Einstein y los alquimistas
Una buena democracia no s¨®lo legitima sino que mejora las decisiones: unos buenos expertos no son los que tienen las grandes respuestas, sino los que ayudan a formular las preguntas que la sociedad y sus representantes deber¨¢n contestar
?Por qu¨¦ no votamos a los atletas que enviamos a las Olimpiadas? Pues porque queremos a los mejores. Entonces, ?por qu¨¦ votamos a los pol¨ªticos? Si realmente queremos a los mejores, deber¨ªamos someter a los candidatos a pruebas de inteligencia y capacidad. A oposiciones o competitivos concursos de plazas. As¨ª tendr¨ªamos un Gobierno de Einsteins. Es l¨®gico. Pero tambi¨¦n tiene sentido pensar que llevamos demasiado tiempo gobernados por demasiados expertos. Y mira qu¨¦ han conseguido.
Esta es la cuesti¨®n de fondo en la actual crisis de la democracia. Nuestras sociedades se est¨¢n rompiendo entre quienes desean delegar m¨¢s capacidad de decisi¨®n a los Einsteins y quienes quieren d¨¢rsela a los votantes y a sus representantes. El abismo entre ambos crece. Cada d¨ªa acumulan m¨¢s razones para desconfiar los unos de los otros.
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Por un lado, las ¨¦lites (econ¨®micas, pol¨ªticas e intelectuales) temen el juicio de los votantes en cuestiones fundamentales. Hace unos meses fue el Brexit: ?c¨®mo han podido votar los brit¨¢nicos a favor de la salida de la Uni¨®n Europea cuando van a estar peor? Hace unos d¨ªas, el sorprendente no de los colombianos al acuerdo de paz con las FARC. Ma?ana puede ser un refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n o de reforma constitucional. Lo que parece de sentido com¨²n para los l¨ªderes de opini¨®n y analistas m¨¢s prestigiosos es sistem¨¢ticamente rechazado en las urnas.
El problema de fondo somos nosotros. Los estudios indican que los votantes somos irracionales, ignorantes, cortoplacistas y caprichosos. Irracionales porque castigamos a los Gobiernos por accidentes de los que no son responsables. As¨ª, una pertinaz sequ¨ªa o incluso los ataques de tiburones en la costa pueden disminuir significativamente el voto por el partido en el Gobierno. Ignorantes porque no sabemos c¨®mo funciona la econom¨ªa hasta el punto de confundir subidas con bajadas del d¨¦ficit. Cortoplacistas porque s¨®lo nos fijamos en los logros o desastres econ¨®micos que tienen lugar en los meses inmediatamente anteriores a las elecciones. Si llegamos a entender la evoluci¨®n de las estad¨ªsticas, claro. Y caprichosos porque votamos para expresar nuestra adhesi¨®n a un grupo o a una ideolog¨ªa en lugar de hacer un c¨¢lculo objetivo de costes y beneficios. Esto explica que pol¨ªticas da?inas con melod¨ªas muy pegadizas, como el proteccionismo, sean abrazadas por tantos votantes en pa¨ªses tan distintos.
Que a unos ciudadanos tan imperfectos se nos d¨¦ la responsabilidad de decidir el futuro de un pa¨ªs es, en palabras de Bryan Caplan, como si a unos estudiantes que han suspendido anatom¨ªa b¨¢sica se les invita a hacer una operaci¨®n de neurocirug¨ªa. No es por tanto casualidad que la ola de desregulaci¨®n y privatizaci¨®n de los a?os ochenta viniera precedida de la publicaci¨®n de las primeras investigaciones cuestionando la racionalidad de los votantes. La tendencia se puede acentuar ahora. Mejor la mano invisible del mercado que las manos defectuosas de los votantes.
