R¨ªo 2016: una Olimpiada, dos pa¨ªses
Fue una explosi¨®n de emoci¨®n que hizo vibrar al mundo desde Copenhague hasta la arena blanca de Copacabana. El 2 de octubre de 2009, el Comit¨¦ Ol¨ªmpico Internacional eleg¨ªa R¨ªo de Janeiro como sede de los Juegos de 2016. Pantallas gigantes en todas las ciudades de Brasil mostraban al ex presidente Lula abrazado a la delegaci¨®n de su pa¨ªs, llorando de emoci¨®n y siendo aplaudido por Barack y Michelle Obama, por el rey Juan Carlos y la reina Sof¨ªa, por Jos¨¦ Lu¨ªs Rodr¨ªguez Zapatero y el primer ministro de Jap¨®n, Yukio Hatoyama. Chicago, Madrid y Tokio hab¨ªan sido derrotadas por R¨ªo. Am¨¦rica Latina, tambi¨¦n festejaba. Era la primera vez que una Olimpiada se realizar¨ªa en el Sur del continente. ¡°Los que piensan que Brasil no tiene condiciones de hacer una Olimpiada, se van a sorprender¡±, anunciaba exultante Lula.
Y se sorprendieron.
El Brasil que se atrevi¨® a so?ar con las Olimpiadas
Al d¨ªa siguiente del anuncio de Copenhague, dentro y fuera de Brasil, supuestos conocedores de la habitual incompetencia organizativa latinoamericana profetizaban que la decisi¨®n hab¨ªa sido un verdadero desatino: ?qui¨¦n podr¨ªa suponer que los Juegos Ol¨ªmpicos podr¨ªan llevarse a cabo en un pa¨ªs como Brasil? Sosten¨ªan que la incapacidad organizativa de R¨ªo har¨ªa que el certamen fuera transferido a alguna otra ciudad. Las amenazas continuaron y por momentos se intensificaron durante los ¨²ltimos siete a?os, ya sea por el atraso en las obras de infraestructura o por los riesgos que supondr¨ªa para los atletas la proliferaci¨®n del virus del dengue y del Zika. El mismo mi¨¦rcoles 3 de agosto, 48 horas antes de la ceremonia inaugural, Thomas Bach, presidente del COI, afirmaba: ¡°es prematuro hacer elogios y temprano para festejar¡±.
Sin embargo, la noche del viernes 5, en un Maracan¨¢ repleto de color y de vida, de m¨²sica y de celebraci¨®n a la diversidad humana, R¨ªo emocion¨® al mundo. Los Juegos Ol¨ªmpicos comenzaban y, m¨¢s all¨¢ de las complicaciones, que tambi¨¦n se produjeron en casi todas las ciudades que los organizaron previamente, nada pod¨ªa ocultar que la fiesta dejaba definitivamente atr¨¢s los prejuicios, las conjeturas y sombr¨ªas predicciones de algunos medios de comunicaci¨®n, de los bur¨®cratas del deporte internacional y de los atletas susceptibles a los riesgos del subdesarrollo latinoamericano. Lula, el gran arquitecto y articulador del triunfo de la candidatura de R¨ªo, sostuvo recientemente que aquel 2 de octubre de 2009, ¡°Brasil gan¨® el respeto del mundo¡±.
Las Olimpiadas han comenzado, aunque en un escenario muy diferente del que imagin¨® el propio Lula y seguramente todos los brasile?os y brasile?as, siete a?os atr¨¢s. R¨ªo 2016 encuentra el pa¨ªs sumergido en una crisis pol¨ªtica, social y econ¨®mica sin precedentes.
