Frenos con final feliz
ANUEL SOTOLONGO ten¨ªa 10 a?os cuando le escuch¨® decir a su padre la afirmaci¨®n que se convertir¨ªa en la obsesi¨®n de su vida:/
¨CVerd¨¢ que estos fores americanos son unos carros tremendos¡ Pero los frenos¡, ?los frenos siempre han sido una mierda!
Para el ni?o que Manuel era entonces, enamorado del Ford Fairlane 500 de 1959 que su padre hab¨ªa sacado de la todav¨ªa activa concesionaria norteamericana abierta en La Habana, aquella terrible aseveraci¨®n paterna lo hiri¨® como la ofensa personal que en realidad constitu¨ªa. Porque para Manuel Sotolongo ese autom¨®vil negro, pesado, poderoso gracias a su motor V8, custodiado por unos cromados relucientes que le recorr¨ªan los costados y acentuaban su aerodin¨¢mico dise?o, su vestidura marr¨®n a canelones y el tim¨®n generoso como el de un transatl¨¢ntico, era como un hermano, m¨¢s a¨²n, un gemelo¡, y no solo porque ambos hubieran llegado al mundo en el mismo a?o, y a su casa del reparto Lawton el mismo d¨ªa de ese a?o, sino porque su propio y en ese momento cr¨ªtico padre siempre hab¨ªa tratado al veh¨ªculo como si fuera un hijo. Su otro hijo./
Tal era el cuidado que el progenitor le dispensaba al Fairlane que, llegado el momento, el joven Manuel debi¨® hablar con un pariente menos cari?oso con su autom¨®vil para poder realizar la parte pr¨¢ctica de su aprendizaje como chofer. Todo lo que te¨®ricamente pod¨ªa conocerse sobre ese arte, adem¨¢s de la adquisici¨®n de los secretos m¨¢s rec¨®nditos de la mec¨¢nica automotriz, los hab¨ªa hecho con su padre y con el Ford¡, pero jam¨¢s tendr¨ªa la oportunidad de realizar el traumatizante ejercicio del inicio como conductor. El carro, dec¨ªa el patriarca mientras lo abrillantaba con una gamuza encerada, no se merec¨ªa la operaci¨®n torpe del embrague y, menos a¨²n, la impericia en los frenajes que tanto pod¨ªan alterar su organismo, fuerte y delicado a un tiempo. Por ello, solo cuando Manuel demostr¨® su pericia conduciendo el Plymouth del pariente (un carro de mierda comparado con la mec¨¢nica del Ford, seg¨²n el progenitor), tuvo el visto bueno paterno para poder utilizar el querido Fairlane que, a sus 18 a?os de vida, luc¨ªa tan aerodin¨¢mico, brillante y poderoso como el d¨ªa de 1959 en que sali¨® a las calles de La Habana./
Manuel llevaba enamorado del ford fairlane 500 de su padre desde peque?o. Cuando lo manej¨® por primera vez, atropell¨® a un perro.
