?Viva la Cultura!
Hoy cualquier buena causa puede degenerar en religi¨®n y, por tanto, exigir su hoguera de infieles
Miro las p¨¢ginas de Cultura estos d¨ªas y siento un estremecimiento. Supon¨ªa yo, cuando era joven y no le hab¨ªa dedicado ni un momento a pensar en lo identitario, que la cultura era algo de lo que uno carec¨ªa y que se iba adquiriendo con el tiempo. No cre¨ªa, qu¨¦ inocente, que la cultura, al menos en Espa?a, era algo as¨ª como un no querer salir del cascar¨®n, m¨¢s cercana a lo antropol¨®gico que a lo novedoso; que la cultura, en este pa¨ªs m¨ªo, sobre todo en ¨¦poca estival, conten¨ªa un recordatorio insoslayable: ¡°Nunca te olvides de que esto es Espa?a¡±. No se me olvida, no, pero pongo sumo cuidado en elaborarme una agenda julio/agosto limpia de tradiciones y festejos. Vamos a su pueblo o al m¨ªo, pero siempre con la condici¨®n de no coincidir con esas fiestas que constituyen nuestro mayor patrimonio cultural. Cada paisano cree que la fiesta de su pueblo es ¨²nica, pero aquellos que las evitamos, y que sin duda carecemos de la sensibilidad cultural necesaria, opinamos que todas se parecen bastante. Mucho decibelio, mucho alcohol, una tendencia al desparrame y toros. Encierros, toros embolados y corridas. Crec¨ª con ello, como muchos. No he criminalizado nunca a qui¨¦nes disfrutaban entonces de la fiesta pero s¨ª evolucionado hasta el punto de pensar que siendo como es una celebraci¨®n del sufrimiento acabar¨¢ desapareciendo.
?Si una miraba esta semana pasada las 10 noticias m¨¢s le¨ªdas en Cultura siete estaban relacionadas con la lidia, aunque la secci¨®n tuviera una pata puesta en Sucesos por haber varias columnas de prosa encendida dedicadas a V¨ªctor Barrio, el pobre torero muerto. Confieso que me siento ap¨¢trida: de un lado, leyendo esa po¨¦tica que eleva al diestro a los altares; de otro, espantada por las palabras brutales que celebran la muerte de un ser humano. A esos amantes de los animales no les dejaba yo ni a mi perra en esos dos minutos en que entras a comprar el pan. Pero el fanatismo existe. Vivimos en un tiempo en que cualquier buena causa puede degenerar en religi¨®n y, por tanto, exigir su hoguera de infieles. Curioso: utilizan un lenguaje muy cursi para la defensa de lo suyo y otro que roza lo delictivo para referirse al impuro.
Pero hab¨ªa m¨¢s en las p¨¢ginas de Cultura. A diario se nos ha venido informando de los encierros sanfermineros, que han tenido tambi¨¦n su salto a la p¨¢gina de sucesos con las cinco o siete agresiones sexuales denunciadas. La cosa viene de antiguo y si los lectores de Cultura o de Sucesos (no s¨¦ ya en qu¨¦ secci¨®n quedarme) no ten¨ªan noticia de lo habitual de estos delitos es porque nuestras fiestas son sagradas, en su amor por lo ancestral y en su aspecto econ¨®mico, por cuanto se trata de una gran fuente de ingresos. Las mujeres que ostentan alg¨²n tipo de cargo en la ciudad saben a qu¨¦ ha respondido este tab¨² que comenz¨® a resquebrajarse cuando se produjo el asesinato de Nagore Laffage. Ah¨ª se rompi¨® el silencio. Pero hay un aspecto en todo este turbio asunto que sigue sin escribirse. Habr¨ªa que crear una nueva secci¨®n que contuviera Cultura, Sucesos, Sociedad, Espa?a y Opini¨®n para analizar aquello que se calla porque a nadie conviene ponerlo sobre la mesa: la naturaleza misma de las fiestas. Nadie est¨¢ dispuesto a reconocer que algo tiene que ver la brutalidad de ciertas celebraciones, la concentraci¨®n testoster¨®nica, la necesidad de elevar los ¨ªndices de adrenalina para superar el miedo, el consumo ilimitado de alcohol y otras sustancias, la sensaci¨®n de impunidad que provoca una ciudad entregada al exceso, la manera en que ciertos descerebrados disparatan en un ambiente como ese y se amparan en el grupo. Esto no se dir¨¢ porque apunta directamente hacia aquello que hemos convertido en Cultura, en Cultura Sagrada. Y los descontentos, aquellos que tememos a la masa feroz y descontrolada, somos algo m¨¢s que unos flower power o abraza-¨¢rboles (como as¨ª llamaba Reagan a los defensores de la naturaleza). Humildemente, creo que somos valientes, porque en Espa?a no tenemos sitio. No hay personaje m¨¢s denostado que el aguafiestas, ese ser que abomina del estruendo, del alcohol sin medida y de los divertimentos brutales en los que intervienen animales. Tal vez seamos sosos, pero no cobardes ni cursis.
Ha sido una semana para sentirse ajena, ajena de esa gentuza que mancillaba el dolor de una viuda; a los empecinados en tener por arte lo que no es m¨¢s que un espect¨¢culo cruel y medieval; ajena a las juergas masivas; ajena a esa clase pol¨ªtica que jam¨¢s le pondr¨¢ una pega a una fiesta para no enfrentarse a la buena gente. Y ajena a ese ayuntamiento que despu¨¦s de cinco agresiones sexuales no sopes¨® suspender la fiesta o repensarla. Con lo que les gustan a los ayuntamientos los lutos y las condolencias. Pero es que es va a ser imposible acabar de una vez por todas con la cultura (en Espa?a).
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