Ser la sede de los Juegos Ol¨ªmpicos era, para Lula y su gobierno, la posibilidad de presentar al mundo que Brasil pod¨ªa ser, al mismo tiempo, una inmensa potencia econ¨®mica y una tierra de oportunidades para aquellos millones de ciudadanos y ciudadanas que hab¨ªan tenido siempre sus derechos fundamentales negados. Las Olimpiadas iban a mostrar un nuevo Brasil, un pa¨ªs que decid¨ªa abandonar el rumbo que lo transform¨® en una de las naciones m¨¢s injustas del planeta y cuya historia se hab¨ªa edificado sobre el f¨¦rtil sedimento de los privilegios y la impunidad. En 2009, Lula promediaba su segundo mandato presidencial y las conquistas sociales de su gobierno lo hab¨ªan transformado en uno de los l¨ªderes mundiales m¨¢s admirados y queridos. Brasil mostraba que era posible poner a los m¨¢s pobres en el centro de las prioridades nacionales, destinando recursos y desarrollando pol¨ªticas p¨²blicas que combat¨ªan de forma efectiva la exclusi¨®n, la pobreza y, progresivamente, la persistente desigualdad.
Fue un momento de gloria que hoy parece haberse desintegrado en el aire.
El Brasil de las Olimpiadas
La joven y vigorosa democracia brasile?a ha dejado paso a un proceso de inestabilidad y fragilidad institucional; escenario de un golpe parlamentario (en un s¨®lido r¨¦gimen pol¨ªtico presidencialista), que avanza inexorablemente hacia la destituci¨®n de Dilma Rousseff, ni bien concluyan los Juegos de R¨ªo. En su lugar, ser¨¢ consagrado presidente Michel Temer, un sombr¨ªo dirigente pol¨ªtico, detentor ahora del primer record del certamen: haber recibido la mayor silbatina en una ceremonia ol¨ªmpica. Confiando en la suerte o quiz¨¢s en el anonimato que le ofrec¨ªa la amplia presencia de extranjeros, Temer exigi¨® que no se mencionara su presencia en el palco oficial, quebrando as¨ª un protocolo tan antiguo que se le atribuye al propio Zeus. La principal autoridad p¨²blica del pa¨ªs parec¨ªa un holograma fantasmal durante una fiesta que el mundo consider¨® memorable.
En Brasil, la situaci¨®n social empeora cada d¨ªa con el aumento de los ¨ªndices de pobreza y a medida que se desmonta la amplia estructura de programas y acciones que contribu¨ªan a la reducci¨®n de los a¨²n altos niveles de exclusi¨®n. Brasil vuelve de forma acelerada a los a?os 90, un panorama social semejante al que ten¨ªa el pa¨ªs cuando Fernando Henrique Cardoso concluy¨® su mandato presidencial, casi quince a?os atr¨¢s: alt¨ªsimas tasas de desempleo, fragilidad extrema del sistema de protecci¨®n social, negaci¨®n de derechos fundamentales y multiplicaci¨®n de carencias en una poblaci¨®n diezmada por el hambre, la miseria, la falta de oportunidades y el abandono.
Brasil est¨¢ hoy muy diferente de c¨®mo lo imagin¨® no s¨®lo el ex presidente Lula sino tambi¨¦n, probablemente, los miembros del COI que prefirieron R¨ªo de Janeiro en lugar de Madrid, Chicago o Tokio. Sin embargo, no por eso las Olimpiadas dejar¨¢n de tener las condiciones de infraestructura, apoyo log¨ªstico y seguridad que necesitan y con las cuales se comprometi¨® el pa¨ªs hace siete a?os.
Podr¨ªa parecer parad¨®jico y de cierta forma dram¨¢tico que Brasil se depare, al mismo tiempo, con el ¨¦xito y con el fracaso en estas Olimp¨ªadas. Entre tanto, y m¨¢s all¨¢ de las variables pol¨ªticas, econ¨®micas y sociales que contribuyeron a transformar profundamente el escenario imaginado en el 2009, no ha sido ni ser¨¢ un atributo exclusivo de Brasil el que las condiciones que se esperaban hace una d¨¦cada hayan empeorado en vez de mejorar. Errores de c¨¢lculo siempre ocurren, antes o despu¨¦s. Lo que parece ser cierto es que las Olimpiadas no inmunizan ni protegen a los pa¨ªses de la posibilidad de enfrentar profundas crisis, como tampoco suelen traer las incalculables ventajas que el Comit¨¦ Ol¨ªmpico promete y que los gobernantes locales suelen amplificar y endulzar.