Y fue durante su primer paseo en solitario a bordo del Fairlane 500 cuando el joven Manuel Sotolongo tendr¨ªa la terrible comprobaci¨®n del sabio dictamen de su padre respecto a la calidad del sistema de frenado del auto: a pesar de la rapidez y la fuerza con que clav¨® el pie en el pedal, Manuel no pudo evitar que el auto atropellara al perro callejero cuyos alaridos lo perseguir¨ªan por el resto de su vida./
Veinte a?os despu¨¦s del inolvidable accidente, Manuel Sotolongo, entonces m¨¢s conocido como Alicate, se inici¨® como chofer particular de taxis tras el tim¨®n del eterno Ford Fairlane de 1959./
El cambio de nombres sufrido por Manuel constitu¨ªa una m¨¢s entre las muchas mutaciones que vivi¨® a lo largo de dos d¨¦cadas intensas. Fuera de la lista de avatares amables y dolorosos que acompa?an la existencia (novias que se van y novias que llegan, esposas que hacen lo mismo, achaques que se inauguran), tres acontecimientos alteraron profundamente la vida de Manuel Sotolongo./
El primero de aquellos hechos fue la posibilidad de irse a la URSS para estudiar la carrera de ingeniero mec¨¢nico, especialidad automotriz, de la cual se gradu¨® en 1986, con diploma de oro incluido, gracias a su tesis Est¨¢tica y din¨¢mica del sistema de frenos automotriz./
El segundo fue la estrepitosa llegada de la crisis que hab¨ªa asolado a Cuba tras la extinci¨®n (proceso tambi¨¦n calificado como ¡°desmerengamiento¡±) de la hermana Uni¨®n Sovi¨¦tica que lo hab¨ªa cambiado todo, o casi todo, en la isla socialista del Caribe. El laboratorio de creaci¨®n de prototipos para las m¨¢quinas cortadoras de ca?a donde trabajaba el ingeniero Sotolongo (empe?ado en el perfeccionamiento de su sistema de frenos) hab¨ªa sido una de las primeras v¨ªctimas del alud y, tras su clausura, Manuel debi¨® dedicar sus conocimientos a la reparaci¨®n de lavadoras Aurika, tambi¨¦n sovi¨¦ticas y con alta tendencia a sufrir unos incontrolables temblores que sol¨ªan terminar en el desmerengamiento o extinci¨®n del equipo. En realidad, la suma de conocimientos pr¨¢cticos y te¨®ricos acumulados como ingeniero mec¨¢nico de poco le valieron cuando se inici¨® en el nuevo oficio, donde, a falta de repuestos, hizo un descubrimiento del que, poco despu¨¦s, comprobar¨ªa su valor universal: porque con un alicate y un alambre aferrado en el lugar preciso se pod¨ªa resucitar aquel engendro devorador de ropa llamado Aurika./
El tercer y m¨¢s profundo cambio ocurri¨® cuando, tras la muerte de su padre, y como ¨²nica soluci¨®n de supervivencia, Alicate dej¨® el taller de reparaci¨®n de Aurika y decidi¨® convertir a su casi hermano gemelo, el eterno Fairlane de 1959, en auto de alquiler y ¨¦l en su taxista. O, en t¨¦rminos m¨¢s precisos: botero al tim¨®n de un almendr¨®n./
Trabajar como botero en La Habana puede ser uno de los oficios m¨¢s rentables econ¨®micamente, pero m¨¢s complicados para el f¨ªsico y el intelecto. Sobre todo si manejas un Ford Fairlane de 1959 al que consideras un hermano y del cual, por esa cercan¨ªa, conoces todos sus defectos. O su ¨²nico defecto. Alicate, que pronto alcanzar¨ªa fama entre los colegas del gremio por su habilidad para poner en marcha los decr¨¦pitos autos norteamericanos averiados en la v¨ªa utilizando apenas un alambre y un alicate, intent¨® por varios a?os mantener ¨ªntegra la identidad de su m¨¢quina, pero las exigencias econ¨®micas lo obligaron a convertirse en el cirujano y terapeuta del veterano Fairlane./
Para hacer rentable la operaci¨®n del auto en su existencia como taxi, la primera gran transformaci¨®n a la que lo someti¨® Manuel fue cambiarle el motor original made in USA por otro de un germ¨¢nico Volkswagen que se alimentaba del m¨¢s asequible di¨¦sel. Luego debi¨® sustituir la anciana caja de velocidades por la de un Volga fabricado en la extinta URSS, mientras le adaptaba piezas menores de Fiat, Toyota y hasta de Skoda checos ante la end¨¦mica ausencia de recambios venidos de Estados Unidos. Pero lo mejor de su conocimiento y arte lo dedic¨® al perfeccionamiento del sistema de frenos. La sola idea de que en sus incontables idas y vueltas por La Habana pudiera tener otro accidente lo obsesion¨® con la misma tenacidad que la afirmaci¨®n que muchos a?os antes hiciera su padre y¡ Alicate empez¨® a acercarse al sistema de frenado perfecto que nunca, en su larga historia, hab¨ªan tenido los autos fabricados por la Ford./
Manuel dedic¨® su vida a mejorar el sistema de frenado de aquel coche. Se empe?¨® en conseguirlo y hacerse millonario en el intento.
