Querido pap¨¢
MUCHAS VECES me prometiste que, si hab¨ªa vida despu¨¦s de la muerte, encontrar¨ªas la manera de cont¨¢rmelo o al menos de darme una se?al. Hay quienes creen que los muertos se comunican con nosotros a trav¨¦s de los sue?os. Desde que no est¨¢s, he so?ado contigo muy pocas veces. Dos para ser exacta, y en ambos casos volv¨ª a vivir tus exequias. La ausencia es tan brutal y tan enorme mi esfuerzo por comprenderla que ni siquiera me permito so?ar que sigues vivo. En cambio despierto casi a diario, sobresaltada a mitad de la noche, con la conciencia de que no est¨¢s, de que jam¨¢s volver¨¦ a disfrutar de tu compa?¨ªa, de que es algo irremediable y que m¨¢s me vale asumirlo por completo. La soledad, a diferencia de otras veces en que la sent¨ªa lacerante y tambi¨¦n un poco vergonzosa, se ha convertido para m¨ª en un b¨¢lsamo necesario, en un espacio imprescindible, como la oscuridad para las personas que sufren de migra?as.
Herencia no dejaste, pero s¨ª una cartograf¨ªa de valores que me han permitido orientarme: el placer de aprender y descubrir cosas nuevas, la gratitud, la generosidad, y el humor como refugio hasta en las peores tragedias. No se me olvidar¨¢ nunca c¨®mo le espetaste al m¨¦dico, mientras te mostraba el tumor letal en tu radiograf¨ªa, que te encontrabas muy flaco en esa foto. Gracias a ti conoc¨ª el cari?o incondicional, la certeza de que alguien me quiso siempre, sin importar cu¨¢les fueran mis actos, y con eso no intento decir que hayas sido indulgente. Cuando te parec¨ªa que me estaba equivocando, jam¨¢s titubeaste al dec¨ªrmelo. Te preocupaba que aprendiera a temperar mi car¨¢cter, a ser cuidadosa con el filo de mi lengua ¨Casegurabas que somos due?os de las palabras que nunca pronunciamos y esclavos de las que ya hemos dicho¨C, a ser d¨®cil en las cosas sin demasiada importancia e intransigente en las fundamentales. A lo largo de los a?os te vi trastabillar a menudo y descalabrarte m¨¢s de una vez. Luego, invertiste todos tus recursos en suavizar tus reacciones, y tu vida se volvi¨® mucho m¨¢s llevadera. Con tu ejemplo, me ense?aste que los errores permiten descubrir la fuerza y la belleza propias y ajenas.
Desde el primer d¨ªa transcurrido sin ti, siento el acecho del olvido como una sustancia corrosiva que amenaza con deslavar nuestra historia. Su objetivo, nada despreciable, es impedirme sufrir. Sin embargo, como advert¨ªa C¨¦line, ¡°la peor derrota en todo es olvidar y es, tambi¨¦n, lo que nos lleva a la tumba¡±. Yo he sufrido muchas derrotas a lo largo de mi vida de las cuales me ha costado reponerme. No encajar¨¦ ¨¦sta tambi¨¦n. Aunque tampoco tengo la certeza de que puedas escucharme, te escribo con frecuencia. Hacerlo es ir en contra del proceso natural de cicatrizaci¨®n que todo el mundo me desea y me vaticina, pero que yo no persigo. Una cicatriz es un cierre, un l¨ªmite, un borde de piel doble o triplemente espeso para clausurar una herida, para impedir que sigamos sangrando. Recordar sistem¨¢ticamente, en cambio, es mirar de cerca cada c¨¦lula del tejido da?ado, no perderlo de vista. No quiero una cicatriz que lleve tu nombre. El dolor me recuerda lo mucho que te quise y te sigo queriendo, es un organismo vivo que me acompa?a por el mundo y me permite disfrutar a quienes siguen a mi lado todav¨ªa. Quiz¨¢s nunca llegue a percibir la se?al que prometiste, pero me conformo con todo esto.
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