?Un mundo feliz?
NO LES corresponde a los historiadores juzgar el pasado con los valores occidentales del presente, sino analizarlo. ?Eran mejores lo cartagineses o los romanos? Sabemos qui¨¦n gan¨®, y lo que hizo luego, pero ?c¨®mo habr¨ªa sido el mundo que habr¨ªan creado los perdedores? ?O tal vez s¨ª sea l¨ªcito, e incluso necesario, revisar la Historia con criterios morales?
De estas cosas serias habl¨¢bamos a menudo Nira, Zannou y yo cuando visit¨¢bamos las misiones jesu¨ªticas de Argentina y Paraguay. Porque en ellas se intent¨® materializar una utop¨ªa, la de un mundo cerrado y autosuficiente organizado de acuerdo con los principios de la Compa?¨ªa de Jes¨²s, y tutelado por ella, pero tambi¨¦n un mundo de ind¨ªgenas guaran¨ªes que se gobernaban a s¨ª mismos (aunque m¨¢s bien de puertas adentro), a cambio de renunciar a sus creencias religiosas ancestrales y a algunas de sus costumbres, como la poligamia.
?La utop¨ªa de un mundo feliz? Al menos la de un mundo mejor que el que la realidad de la ¨¦poca les ofrec¨ªa. Los jesuitas propusieron a la corona espa?ola, aqu¨ª y en otras partes de Am¨¦rica, una alternativa al sistema general de encomiendas. El encomendero, un espa?ol, ten¨ªa la obligaci¨®n de proporcionar educaci¨®n y religi¨®n a los ind¨ªgenas, atender sus necesidades y pagar los impuestos a la corona. Desgraciadamente, lo general era que sufrieran una explotaci¨®n atroz. En las reducciones jesu¨ªticas el trato era incomparablemente mejor. Adem¨¢s, estaban relativamente a salvo de las incursiones de los bandeirantes, hombres que desde Sao Paulo atacaban las misiones dispuestos a ¡°cazar¡± ind¨ªgenas para venderlos como esclavos en las plantaciones de az¨²car.
Pero m¨¢s que juzgar la Historia, quer¨ªamos contar una historia que se desarroll¨® en los siglos XVII y XVIII, con su planteamiento, nudo y desenlace. Y para eso acudimos a visitar las misiones en Paraguay y Argentina. Los lugares exactos en los que se desarrollaron los hechos.
Estas reducciones se encuentran en un medio de selva, o de borde de selva, aunque ha sido fuertemente alterado. Desde luego, lo que s¨ª era tropical era el clima, que contribu¨ªa a ambientar la historia. En la zona hab¨ªa personas afectadas por zika, por lo que procuramos que no nos picaran los mosquitos. No tuvimos ning¨²n problema.
Las reducciones consisten en una gran plaza rodeada de edificios construidos en piedra arenisca. Como la roca del suelo es basalto, que no se puede labrar, ten¨ªan que acudir a las canteras y transportar los bloques de arenisca. Pero para ello estaban los guaran¨ªes, siempre dirigidos por los jesuitas. Al fondo de la plaza se hallaba la iglesia, de estilo barroco guaran¨ª, que es impresionante. Las constru¨ªan los propios guaran¨ªes, como todo lo dem¨¢s. Junto a la iglesia se encontraba la casa de los padres jesuitas, solo dos por cada misi¨®n, entre miles de ind¨ªgenas, y la escuela en la que se ense?aba a leer y escribir en su propia lengua a los ind¨ªgenas. Hab¨ªa otros edificios, como la casa de las viudas, el cabildo y las viviendas de la gente principal del lugar.
En lo que fueron las ¡°plazas de armas¡± de las reducciones se han sembrado praderas de c¨¦sped, y el contraste entre el verde de la hierba, el rojo de la arenisca y el tel¨®n de fondo del bosque crea una postal inolvidable, sobre todo a la puesta de sol. Digo postal porque falta el bullicio de los guaran¨ªes y el doblar de las campanas de la iglesia. Todo ese mundo comenz¨® a extinguirse cuando los jesuitas fueron expulsados de los reinos de Espa?a en 1767 por un decreto de Carlos III y tuvieron que abandonar los lugares que nosotros visit¨¢bamos rodeados de un silencio de muerte.
Para conocer mejor esta historia del sue?o perdido de los jesuitas acudimos a expertos que nos hablaron de la geolog¨ªa del lugar, de la ecolog¨ªa, de la cultura guaran¨ª del pasado y de la triste la situaci¨®n de este pueblo en el presente. Tambi¨¦n de la restauraci¨®n, casi una resurrecci¨®n, de los monumentos. Aprendimos que en las misiones se hab¨ªa producido un encuentro entre la cultura ind¨ªgena y la europea, y que esa s¨ªntesis se manifestaba en la imaginer¨ªa religiosa, en la orfebrer¨ªa, en la m¨²sica. Volvi¨® a sonar, como anta?o, una canci¨®n guaran¨ª, muy bella. Y nos pareci¨® que las piedras de los monumentos se asombraban de volver a o¨ªr sus notas. Siempre contamos, para todo ello, con el asesoramiento del argentino Sergio Gabriel Raczko, que lleva muchos a?os realizando documentales sobre esta historia ¨²nica.
No pod¨ªamos abandonar el lugar sin ver las cataratas del Iguaz¨². Intentamos imaginarnos al adelantado espa?ol ?lvar N¨²?ez Cabeza de Vaca cuando en 1542 sali¨® de la selva y las vio. A nosotros nos proporcionaron inmediatamente una sensaci¨®n de euforia. Su grandeza hace in¨²til cualquier intento de describirlas con palabras. Solo con las im¨¢genes de nuestros maravillosos c¨¢maras, Karlos Argui?ano y Jon Sangr¨®niz, podemos intentar asomarnos a tanta hermosura. Aprendimos tambi¨¦n, de la mano de los expertos del parque nacional, c¨®mo hacer compatible el turismo de masas con el fr¨¢gil equilibrio de la naturaleza. El dinero con la belleza y con la vida. Nos explicaron que es posible, pero con gran esfuerzo. Ojal¨¢ tengan raz¨®n.
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