En alguna ocasi¨®n el taxista Alicate, quiz¨¢s cuando todav¨ªa trabajaba como ingeniero, ley¨® que si a los 30 a?os no eres millonario, ya nunca lo ser¨¢s. Aquella aseveraci¨®n, que pas¨® por su mente como una simple boutade de un joven afortunado, volvi¨® a su conciencia cuando vio c¨®mo de las ruinas del desmerengamiento sovi¨¦tico comenzaban a brotar millonarios como mariposas de la cris¨¢lida. El proceso de enriquecimiento de aquellos rusos hab¨ªa sido, cuando menos, peculiar: debieron pasar m¨¢s de 60 a?os entre un triunfo revolucionario que propici¨® la creaci¨®n de un pa¨ªs y su extinci¨®n estrepitosa para que fuera posible que alguna persona de all¨ª, viviendo en su pa¨ªs de origen, alcanzara el m¨¢s retumbante ¨¦xito econ¨®mico. Y Alicate comenz¨® a preguntarse si no ser¨ªa posible que ¨¦l, un ingeniero de primer nivel, capaz de remodelar cualquier m¨¢quina o de devolverle la vida con un alambre, pudiera lograrlo simplemente con su talento. ?Se pod¨ªa o no se pod¨ªa? Y tanto lo pens¨® que un d¨ªa decidi¨® empe?arse en el intento de hacerse millonario./
En ocasiones, Manuel Sotolongo olvidaba la dramaturgia de aquel proceso mental. ?Qu¨¦ le hab¨ªa motivado primero: los millonarios rusos o su propia capacidad desperdiciada?; ?la cercan¨ªa a los 60 a?os o su permanente inopia econ¨®mica? ?O hab¨ªa sido la certeza de haber descubierto un sistema de frenos seguro para un Ford¡?/
Por varios a?os, Manuel se dedic¨® a perfeccionar la eficiencia de su invento: a todos sus colegas boteros due?os de Ford les realiz¨® a precio preferencial la adaptaci¨®n del sistema de frenos que ¨¦l hab¨ªa creado y constat¨® que el nivel de satisfacci¨®n y eficiencia era casi del cien por cien. Con las ganancias adicionales por aquella labor, Manuel comenz¨® a montar un laboratorio con banco de pruebas incluido en el garaje de su casa y prepar¨® las condiciones requeridas para realizar los experimentos y ex¨¢menes necesarios para un sistema de frenos no solo moderno, sino tambi¨¦n universal. Y comenz¨® a preguntarse cu¨¢nto podr¨ªa pagarle la Ford por un invento de tal calibre./
Gracias a Juanito, su primo inform¨¢tico que en su centro de trabajo ten¨ªa acceso a una conexi¨®n de Internet decente ¨Clo cual es mucho pedir en Cuba¨C, Manuel obtuvo manuales, cartas tecnol¨®gicas y planos hechos p¨²blicos por los ingenieros de la Ford. Tuvo en su poder incluso informaci¨®n original de diversos modelos de los a?os cincuenta, incluido el Fairlane 500 de 1959. Y empez¨® a realizar pruebas y a redactar protocolos, mientras en su mente iban cobrando forma los beneficios del ¨¦xito profesional y econ¨®mico que le traer¨ªa su aporte: temporadas de trabajo con los ingenieros de la Ford, conferencias en institutos tecnol¨®gicos de alto nivel, entrevistas en revistas cient¨ªficas y, por supuesto, un yate (con motor Ford) en el que pasear¨ªa por el Caribe y el Mediterr¨¢neo sin tener que pensar en la cantidad de pasajeros que deb¨ªa trasladar de un extremo a otro de La Habana para hacer rentable la inversi¨®n hecha en el petr¨®leo, capaz de poner en marcha el vetusto pero inmortal Ford Fairlane de su coraz¨®n./