Como quiera que sea, hay un elemento que no deja de ser frustrante en estas Olimpiadas: la desoladora evidencia de que una ciudad como R¨ªo de Janeiro puede realizar con gran capacidad, profesionalismo y eficiencia el mayor espect¨¢culo deportivo del planeta, pero a¨²n no ha podido resolver algunos de sus m¨¢s persistentes y grav¨ªsimos problemas sociales.
Lo que deber¨ªa sorprender no son los excelentes resultados de la organizaci¨®n y de la preparaci¨®n de estas Olimpiadas, como tambi¨¦n lo fueron los del Mundial de F¨²tbol en el 2014, sino que todo esto haya sido posible en una ciudad donde cuestiones mucho m¨¢s simples y b¨¢sicas para la vida de gran parte de la poblaci¨®n suelen permanecer en el olvido, en el abandono o en el universo ol¨ªmpico de la indiferencia que los m¨¢s ricos y poderosos le dispensan aqu¨ª a los m¨¢s pobres. Dicho de otra forma, R¨ªo de Janeiro pudo asumir la organizaci¨®n de las Olimpiadas con el ¨¦xito esperado, lo que pone en evidencia que la imposibilidad de resolver los problemas b¨¢sicos del bienestar y de la seguridad de su poblaci¨®n, as¨ª como las dificultades para garantizar ciertos derechos elementales a sus sectores m¨¢s pobres (como el derecho a la vida, a una educaci¨®n de calidad, a una atenci¨®n m¨¦dica b¨¢sica, a un empleo decente o a una vivienda digna), no pueden ser sino el resultado del inmenso desprecio a la democracia que han detentado las ¨¦lites que gobernaron esta ciudad desde su misma fundaci¨®n.
R¨ªo de Janeiro, una ciudad capaz de sorprender al mundo con una Olimpiada inolvidable, pero incapaz de evitar el maltrato que viven diariamente buena parte de sus ciudadanos, incapaz de volverse acogedora y generosa con sus propios habitantes.
No se trata ni de una contradicci¨®n ni de una anomal¨ªa. As¨ª ha sido siempre.
R¨ªo de Janeiro, ?ciudad maravillosa?
La realizaci¨®n de las Olimpiadas signific¨® un inmenso esfuerzo de infraestructura p¨²blica para mejorar el transporte urbano, reformar estadios, crear una imponente ciudad ol¨ªmpica y mejorar las comunicaciones. Tambi¨¦n, un complejo trabajo log¨ªstico, de saneamiento ambiental, de seguridad, control policial y la construcci¨®n, en tiempo record, de uno de los laboratorios de an¨¢lisis de dopaje m¨¢s avanzados del mundo.
En materia de transporte, fueron construidas carreteras, puentes, casi 20 kil¨®metros de nuevos t¨²neles, m¨¢s de 150 kil¨®metros de l¨ªneas de autobuses r¨¢pidos y 16 kil¨®metros de l¨ªneas de metro, que permiten ahora unir en pocos minutos diversos puntos de la ciudad que, en los momentos de mayor circulaci¨®n, estaban separados por varias horas de distancia.
El alcalde de R¨ªo de Janeiro, Eduardo Paes, que reci¨¦n asum¨ªa sus funciones cuando vibr¨® junto a Lula en Copenhague, ha sostenido con una rara mezcla de franqueza e impudencia que, ¡°la Olimpiada es un excelente argumento para hacer aquello que uno quiere hacer hace mucho tiempo, pero no ha podido¡±. Una afirmaci¨®n que tendr¨ªa todo sentido si el alcalde se estuviera refiriendo al r¨ªo artificial creado para las competencias de kayak (que reproducen en plena ciudad tropical un salvaje torrente de agua de deshielo semejante a los que existen en Canad¨¢ o Noruega). Sin embargo, la frase constituye una evitable torpeza si lo que quiso decir el alcalde era, por ejemplo, que el gobierno hab¨ªa conseguido resolver algunos de los problemas que impiden que los ciudadanos de R¨ªo, especialmente los m¨¢s pobres, tengan derecho a movilizarse en condiciones dignas y seguras dentro de su propia ciudad. Se pudo gracias a la Olimpiada. O, en otras palabras, si no hubieran existido los Juegos de 2016, seguir¨ªa todo como siempre estuvo.
