Los conocidos olvidados
EL PASADO mayo escrib¨ª aqu¨ª un art¨ªculo, ¡°Las amistades desaparecidas¡±, sobre la perplejidad y la nostalgia que nos produce a veces darnos cuenta de que ya no est¨¢n en nuestra vida personas que hace tiempo fueron parte de ella, incluso de nuestra cotidianidad, personas de cena semanal o de llamada diaria. Este de hoy es su complemento, me parece. Tambi¨¦n se cruzan con nosotros muchas que ni siquiera alcanzan el rango de ¡°amistades¡±. A menudo aparecen no por elecci¨®n, ni nuestra ni de ellas, sino por azar y por las circunstancias. A menudo hay en ese trato un elemento de conformismo, como si nos dij¨¦ramos: ¡°A falta de algo mejor ¡¡±, o ¡°A falta de los titulares ¡¡± Nunca debemos olvidar que nosotros somos lo mismo para ellas, suced¨¢neos, sustitutivos, suplentes.
He le¨ªdo con retraso un par de reportajes sobre la posible identidad de la joven que inspir¨® a Antonio Vega y a Nacha Pop su canci¨®n ¡°La chica de ayer¡±.
He le¨ªdo con retraso un par de reportajes sobre la posible identidad de la joven que inspir¨® a Antonio Vega y a Nacha Pop su famosa canci¨®n ¡°La chica de ayer¡±, que al cabo de tres d¨¦cadas largas sigue oy¨¦ndose y apareciendo en la banda sonora de no pocas pel¨ªculas. Se la tiene por una especie de himno generacional de la llamada ¡°movida¡±, cada vez m¨¢s alejada en el tiempo y m¨¢s susceptible, por tanto, de mitificaciones. Dec¨ªan esos art¨ªculos que la periodista Paloma Concejero, responsable de un programa televisivo sobre los ochenta, hab¨ªa rastreado por fin a esa joven: con toda probabilidad se trataba de una dise?adora bilba¨ªna que viv¨ªa en Madrid, con la que Vega mantuvo quiz¨¢ un breve idilio a los veinte a?os, cuando ella ten¨ªa tres menos. Concejero hab¨ªa concertado un encuentro para hablar con quien ya no era joven, pero la cita no tuvo lugar porque el pasado verano un infarto caus¨® la muerte de esa mujer misteriosa y discreta. Ten¨ªa cincuenta y cuatro a?os y se llamaba Maite Echanoj¨¢uregui. O as¨ª se llam¨® para m¨ª, con la tilde que se le suprim¨ªa en estas noticias. As¨ª est¨¢ escrito su nombre en mi vieja libreta telef¨®nica con tapas de hule negro, de la que asimismo habl¨¦ aqu¨ª hace largo tiempo.
La verdad es que me hab¨ªa olvidado de aquella joven que viv¨ªa en Londres cuando yo en Oxford; como ella de m¨ª, seguramente. Cuando uno est¨¢ en el extranjero entabla relaciones con compatriotas extra?os. Quiero decir que son individuos con los que en el propio pa¨ªs, en circunstancias normales, quiz¨¢ no habr¨ªa visto las suficientes afinidades. No recuerdo qui¨¦n me sugiri¨® llamarla y me dio su n¨²mero. Lo que s¨ª s¨¦ es que durante un par de a?os, de 1983 a 1985, nos ve¨ªamos en Inglaterra de vez en cuando, y que Maite pas¨® alg¨²n fin de semana en mi casa de Oxford, sobrada de habitaciones. S¨¦ que en una o dos ocasiones visit¨¦ con ella a Cabrera Infante y a su mujer Miriam G¨®mez, que la encontraron ¡°muy linda muchacha¡±. No era rubia, como apuntan esos reportajes, sino casta?a clara y con unos ojos peque?os azules y unos dientes tambi¨¦n peque?os. Era muy sonriente y muy agradable, con cara de ni?a. Por aquel entonces estudiaba Moda en Londres y tendr¨ªa veintitr¨¦s o veinticuatro a?os, yo nueve m¨¢s, calculo. Veo con nitidez, curiosamente, sus pantorrillas fuertes (no gruesas), que contrastaban un poco con lo menudo del conjunto. Me la encontr¨¦ una sola vez fuera de Inglaterra, ya en los noventa. Nos paramos en la calle, nos saludamos con simpat¨ªa y afecto, charlamos un rato, quedamos en vernos y no nos vimos.
La recuperaci¨®n de ese rostro y ese nombre pone en marcha la memoria. .
La recuperaci¨®n de ese rostro y ese nombre pone en marcha la memoria. Por aquella casa de Oxford pasaron otras personas cuyos nombres figuran en mi vieja libreta y apenas si son m¨¢s que eso: una banglades¨ª, Tazeen Murshid, que mi predecesor en el puesto de lector de espa?ol me pidi¨® que albergara unas semanas. Una actriz de cuyo nombre prefiero no acordarme, a la que, mientras estudiaba ingl¨¦s, aloj¨¦ all¨ª dos o tres meses. Me acude a la memoria Luis Abiega, que trabajaba en el consulado de Boston, creo, durante una estancia m¨ªa por all¨ª cerca. Qued¨¢bamos a cenar a veces, era un hombre acogedor y simp¨¢tico, que me introdujo en el f¨²tbol americano y que a¨²n, a mi regreso, se molestaba en escribirme una cr¨®nica de la final de finales, la Superbowl hoy c¨¦lebre universalmente. Estas personas no llegan a ser amistades, son conocidos transitorios. Pero hay periodos de la vida de cada uno en los que depende bastante de su compa?¨ªa, de su presencia cercana. Sabe que est¨¢n ah¨ª, a mano, y que en un momento de soledad aguda o de dificultad en un entorno que no domina, puede recurrir a ellas. Mientras dura la relaci¨®n, uno descubre que se puede sentir a gusto con quienes en la propia ciudad habr¨ªa pasado por alto (o ellos lo habr¨ªan pasado por alto a uno). Raramente se mantiene el trato despu¨¦s de lo circunstancial o azaroso, de esa temporada en el extranjero, por ejemplo. Quedan sus nombres en la libreta y uno se olvida, de la misma forma que nos olvidan ellos. Ah¨ª est¨¢n el n¨²mero londinense y el nombre de Maite Echanoj¨¢uregui, con cuya presencia distante y vecina cont¨¦ un par de a?os. Lamento saber que ya no est¨¢ en el mundo, que ahora est¨¢ ausente.
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