Votante ¡®in fabula¡¯
Los largos meses de negociaci¨®n sobre la investidura demuestran que hemos pasado de una democracia ¡®vocal¡¯ a una ¡®ocular¡¯. En ella, el ciudadano est¨¢ psicol¨®gicamente implicado, pero no lleva una vida pol¨ªticamente activa
En el documental de Kent Jones sobre las c¨¦lebres conversaciones entre Alfred Hitchcock y Fran?ois Truffaut se subraya que el cineasta brit¨¢nico cre¨® una nueva manera de dirigirse al p¨²blico: una suerte de estrategia afectiva de envolvimiento psicol¨®gico que anticipaba en todo momento las reacciones de la audiencia a los acontecimientos y s¨ªmbolos desplegados en la trama, haciendo de hecho al espectador copart¨ªcipe del filme por la v¨ªa de dirigir sabiamente su atenci¨®n en la direcci¨®n m¨¢s conveniente. Hitchcock hace as¨ª del voyerismo el hecho constitutivo del medio cinematogr¨¢fico. Algo parecido intentan hacer los partidos pol¨ªticos espa?oles implicados en las negociaciones de investidura, ilustrando con ello de paso la inquietante mutaci¨®n experimentada por las democracias contempor¨¢neas.
Otros art¨ªculos del autor
Durante estos largos meses, hemos asistido en Espa?a a una sucesi¨®n, fascinante primero y extenuante despu¨¦s, de performances partidistas concebidas exclusivamente para la mirada del p¨²blico. Pensemos en las ruedas de prensa de Iglesias, en los viajes de Pedro S¨¢nchez al extranjero, en el encuentro de ambos a las puertas del Congreso. Algo m¨¢s discretos se han mostrado Ciudadanos y PP, quiz¨¢ porque el primero ha sido quien m¨¢s sustancia ha introducido en el proceso, mientras el segundo ha optado por hacer de la inacci¨®n una eficaz forma de actuar. Nuestros actores pol¨ªticos han buscado ante todo el efecto sobre el p¨²blico para fortalecer su posici¨®n en las negociaciones y en unas nuevas elecciones cuya celebraci¨®n a¨²n parece, asombrosamente, probable. De ah¨ª el tono doliente, las decepciones may¨²sculas, las cesiones generosas: un melodrama digno del cine mudo. En la democracia posfactual, el sentimentalista es el rey.
La democracia es, en la pr¨¢ctica, un r¨¦gimen de opini¨®n tanto como de afectos. Por un lado, se asienta sobre el juicio pol¨ªtico de los ciudadanos, llamados a votar de forma peri¨®dica mientras expresan de forma constante sus opiniones sobre la acci¨®n de gobierno a trav¨¦s de los mecanismos informales de la opini¨®n p¨²blica. Por otro, dado que los ciudadanos carecen en su mayor¨ªa de fuertes competencias pol¨ªticas, sus preferencias se expresan como opiniones de fuerte contenido emocional: de ah¨ª que el ciudadano de una democracia sea susceptible de influencia. El protagonismo adquirido por los medios de comunicaci¨®n durante las ¨²ltimas d¨¦cadas a la hora de articular la relaci¨®n entre representantes y representados, que ha aumentado el poder informal de estos sobre aquellos, est¨¢ acentuando la tendencia que nos convierte en algo distinto: en espectadores. La lucha por el poder se desarrolla ahora bajo la mirada del p¨²blico en el espacio construido por los medios. Se pone as¨ª de relieve la medida en que la democracia ha ido otorgando cada vez mayor protagonismo a la mirada del ciudadano/espectador.
La suposici¨®n de que los actores pol¨ªticos ignoran la opini¨®n ciudadana es un clich¨¦ sin fundamento
Jeffrey Green, autor de un notable libro sobre este fen¨®meno, lo resume as¨ª: ¡°La vasta mayor¨ªa de nuestra experiencia pol¨ªtica, sea como votantes o como no votantes, no consiste en tomar decisiones y ejecutar acciones pol¨ªticas, sino m¨¢s bien en observar y escuchar a otros que se encuentran activamente comprometidos en esas tareas¡±. La mayor¨ªa de los ciudadanos, durante la mayor parte del tiempo, ¡°no son decisores que se relacionan con la pol¨ªtica con sus voces, sino espectadores que se relacionan con la pol¨ªtica con sus ojos¡±.