En R¨ªo de Janeiro, y en casi todas las grandes ciudades brasile?as, los pobres viajan mal y durante largas horas para llegar a sus empleos, a sus escuelas, para tener atenci¨®n m¨¦dica o, simplemente, para visitar a sus familiares y amigos. Adem¨¢s, son frecuentes la violencia y los abusos que sufren los ni?os, ni?as y mujeres al desplazarse en el transporte p¨²blico urbano. Las Olimpiadas muestran que mejorar estas condiciones no depend¨ªa de un milagro, sino de una decidida intervenci¨®n p¨²blica, de un gobierno activo y eficiente. Algo que ahora parece no s¨®lo posible, sino tambi¨¦n viable en un corto plazo de tiempo.
Si es as¨ª, ?por qu¨¦ no se hizo esto antes? ?Cu¨¢les son las razones que le impidieron a los otros alcaldes y gobernadores del estado, realizar semejante proeza? No deja de ser preocupante que todav¨ªa quedan por resolver grandes demandas y deficiencias en el transporte urbano carioca. ?Habr¨¢ que esperar a que los Juegos Ol¨ªmpicos se realicen nuevamente en R¨ªo para resolverlos?
Hace unos d¨ªas, tratando de calmar a la delegaci¨®n australiana que cuestionaba las malas condiciones de su residencia en la ciudad ol¨ªmpica, Eduardo Paes prometi¨® mandarles un canguro para que sintieran ¡°como en casa¡±. La inhabilidad discursiva del alcalde fue m¨¢s comentada que otra de sus sorprendentes confesiones: realizar la gran diversidad de obras y transformaciones que ha vivido R¨ªo de Janeiro en siete a?os, s¨®lo cost¨® el 1% de lo que la ciudad gast¨® en salud y educaci¨®n durante el mismo per¨ªodo. Preocupados con el canguro, algunos medios dejaron de preguntarle a Paes por qu¨¦, a pesar de disponer del 99% restante, hab¨ªa tantas dificultades y barreras para atender las principales demandas educativas y sanitarias de los cariocas.
Lo que Paes quer¨ªa, era responder a las triviales comparaciones o cr¨ªticas acerca de todo lo que podr¨ªa hacerse con el dinero que costaron las obras de los Juegos 2016: 200 escuelas, 100 hospitales, miles de viviendas populares. Tratando de responder a las cr¨ªticas, el jefe del gobierno local dej¨® al descubierto que, con poco dinero (el 1% de lo que se gasta cada a?o en educaci¨®n y salud) ¡°se pueden hacer milagros¡± y transformar a R¨ªo en una ciudad a la altura de Madrid, Chicago y Tokio. ¡°Somos mejores que ellas¡±, afirm¨® Paes, un pol¨ªtico propenso a la exageraci¨®n.
Los hospitales y las escuelas p¨²blicas de R¨ªo enfrentan una crisis profunda. Sus edificios se encuentran en p¨¦simo estado, existe un estructural d¨¦ficit de personal y de equipamientos, as¨ª como una recurrente falta de oportunidades de formaci¨®n y capacitaci¨®n para sus cuadros profesionales. Las clases medias de la ciudad hace a?os han abandonado la escuela p¨²blica y no se atienden en los hospitales administrados por el Estado, cuyos servicios quedan restringidos a la poblaci¨®n m¨¢s pobre, sin recursos econ¨®micos y con menor capacidad para hacer o¨ªr sus demandas y exigir el cumplimiento de sus derechos.