Para deliberar, menos es m¨¢s; para juzgar, la pluralidad es mejor que el conocimiento ortodoxo
Pero los ciudadanos tambi¨¦n han acumulado un fundado resentimiento contra las ¨¦lites. Como han documentado Martin Gilens y Benjamin Page, en la democracia norteamericana gobierna la mayor¨ªa s¨®lo si su opini¨®n coincide con la de los m¨¢s ricos. En caso de desavenencia, es el parecer de las clases altas, no de las medias, el que se impone. Las leyes consagran los agujeros fiscales que permiten a los m¨¢s privilegiados pagar menos impuestos. Pero tambi¨¦n los agujeros penales que perdonan sus vicios, como la normativa que durante tantos a?os ha castigado cien veces m¨¢s la posesi¨®n de crack (una droga asociada a los marginados) que la de coca¨ªna en polvo (la droga de Wall Street). As¨ª, para que un yuppy fuera sentenciado a los 10 a?os de c¨¢rcel que le ca¨ªan a un joven pillado con 50 gramos de crack, ten¨ªa que llevar todo un malet¨ªn de coca¨ªna. Indulgencia para esnifarse el sistema.
En casi todas las democracias occidentales se extiende la desaz¨®n de la impotencia. El votante de a pie sospecha que la pol¨ªtica est¨¢ crecientemente dominada por grupos de inter¨¦s. Por consiguiente, muchos reclaman recuperar espacios para la democracia. Quitar capacidad de decisi¨®n a los mercados an¨®nimos. Y politizar los organismos aut¨®nomos. Los entes que, dirigidos por expertos que no responden a las urnas, han proliferado como setas, de los Ayuntamientos a Bruselas.
Dadas las limitaciones cognitivas que tenemos los votantes, los partidarios de una mayor democratizaci¨®n son como los alquimistas medievales. Utilizando la met¨¢fora de Jon Elster, creen que pueden convertir el plomo (las mediocres opiniones de los votantes) en oro (sabidur¨ªa colectiva). Sin embargo, tan insensato es creer en la omnisciencia de la voluntad colectiva como en el desinter¨¦s de los expertos. Dicho en otras palabras, existe una manera de reconciliar a estas dos visiones del mundo opuestas si los alquimistas abandonan la fe ciega en el poder de los n¨²meros y los Einsteins la suya en el poder del conocimiento experto.
Los expertos tienen raz¨®n en que, para deliberar, menos es m¨¢s. Una deliberaci¨®n ¨®ptima s¨®lo se puede hacer en grupos peque?os. Por ejemplo, una comisi¨®n para reformar la Constituci¨®n formada por pocos miembros puede reflexionar de forma m¨¢s profunda que una gran asamblea ¡ªo una cadena de asambleas desde los barrios hacia arriba¡ª. Cuanto m¨¢s grande es el foro de discusi¨®n, m¨¢s probable es que la discusi¨®n se simplifique con etiquetas y atajos ideol¨®gicos. Al aumentar el n¨²mero de pintores, nos quedaremos con los que usan la brocha m¨¢s gorda.
El votante de a pie sospecha que la pol¨ªtica est¨¢ dominada por grupos de inter¨¦s
Pero los alquimistas tienen raz¨®n en que, para juzgar, la pluralidad de opiniones es mejor que el conocimiento ortodoxo. Es lo que se llama la ¡°diversidad cognitiva¡±. Cuanto m¨¢s inclusivo sea un grupo, mejores ser¨¢n sus decisiones, pues tendr¨¢n en cuenta perspectivas m¨¢s diversas. Un grupo de personas heterog¨¦neas acierta m¨¢s que un n¨²cleo reducido de personas superinteligentes. La diversidad gana a la habilidad. Ninguna comisi¨®n de expertos puede elegir mejor a los responsables de las instituciones p¨²blicas de un pa¨ªs que sus millones de votantes.
En definitiva, una buena democracia no s¨®lo legitima sino que mejora las decisiones. Y unos buenos expertos no son los que tienen las grandes respuestas, sino los que ayudan a formular las grandes preguntas que la sociedad y sus representantes deber¨¢n contestar. El buen gobierno necesita Einsteins y alquimistas. Mecanismos que complementen sus virtudes en lugar de enfrentar sus opiniones. Que s¨ª, son distintas. Pero eso nos enriquece.
V¨ªctor Lapuente Gin¨¦ es profesor de ciencias pol¨ªticas de la Universidad de Gotemburgo.
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