De ah¨ª que, a su juicio, no tenga demasiado sentido seguir hablando de la vox populi: ?lo relevante son los ojos del pueblo! Pasar¨ªamos entonces de una democracia vocal a una democracia ocular. Otros autores han puesto de manifiesto que la narratocracia que privilegia la verbalidad casa mal con nuestra condici¨®n audiovisual contempor¨¢nea. El ciudadano ocular se relaciona con la pol¨ªtica primariamente como espectador: est¨¢ psicol¨®gicamente implicado, pero no lleva una vida pol¨ªtica activa. Solo una minor¨ªa sale a la calle a manifestarse, aunque sean muchos los que comenten la actualidad pol¨ªtica a trav¨¦s de las redes sociales. Sin embargo, el ciudadano ocular es decisivo. Ante todo, mediante el voto que pone y quita Gobiernos; pero tambi¨¦n mediante el apoyo que presta o retira a Gobiernos y pol¨ªticas p¨²blicas concretas durante las legislaturas, circunstancia que los Gobiernos tienen en cuenta debido a su natural deseo de ser reelegidos. La idea de que los representantes hacen y deshacen sin importarles la opini¨®n de los ciudadanos es un clich¨¦ sin fundamento.
El ciudadano ocular es un espectador que participa en la creaci¨®n del objeto pol¨ªtico mediante la atenci¨®n que presta a la escenificaci¨®n de los l¨ªderes. Desde este punto de vista, el ciudadano/votante act¨²a como un lector de literatura modernista: cocreando la obra en el acto de su recepci¨®n. El fallecido Umberto Eco, en su Lector in fabula, hablaba de los ¡°movimientos cooperativos¡± que el lector debe efectuar cuando se ocupa de un texto, a fin de actualizar su contenido. Ya que sin lector no hay libro, pero sin un lector cooperativo no hay libro tal como lo ha concebido su autor. ¡°Un texto quiere alguien que lo ayude a funcionar¡±, sigue Eco. Que exista o no ese lector mod¨¦lico, sin embargo, no depende solo del azar sociol¨®gico: el autor mismo lo construye a trav¨¦s de su texto, cuando exige del p¨²blico determinados esfuerzos interpretativos. Si aplicamos esta tesis al funcionamiento de las democracias, el problema es evidente: al l¨ªder le conviene seducir al votante a trav¨¦s de su dramatizaci¨®n, no dotarle de las competencias que le permitan desenmascararlo.
Desde las elecciones estamos asistiendo a ¡®performances¡¯ concebidas para la mirada del p¨²blico
Al poner la publicidad por delante de la deliberaci¨®n y la negociaci¨®n, los l¨ªderes en las democracias oculares se adhieren de facto a una concepci¨®n plebiscitaria de la democracia. Ya que lo que en ellas cuenta es el efecto sobre el p¨²blico antes que la calidad de los resultados o la construcci¨®n del consenso. Esto implica que la primera cualidad del representante pol¨ªtico ser¨¢ la capacidad para la escenificaci¨®n y la persuasi¨®n ret¨®rica: la ¡°representaci¨®n¡± en sentido teatral. Haciendo uso de ellas, el l¨ªder intentar¨¢ establecer una relaci¨®n directa con los ciudadanos a trav¨¦s de los medios, apoy¨¢ndose en las redes sociales y su efecto de proximidad emocional. Esta relaci¨®n opera en el nivel ¡°sensacional¡± de las impresiones preconscientes e influye sobre la formaci¨®n de emociones pol¨ªticas de adhesi¨®n o rechazo. De donde se sigue que cuanto m¨¢s se apoya la pr¨¢ctica de la democracia en su aspecto ocular, redes incluidas, m¨¢s plebiscitario es tambi¨¦n su funcionamiento. No se trata de una tendencia a la que dar la bienvenida. Recordemos que el voyeur es esclavo de quien se ofrece a su mirada y no al rev¨¦s. Salvo que la representaci¨®n sea tan pobre que el espectador termine cambiando de canal.
Manuel Arias Maldonado es profesor titular de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad de M¨¢laga. En oto?o publicar¨¢ La democracia sentimental (P¨¢gina Ind¨®mita).
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