Al finalizar el a?o pasado, el Estado de R¨ªo de Janeiro, que comparte la responsabilidad de la oferta p¨²blica de educaci¨®n y salud con el gobierno de la ciudad, decret¨® la emergencia sanitaria ante la imposibilidad de financiar y hacer funcionar sus hospitales. Muchas unidades de salud suspendieron la atenci¨®n. A poca distancia del Estadio Ol¨ªmpico Jo?o Havelange, en el barrio de Meier, se encuentra el Hospital Municipal Salgado Filho, uno de los que ser¨¢ utilizado como referencia para las urgencias y atenciones m¨¦dicas durante los Juegos. Semanas antes del inicio del certamen, un informe del Consejo Regional de Medicina, denunciaba que el hospital enfrentaba un grave d¨¦ficit de camas y la superpoblaci¨®n de las salas de cuidados intensivos, donde se utilizaban medicamentos vencidos. El documento indic¨® que el sector de atenci¨®n pedi¨¢trica se encontraba en situaci¨®n cr¨ªtica: ¡°el espacio es exiguo y absolutamente inadecuado para el cuidado de los ni?os y sus familiares (¡) no existen condiciones para la atenci¨®n del paciente pedi¨¢trico admitido en la emergencia del hospital¡±, sentenciaba.
R¨ªo de Janeiro puede tener estadios a la altura del primer mundo, pero tiene hospitales a la altura del tercero. Ante las cr¨ªticas o la indiferencia que han generado las Olimpiadas en organizaciones, periodistas o intelectuales de la ciudad, Paes sostuvo que: ¡°hay gente que tiene complejo de perro callejero¡±. Entre canguros y perros con s¨ªndrome de inferioridad, el alcalde de R¨ªo agota sus argumentos en defensa de las reformas llevadas a cabo para los Juegos de 2016, sin llegar a entender que el problema es justamente ese, que se puedan hacer con ¨¦xito grandes obras de infraestructura en una ciudad que no consigue siquiera que sus hospitales p¨²blicos atiendan en buenas condiciones m¨¦dicas a los ni?os y ni?as que lo necesitan.
Al igual que los centros de salud, las escuelas de R¨ªo enfrentan un grave deterioro. El hecho quiz¨¢s pase desapercibido a los que visitan la ciudad durante las Olimpiadas, ya que la fachada de todas las instituciones educativas localizadas en las ¨¢reas pr¨®ximas al desarrollo de los Juegos han sido pintadas y mejoradas durante los ¨²ltimos d¨ªas. Uno de los pocos centros que ha recibido alguna mejora m¨¢s estructural es la Escuela Municipal C¨ªcero Pena, en plena Avenida Atl¨¢ntica, en Copacabana, ahora transformada en la Casa del Voleibol de Playa. Nadie sabe, a ciencia cierta, c¨®mo quedar¨¢ la escuela despu¨¦s de las Olimp¨ªadas, ya que no siempre las necesidades arquitect¨®nicas de una ¡°casa¡± del voleibol son semejantes a las de una escuela.
Quiz¨¢s el paradigma del abandono lo represente la Universidad del Estado de R¨ªo de Janeiro, que cinco meses antes del inicio de las Olimpiadas, dej¨® de funcionar ante la falta de seguridad, de limpieza y el corte de los servicios p¨²blicos b¨¢sicos. A esto, se sum¨® una huelga de trabajadores docentes y no docentes, por los atrasos salariales y por el incumplimiento de acuerdos con los sindicatos del sector por parte del gobierno regional al mando del gobernador, Luiz Fernando Pez?o. La Universidad del Estado de R¨ªo queda en el mismo emplazamiento urbano que el Maracan¨¢. Es el edificio que se encuentra justo al lado del estadio, unido por una gran pasarela. Comparten la misma estaci¨®n de metro y, los d¨ªas en que se realizan presentaciones deportivas, la universidad sirve de estacionamiento para los asistentes al estadio. Ambos pertenecen al Estado de R¨ªo de Janeiro. Sin embargo, mientras la universidad ha vivido abandonada en los ¨²ltimos a?os, el Maracan¨¢ no ha dejado de mejorar, primero para el Mundial, ahora para los Juegos Ol¨ªmpicos.
