C¨®mo banalizar la corrupci¨®n
Pese a todas las maniobras dilatorias, siete a?os despu¨¦s sigue adelante el enrevesado 'caso G¨¹rtel'
Cuando el ¡°¨ªnclito¡± Correa, que se retrata a s¨ª mismo como empresario audaz y listo, devenido en presunto delincuente solo por la fuerza de los hechos y de los negocios f¨¢ciles, se propone decir su verdad en la vista oral, esta, como la del Agamen¨®n machadiano, le conforma solo a ¨¦l. A m¨ª, ciudadano de a pie, porquero nada trascendente, no me convence en absoluto; esperemos que a la Sala tampoco, y al finalizar la causa se hayan fijado las responsabilidades de todos. De los promotores de la corrupci¨®n, electos y partidarios; de los empresarios, que pagaban para conseguir ventajas frente a otros empresarios o frente a las Administraciones p¨²blicas; y de los empleados p¨²blicos, que las consent¨ªan y hac¨ªan posibles.
Lo que realmente hubo fue ausencia absoluta de ¨¦tica, entendiendo por tal la predisposici¨®n personal y de situaci¨®n para promover, admitir o consentir pr¨¢cticas corruptas; a la que se sum¨® un control ineficaz, bien por d¨¦ficit normativo, bien por inexistencia de filtros administrativos sistem¨¢ticos y efectivos. En cualquier caso se exig¨ªa la movilizaci¨®n de la inteligencia y de las voluntades de los part¨ªcipes, y ese dolo responsable es lo que se juzga penalmente.
Nos dice Correa que para corromperse en aquellos tiempos no resultaba indispensable quererlo, ni tener una voluntad deliberada de jugar con ventaja burlando la legalidad. Su corrupci¨®n se produjo sin la presencia de su inteligencia, ni de su voluntad; simplemente, sin esfuerzo, casi apaciblemente, bastaba con presentarse y asumirse como un engranaje del sistema pol¨ªtico vigente, estando adem¨¢s satisfecho de ser un buen engranaje (banalizar el mal exige banalizar la personalidad).
Para este hombre de negocios, la corrupci¨®n puede y debe ser graduada o degradada a conveniencia, si la entendemos como: desviarse de alg¨²n modo respecto a lo correcto, para que a pesar de todo las cosas salgan (consentimiento, apa?o, intercambio de cromos, practicidad); desviarse respecto a la intenci¨®n manifestada o asumida previamente, para superar dificultades sobrevenidas, afrontar demandas del servicio no previstas, atender a los nuevos aliados estrat¨¦gicos, o cubrir necesidades organizativas o institucionales nuevas e ineludibles. En ¨²ltimo extremo, la corrupci¨®n podr¨ªa ser solo equivocaci¨®n (traspi¨¦s, tropez¨®n, descuido, lapsus) respecto al camino convenido como id¨®neo para alcanzar el objetivo pol¨ªtico-administrativo comprometido con los electores o s¨²bditos.
Cuando el corrupto cree que los beneficios superan el coste, comete la infracci¨®n y listo
En una teor¨ªa tan particular de la corrupci¨®n, esta lo ser¨ªa solo cuando los delincuentes act¨²an al servicio exclusivo de su inter¨¦s propio o de grupo, sin ninguna contraprestaci¨®n para el inter¨¦s general. Al menos as¨ª lo entienden los corruptos que suelen ejercer bajo sus propias ilusiones: ilusi¨®n de control sobre una situaci¨®n compleja que nunca es generada por un solo infractor ¡ªcreen que su pericia en la comisi¨®n de los hechos conjugar¨¢ cualquier riesgo¡ª; ilusi¨®n de invulnerabilidad, al subestimar las probabilidades de que su transgresi¨®n tenga consecuencias adversas, por ser intrascendentes, o porque las v¨ªctimas son dif¨ªcilmente identificables (doctrina Bot¨ªn); ilusi¨®n de superioridad, porque si no son descubiertos, el reconocimiento social y la carrera profesional los convierten en los m¨¢s activos del grupo. Y suponen que sus tendencias hacia el delito no son peores que las de otros.
En realidad el corrupto, como otros tipos de infractores penales econ¨®micos, act¨²a siempre, precisamente, con ¡°econom¨ªa mental¡±: sopesa los costes y los beneficios percibidos de un acto de incumplimiento, y cuando cree que estos superan a aquellos comete la infracci¨®n y listo. Por eso, cuando, como ahora, son enfrentados a su responsabilidad penal, suelen creerse seres superiores, los miembros m¨¢s valiosos del grupo, que no pueden ser objeto de juicio o cr¨ªtica por otros, que somos inferiores. La falta de motivaci¨®n para cumplir la legalidad se transforma en indiferencia afectiva hacia los dem¨¢s. La ¨¦tica p¨²blica del bien com¨²n se amolda a las demandas de los implicados; para ellos, los m¨¢s d¨¦biles, los ciudadanos, los administrados y hasta las v¨ªctimas, somos solo meros espectadores.
Todo esto puede significar tambi¨¦n, y en sentido contrario a la tesis de la defensa de Correa, que para mantenerse al margen de la corrupci¨®n y combatirla resulta imprescindible una actitud proactiva en defensa de la legalidad por parte de los empleados p¨²blicos, y que la mayor¨ªa estamos en este esfuerzo. Pese a todas las maniobras dilatorias, siete a?os despu¨¦s sigue adelante esta enrevesada causa penal; con todas las garant¨ªas legal y previamente establecidas para los inculpados, por supuesto.
Luis Fernando Crespo Zorita es soci¨®logo del Cuerpo Superior T¨¦cnico de Instituciones Penitenciarias.
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