Por amor a mi playa
AL LLEGAR, nunca es tan hermosa como la recuerdo.
Durante largos meses, mientras la lluvia azota las persianas bajadas en las noches de oto?o, mientras el fr¨ªo se cuela por rendijas inveros¨ªmiles hasta colonizar el coraz¨®n de mi casa, mientras la primavera me enga?a como una promesa traidora que alberga en su interior escalofr¨ªos de hielo, yo me esfuerzo por recordarla. Tumbada en la cama o recostada en un sof¨¢, estiro las piernas, cierro los ojos y abro mi memoria a la luz, el rumor apacible de las olas mansas del levante, el tumulto de agua que obedece al desorden del poniente, la almadraba que surge y se esconde de mis ojos siguiendo la voluntad de las mareas, para jugar al mismo juego que ha atrapado muchos otros ojos durante miles ¨Che escrito bien, miles¨C de a?os. Entonces recuerdo la playa perfecta, una combinaci¨®n impecable de mar y de arena, tan lejos de la pleamar como de la bajamar, y una brisa que refresca pero que no se opone a mis pasos. Esa imagen, ese olor, esa sensaci¨®n de plenitud f¨ªsica, me ayuda a soportar los oto?os. Cruzo el invierno tras ella como un animal dom¨¦stico y resignado que empieza a olfatearla, con m¨¢s voluntad que ¨¦xito, cuando llega abril. Parece poca cosa, una playa como las dem¨¢s, pero yo s¨¦ que no se parece a ninguna otra, que encierra un tesoro que nunca encontrar¨¦ en otro lugar.
El amor verdadero no tiene que ver con el verbo poseer, sino con el verbo pertenecer. El sentimiento de pertenencia es mucho m¨¢s rico, m¨¢s complejo y perfecto que la simple posesi¨®n. Es imposible poseer una playa, pero es muy f¨¢cil pertenecer a alguna, y ¨¦sta es la m¨ªa, no la que poseo, sino la que me posee cuando puedo olerla, para ejercer la misma fascinaci¨®n cuando me encuentro a centenares de kil¨®metros de sus orillas. Por eso, el primer d¨ªa de playa es m¨¢s que un reencuentro, m¨¢s que la renovaci¨®n de una rutina, toda una celebraci¨®n. Por eso tambi¨¦n, seguramente, cuando al fin la alcanzo, apenas se parece a s¨ª misma en el recuerdo que he mimado durante tantos meses.
Este a?o he llegado tarde. Una serie de desafortunados accidentes me ha retenido en Madrid durante un julio largo como un lustro. La playa me ha castigado por mi tardanza. Al salir de casa, extra?ando el pringoso contacto de la crema protectora sobre la piel, los tirantes del ba?ador, las chanclas que apenas cubren mis pies desnudos, mi playa es a¨²n la que recuerdo, la esplendorosa imagen destinada a sucumbir en el breve plazo de tres o cuatro minutos a la realidad que la ha inspirado. Cruzo la calle y empiezo a oler el mar, camino unos pasos y puedo verlo ya, como una banda azul en el horizonte. Uno, dos, tres, y ah¨ª est¨¢, la misma de siempre y su peor versi¨®n.
Piso la arena en el apogeo de una pleamar radical, tan furiosa que los ba?istas de agosto apenas disponen de una estrecha banda de arena que colonizar. No es posible, pienso, qu¨¦ mala suerte, mientras avanzo por una urbanizaci¨®n de sombrillas que s¨®lo tres horas antes parecer¨ªa una poblaci¨®n diseminada de retales de colores en una gran extensi¨®n de arena h¨²meda. Pero en plena pleamar, la arena h¨²meda, compactada por el sol, no existe a¨²n, y es preciso avanzar por la orilla, mis pies hundi¨¦ndose y elev¨¢ndose con esfuerzo para dejar un rastro de hoyos vagamente redondeados a mi espalda. El viento no ayuda. Sopla levante, el se?or omnipotente de la bah¨ªa de C¨¢diz, el tirano del calor de los veranos, pero no sopla solo. El sur, pegajoso y h¨²medo, se asocia con ¨¦l en lo peor, para arrebatar al mar la calma helada de los mejores ba?os. En mi primera tarde de playa hay levante, calor, moscas, y olas arrebatadas que remueven la arena del fondo del Atl¨¢ntico en un torbellino donde es imposible avanzar. Y sin embargo, mientras me dejo mecer en esa cambiante cordillera de agua, al fin comprendo que estoy aqu¨ª, que he llegado a mi sitio, a pesar de la marea, del sur y del levante.
Me esperan otras tardes, todav¨ªa muchas, y muchas bajamares, levantes puros de agua helada y, ojal¨¢, ponientes frescos, confortables. El verano es el tiempo de la felicidad, y la felicidad ser¨ªa m¨¢s pobre, m¨¢s p¨¢lida, lejos de la playa de Punta Candor, para la que escribo esta carta de amor.
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