Cuando tuvo perfeccionado el sistema de frenos, muchas veces probado en el banco de su laboratorio, Manuel construy¨® el chasis de una peque?a m¨¢quina capaz de correr a 60 kil¨®metros por hora en la pista de una antigua lecher¨ªa abandonada, muy cerca de su casa. Para lograr la construcci¨®n del engendro, que m¨¢s parec¨ªa un insecto que un mecanismo rodante, Alicate vendi¨® todo lo que tuvo a mano, excepto su mujer y sus dos hijas, la propia casa y el Ford Fairlane. Sordo a las protestas familiares, el inventor apenas respond¨ªa que volvieran a decirle algo a bordo del yate o viendo la Estatua de la Libertad desde el apartamento reci¨¦n comprado en un rascacielos de Nueva York. ?O se establecer¨ªan en Detroit?/
El d¨ªa de la prueba final, esper¨® la llegada de su primo Juanito que subrepticiamente hab¨ªa sacado de su oficina una c¨¢mara de v¨ªdeo profesional y las luces necesarias para filmar la exposici¨®n te¨®rica de Manuel y la ejecuci¨®n pr¨¢ctica de su revolucionario sistema de frenos. Aquel ser¨ªa el documento gr¨¢fico que, ya editado, enviar¨ªa a la corporaci¨®n Ford con la propuesta de venderles su invento./
La grabaci¨®n de su exposici¨®n verbal fue hecha en el garaje convertido en laboratorio, y Manuel detall¨® cada elemento f¨ªsico y mec¨¢nico del sistema, pero se cuid¨® muy bien de revelar la esencia de su descubrimiento, la fuente de su eficiencia absoluta. Al terminar el discurso, el primo Juanito que hab¨ªa operado la c¨¢mara no pudo controlarse y comenz¨® a aplaudir al genio de la familia al que de inmediato le pidi¨®, como recompensa por su desinteresada colaboraci¨®n, que le comprara y regalara unos de los Ford que se fabricar¨ªan con el nuevo sistema./
Al final de la tarde, Manuel, su familia y el realizador Juanito partieron a bordo del Fairlane hacia la pista de pruebas. A remolque llevaban el insecto rodante, que despert¨® la curiosidad de los vecinos del barrio. Las malas lenguas incluso llegaron a afirmar que aquello era el chasis de una lancha en la que Alicate y su familia saldr¨ªan clandestinamente hacia Miami./
Ya en la pista abandonada, tras el tim¨®n del chasis y con el motor en marcha, Alicate esper¨® a que Juanito le diera la orden de ponerse en acci¨®n. Pens¨® que estaba viviendo el momento cumbre de su vida y que, a partir de ese instante, todo podr¨ªa ser diferente. En la distancia, brillando bajo el sol, vio su invencible Ford Fairlane 500 de 1959 junto al que hab¨ªa vivido los 55 a?os de su vida. Y cuando Juanito dio la orden, Alicate accion¨® el embrague y pis¨® el acelerador. El insecto rodante sali¨® disparado y, cuando alcanz¨® los 60 kil¨®metros posibles, el inventor oprimi¨® el pedal del freno¡ y la m¨¢quina no se desarm¨®, ni se estrell¨®, ni se volc¨®, y tampoco atropell¨® a un perro: se clav¨® en el lugar, con un lamento de neum¨¢ticos. Manuel Sotolongo y su sistema de frenos estrat¨¦gicamente asegurado con un alambre se merec¨ªan un final feliz./
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