De un lado, uno de los mejores estadios del mundo en pleno funcionamiento. Del otro, una de las mejores universidades de Am¨¦rica Latina, cerrada, abandonada, en ruinas. A su propia universidad, ni para las Olimpiadas el gobierno de R¨ªo la ha vestido de fiesta.
En R¨ªo se pueden hacer estadios monumentales sobre la arena (como el que se utilizar¨¢ para las competencias de voleibol de playa); se pueden realizar t¨²neles atravesando cerros inmensos; Santiago Calatrava puede construir puentes y museos excepcionales; se puede edificar una impresionante ciudad ol¨ªmpica con 37 enormes edificios de 17 pisos cada uno. Se pueden construir m¨¢s de 3.600 apartamentos de tres habitaciones, donde se hospedar¨¢n casi 20 mil atletas, entrenadores y miembros de las delegaciones participantes. Pero no se pueden construir peque?as salas de educaci¨®n infantil en los barrios populares, no se pueden mejorar las escuelas, ni realizar m¨¢s inversiones en la formaci¨®n del magisterio, valorizando su trabajo y pagando mejores remuneraciones a quienes se ocupan de la educaci¨®n de las futuras generaciones.
El Estado de R¨ªo pudo transformar el Maracan¨¢ en un estadio de alt¨ªsimo nivel, pero no tuvo ni el mismo empe?o, ni el mismo inter¨¦s en resolver o, al menos, encarar uno de sus m¨¢s graves problemas educativos: el abandono de la escuela media por parte de los j¨®venes m¨¢s pobres. De hecho, al mismo tiempo en que avanzaban las obras del Maracan¨¢ para la realizaci¨®n del Mundial de F¨²tbol y de las Olimpiadas, las cifras de abandono educativo en el nivel medio tambi¨¦n crecieron. En el 2009, s¨®lo 57,4% de los j¨®venes de 19 a?os que viven en el Estado de R¨ªo hab¨ªan concluido la escuela secundaria. En el 2014, la cifra hab¨ªa ca¨ªdo a 54%. En la ciudad de R¨ªo, eran 56,4% en 2009 y 55,8% en 2014. A los problemas estructurales del Maracan¨¢ se les encontr¨® una soluci¨®n. A la exclusi¨®n educativa de m¨¢s del 45% de los j¨®venes que no concluyen la escuela media, no.
Quienes hayan llegado estos d¨ªas a la ciudad de R¨ªo, observar¨¢n que la autopista que une el aeropuerto del Gale?o a las zonas hoteleras, atraviesa un enorme conglomerado popular, el complejo de favelas de Mar¨¦, con m¨¢s de 150 mil habitantes. El barrio est¨¢ separado de la autopista por paneles de acr¨ªlico pintados con los colores de las Olimpiadas, con excepci¨®n de un sector donde se observan algunas escuelas recientemente remodeladas o construidas y un gran destacamento de la polic¨ªa militar. Del lado de afuera, pasan las delegaciones que llegan a R¨ªo, una ciudad que siempre ha tratado de ocultar a sus habitantes m¨¢s pobres, mientras hace de su inter¨¦s por la educaci¨®n y la seguridad ciudadana una forma de ostentaci¨®n propagand¨ªstica, bastante semejante al enga?o.
En definitiva, as¨ª ha funcionado el modelo de desarrollo que ha sostenido este pa¨ªs. Una naci¨®n que ha llegado a ser la novena potencia econ¨®mica del planeta, sin dejar de ser profundamente desigual e injusta. Una naci¨®n que vuelve a construir su presente como casi siempre construy¨® su pasado, a dos velocidades, con dos par¨¢metros, dos promesas, dos horizontes. El Brasil de unos pocos: reluciente, din¨¢mico, pujante, emprendedor, generoso. El Brasil Ol¨ªmpico. Del otro lado, el Brasil de los pobres, de los discriminados, de los excluidos, de los silenciados. El Brasil sin medallas ni reconocimientos. El de millones de brasile?os y brasile?as que sue?an con un futuro mejor.
Desde R¨ªo de Janeiro
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