso y singular, con mayor autoridad legal que cualquier otro poder, no sometido a ninguna ley, siendo ¨¦l ley en s¨ª mismo¡±. Y la convenci¨®n hizo radicar esa autoridad soberana en un mito fundacional, una colectividad hasta entonces inexistente: un ¡°pueblo¡±, el estadounidense. A partir de ah¨ª, se pudo redactar una Constituci¨®n, esquema de un Estado, en lugar de un mero tratado internacional entre 13 Estados independientes, que era lo que quer¨ªan los defensores de la visi¨®n confederal. Estos ¨²ltimos no quedaron conformes y mantuvieron su escepticismo sobre el nuevo sujeto pol¨ªtico. Y 80 a?os despu¨¦s adujeron la soberan¨ªa de los Estados del sur para negarse a aceptar la legislaci¨®n que emanaba del poder central. S¨®lo una cruenta guerra civil acab¨® imponiendo la idea de que la soberan¨ªa pertenec¨ªa al conjunto y no a los Estados por separado.
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Un salto del tipo del que dio la Convenci¨®n de Filadelfia es exactamente lo que necesita la Uni¨®n Europea: dejar de ser una colecci¨®n de Estados soberanos y basar su poder supremo en un sujeto o comunidad superior a ellos. Alguien, alg¨²n dirigente imaginativo, prestigioso y con convicci¨®n, debe dar un paso al frente y defender que el pueblo europeo constituye un cuerpo electoral ¨²nico, del que emanan tanto el poder ejecutivo como el legislativo, los cuales act¨²an en nombre del conjunto y no de sus pa¨ªses de procedencia. Alguien debe declarar que Europa, el pueblo europeo, existe. Es una ficci¨®n, porque hoy d¨ªa somos un variado mosaico de paisajes, lenguas y culturas. Pero hay que inventarla y creer en ella. Porque si no, el futuro ir¨¢ hacia donde anuncia el Brexit (y tantos otros indicios, como el refer¨¦ndum convocado en Hungr¨ªa para decidir si aceptan o no ¡ªy va a ser que no¡ª la cuota de inmigrantes que les ha asignado la Comisi¨®n Europea; lo que significa que las grandes decisiones sobre Hungr¨ªa las toma el pueblo h¨²ngaro y no la Uni¨®n Europea).
Se ha agotado el impulso de la utop¨ªa, el intento de superar el Estado naci¨®n y suprimir frontera
Estamos, pues, entrando en una fase de repliegue. Se ha agotado el impulso de la utop¨ªa europea, el intento de superar el Estado naci¨®n, de suprimir fronteras, establecer una moneda ¨²nica, un pasaporte ¨²nico, una supervisi¨®n conjunta de los procesos judiciales o los desafueros presupuestarios. Una utop¨ªa que ha sido el m¨¢s interesante intento de avance en la convivencia humana de los ¨²ltimos siglos. Pero la historia, reconozc¨¢moslo, no siempre marcha en sentido progresista. Vi¨¦ndolo con perspectiva amplia, es indiscutible que desde la Edad de Piedra, o desde la era medieval, los humanos hemos elevado enormemente nuestro confort material e incluso hemos racionalizado bastante nuestras normas de convivencia. Ha habido, s¨ª, progreso. Pero ese progreso ha seguido un camino largo, tortuoso, lleno de curvas y retrocesos frustrantes. Y han existido momentos o fases, a veces muy largos, de marcha atr¨¢s. En los mil a?os que siguieron a la ca¨ªda del Imperio Romano de Occidente, por ejemplo, el mundo mediterr¨¢neo vivi¨® mucho peor que bajo Trajano o Marco Aurelio. Y en la primera mitad del siglo XX domin¨® un clima de coacci¨®n pol¨ªtica e irracionalidad ideol¨®gica mucho m¨¢s duro que el del siglo anterior. Nada nos garantiza hoy que el bienestar humano aumentar¨¢ con el paso del tiempo, que nuestros hijos necesariamente vivir¨¢n mejor que nosotros y sus hijos mejor que ellos.
Al rev¨¦s, ahora parece que toca uno de esos periodos en que los gobernantes ¡ªelegidos por nosotros, cuidado¡ª pierden la cabeza, desprecian los avances previos y proponen retroceder. Aunque Nigel Farage nunca ocupe el 10 de Downing Street, puede hacerlo otro dirigente del UKIP; como puede que Marine Le Pen viva en el El¨ªseo o Donald Trump en la Casa Blanca; que Norbert Hofer presida Austria; que en Budapest domine el Movimiento por una Hungr¨ªa Mejor; en La Haya el Partido por la Libertad; en Berl¨ªn la AfD; en Atenas Amanecer Dorado o en Copenhague el Partido Popular Dan¨¦s; hasta puede que Berlusconi, momificado ya, cabalgue en pos de la presidencia de la Rep¨²blica Italiana. Estos gobernantes que aparecen en el horizonte son mucho peores que quienes concibieron y dirigieron la Europa de hace medio siglo. Si son fieles a sus promesas electorales, relanzar¨¢n las monedas propias y las tarifas aduaneras; no dejar¨¢n entrar a inmigrantes e incluso expulsar¨¢n a los actuales; ense?ar¨¢n de nuevo en las escuelas los mitos nacionales m¨¢s infantiles y pueblerinos; y hasta reactivar¨¢n viejas disputas fronterizas o proyectos de expansi¨®n territorial.
Parece que toca una etapa en la que los gobernantes desprecian los avances y proponen retroceder
Todo lo cual demostrar¨¢ que somos incapaces de aprender del pasado, que hemos olvidado los desastres que sacudieron a Europa, de la mano del nacionalismo, entre 1870 y 1945, que despreciamos la palpable realidad de que ha habido mayor crecimiento econ¨®mico cuando m¨¢s nos hemos abierto al exterior (en el caso espa?ol, en 1850-1890, 1960-1974 y de 1985 en adelante). Y las generaciones siguientes, escarmentadas, tendr¨¢n que desandar nuestros pasos y volver a pensar con humildad, cordura y grandeza de miras.
Esa Europa desunida tendr¨ªa, adem¨¢s, un triste futuro en un mundo dominado, no ya por Estados Unidos sino por otras potencias emergentes (China, Rusia, India, Brasil, Jap¨®n, Sud¨¢frica), muchas de ellas dotadas de poderosos ej¨¦rcitos ¡ªbomba at¨®mica incluida¡ª y que, sin embargo, no siempre son democracias consolidadas.
Qu¨¦ diferencia entre este futuro y aquel otro con el que so?aba V¨ªctor Hugo, donde brillar¨ªa una naci¨®n grande, libre y amistosa hacia las dem¨¢s. Esa naci¨®n se llamar¨ªa Europa, aunque s¨®lo durante alg¨²n tiempo porque m¨¢s adelante habr¨ªa de llamarse Humanidad. La Humanidad, la naci¨®n definitiva, que iniciar¨ªa, seg¨²n Hugo, Europa.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador.
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