Taxi a Brexit

La semana pasada estuve en Londres. Horas despu¨¦s de aterrizar, y tras haber interactuado con varios ind¨ªgenas, not¨¦ algo raro. Solo pod¨ªa pensar en si habr¨ªan votado a favor o en contra del Brexit. Todo iba bien mientras esto pasaba en ese lugar aburrido aunque acogedor que es mi cabeza. Pero entonces, una fuerza extra?a me impuls¨® a preguntarle a un taxista qu¨¦ pensaba de Theresa May.

¡°Es fant¨¢stica¡±, dijo. ¡°?Por qu¨¦?¡±, inquir¨ª, dirigi¨¦ndome a un lugar inh¨®spito del que no iba a saber volver. ¡°Es fuerte¡±, sentenci¨®. Entonces ¡ªDios y Tony Blair deben saber por qu¨¦¡ª, me enfad¨¦: ¡°Es una pol¨ªtica, no un portero de discoteca, no entiendo por qu¨¦ ser fuerte es una virtud en su caso¡±.

¡°Usted me ha preguntado y yo le he dicho lo que pienso¡±, inform¨® ese indiscutible votante del Brexit que jam¨¢s dejar¨ªa que un polaco pusiera sus continentales manos sobre su averiada caldera.

Me acord¨¦ entonces de aquella teor¨ªa que dice que las personas se pueden clasificar seg¨²n sus temas de conversaci¨®n m¨¢s habituales: las inteligentes hablan de ideas; las mundanas debaten sobre acontecimientos, y las idiotas solo hablan de otras personas. Inmediatamente, para que no se me pudiera confundir con un intelectual elitista cuyo pasatiempo es alienar a la clase obrera con sus memeces, le dije al taxista: ¡°Es cierto, May es fuerte. ?Y qu¨¦ me dice de esos zapatos tan bonitos que lleva?¡±.

Se hizo un silencio g¨¦lido que convirti¨® definitivamente Belgravia en el barrio de Mosc¨² en el que lleva a?os mutando.

¡°Ni idea¡±, dijo al fin el hombre, ¡°no soy gay¡±.