Los de entonces

Cuando ¨¦ramos m¨¢s j¨®venes sol¨ªamos caer en un error com¨²n: si se nos preguntaba qu¨¦ nos parec¨ªa la pol¨ªtica, respond¨ªamos que era un momento extraordinario para ser periodista. Por aquel entonces hab¨ªan aparecido dos partidos nuevos, uno muy pujante dedicado a la homeopat¨ªa emocional y otro que termin¨® convertido en un concierto de Taburete: chicos, chicas y pulseras. ¡°Es un momento hist¨®rico para Espa?a¡±, dec¨ªamos, y lo vamos a escribir nosotros. Las encuestas aseguraban la supervivencia del PSOE al menos cuatro a?os m¨¢s, y conclu¨ªan que la corrupci¨®n del PP estimulaba el nervio de sus votantes: hab¨ªa empezado ya la ruta de bakalao de sus tesoreros al grito electoral de ¡°ladrones pero honraos¡±.

Tanto tiempo despu¨¦s, de aquello no qued¨® ni un Gobierno. No era un momento especial para ser periodista sino para psic¨®logo. En cada elecci¨®n Espa?a se reescrib¨ªa a s¨ª misma degenerando un poco m¨¢s, como aquellas l¨ªneas que un vecino de la parroquia de Bord¨®ns le escribi¨® a su mujer por su 57 cumplea?os, y que ley¨® en alto ¡ªel merendero hasta arriba¡ª en agosto de 2016: ¡°Manoli, luz de mi vida, fuego de mis entra?as¡±. Lo que ocurr¨ªa en Madrid al fin y al cabo era un proceso parecido: una final de consolaci¨®n. Tanto fue as¨ª que la llamada par¨¢lisis o colapso, seg¨²n el lenguaje elegido, se debi¨® a que en Espa?a las negociaciones se destinaron b¨¢sicamente a investir al jefe de la oposici¨®n. La estrategia se dirig¨ªa a organizar la bancada contraria en lugar de la propia, cont¨¢ndole al adversario lo que ten¨ªa que hacer. M¨¢s o menos como si el adversario fuera el Real Madrid.

?ramos entonces j¨®venes y quiz¨¢s no nos acordamos, pero se construyeron hermosas ficciones. La primera fue la negociaci¨®n, una especie de mesa reunida en la que los partidos acercaban y alejaban posturas de acuerdo a intereses nacionales. ?Pero cu¨¢les eran los intereses nacionales? En aquel verano de incendios y Juegos Ol¨ªmpicos ¡ªqu¨¦ verano no lo fue¡ª empez¨® a calar la sensaci¨®n en algunos de que Espa?a se hab¨ªa enganchado a las elecciones generales con la misma inconsciencia que a una droga antigua. La otra, la de aquellos j¨®venes y est¨²pidos castores que dec¨ªamos tiempo atr¨¢s que era un momento maravilloso para ser periodista, ya pensaba directamente en un suicidio elegante mirando de reojo el horno. Era una feliz noticia, como todos los diagn¨®sticos. Si fue necesaria la aparici¨®n de nuevos partidos se debi¨® precisamente para retratar al pa¨ªs y su clase pol¨ªtica en la m¨¢s famosa de sus posturas: la de no ponerse de acuerdo ni en el tiempo verbal. No por falta de voluntad, que tampoco, sino de inteligencia.