El humo que ciega Malakal
Una cooperante de MSF narra las dificultades que afrontan en su vida cotidiana los miles de desplazados de un campamento de Sud¨¢n del Sur
Por lo que leo en las noticias, en Espa?a a¨²n siguen sin Gobierno. Bueno, en realidad en Sud¨¢n del Sur tampoco se terminan de aclarar las fuerzas del Gobierno y la oposici¨®n y aqu¨ª son m¨¢s radicales y extremistas en la lucha de poder.
Estas ¨²ltimas semanas he estado involucrada en el hospital que M¨¦dicos Sin Fronteras (MSF) tiene en el Campo de Protecci¨®n de Civiles (PoC por sus siglas en ingl¨¦s) de Malakal, en el que viven unas 30.000 personas. Nuestro hospital es el principal centro de atenci¨®n de urgencias del campo y tambi¨¦n recibe pacientes referidos del proyecto de MSF en Wau Shilluk. En las semanas previas hab¨ªa invertido mucho tiempo en el trabajo en la ciudad, pero el PoC tampoco se puede descuidar. Uno de los objetivos de mi trabajo es coordinar el trabajo de MSF con otras ONG y agencias de Naciones Unidas que est¨¢n en el PoC. Coordinar y a veces tambi¨¦n apretar un poco las tuercas a quien haga falta para intentar que las condiciones de vida de los desplazados mejoren.
Estos d¨ªas, he hecho algunas visitas al campo y aunque llevo ya varias semanas en Malakal no me deja de sorprender las condiciones en las que viven los desplazados. El otro d¨ªa vinieron de visita los compa?eros del proyecto de Wau Shilluk, les ense?¨¦ el campo y se quedaron impresionados. ¡°?Llevan m¨¢s de dos a?os viviendo aqu¨ª?¡± preguntaban, ¡°Yo no aguantar¨ªa ni un d¨ªa¡±. Y es verdad, ninguno de nosotros aguantar¨ªamos.
Una de las visitas la hice con Elisabeth, nuestra supervisora de enfermer¨ªa del ¨¢rea de urgencias. Elisabeth vive en el Sector 4 del campo, probablemente una de las zonas en peores condiciones. Me cont¨® que all¨ª las casas se llenan de humo cuando la gente cocina y que eso hace que los beb¨¦s tengan infecciones respiratorias y oculares. Le pregunt¨¦ que si me lo ense?aba as¨ª que un d¨ªa cuando sal¨ªa del hospital fuimos a verlo.
Es complicado moverse alrededor de las chozas ya que apenas queda medio metro entre una y otra
Las casas/refugio de su zona est¨¢n construidas con madera y lonas de pl¨¢stico, no tienen ni siquiera los paneles met¨¢licos que poseen otras viviendas. Son caba?as de unos 5x2 metros divididas en dos, para dos familias u ocho personas en total. Elisabeth, por ejemplo, comparte su espacio con una familia de siete miembros, ya que la suya vive fuera del campo. En esa habitaci¨®n tienen que dormir, guardar todas sus pertenencias y vivir. Hay que entrar agachado porque las puertas (si tienen) son muy bajitas. El suelo es desigual, de barro muy h¨²medo y, por supuesto, no hay luz ni tienen ventanas. En muchas casas solo hay una cama por habitaci¨®n (en algunas ni eso) as¨ª que la mayor¨ªa duerme sobre esterillas en el suelo de barro. La gente intenta conseguir algo de material extra y ampliar un poco el espacio de la caba?a, pero no hay apenas espacio entre unas y otras. En algunas zonas es realmente complicado moverse alrededor de las chozas ya que apenas queda un pasillo de poco m¨¢s de medio metro entre una y otra.
Uno de los principales problemas que acarrea la falta de espacio es el humo del que hablaba Elisabeth. No hay sitio fuera por lo que cocinan dentro de las caba?as, con le?a y carb¨®n, sin ventilaci¨®n y sin espacio entre un refugio y otro. Estas se llenan de humo y es imposible respirar dentro. Hice la prueba: entr¨¦ en una de las casas mientras estaban cocinando y segu¨ªa tosiendo incluso un buen rato despu¨¦s de haber salido de la vivienda. Esto ocurre a cada d¨ªa y a cada hora. Tanto si t¨² como alguno de tus vecinos cocin¨¢is algo, tu caba?a se llena de humo, es impresionante.
Este es el espacio en el que viven, pero aqu¨ª no se acaban las dificultades. Cada sector est¨¢ dividido en distintos bloques y este a su vez en grupo de caba?as. El bloque de Elisabeth tiene unas 200, donde viven m¨¢s de 1.500 personas. Por cada bloque hay un punto de agua, donde llenan sus garrafas y cubos, un bloque de duchas y uno de letrinas. Las primeras, en realidad, est¨¢n en un espacio cercado con pl¨¢stico donde cada uno se lleva su cubo de agua. Tienen solamente 40 letrinas, 20 para hombres y 20 para mujeres. Las imagino a ellas y a los ni?os que tienen que salir de sus caba?as por la noche para ir al aseo sin luz, sin espacio entre caba?as, y se me pone la piel de gallina. Creo que yo no beber¨ªa agua despu¨¦s del atardecer solo por no tener que pasar ese trago. Adem¨¢s, Elisabeth me cont¨® que por la noche salen los ratones de las letrinas y campan a sus anchas por todos lados.
Para los hombres es muy peligroso salir del PoC, as¨ª que son las mujeres las que salen en busca de ingresos
De repente me acord¨¦ que algunas veces me quejo porque todos los d¨ªas tenemos arroz para comer y para cenar. Se me cay¨® la cara de verg¨¹enza por dentro, y al llegar a casa el arroz me supo m¨¢s rico que nunca.
Para los hombres es muy peligroso salir del PoC, as¨ª que son las mujeres las que salen en busca de ingresos, adem¨¢s de tener que cuidar de sus familias cada d¨ªa. Salen del campo a por le?a, a adquirir carb¨®n, al r¨ªo a por hierbas y juncos o a la ciudad para comprar algo y luego venderlo en el mercado del PoC. Intentan ir en grupos para sentirse m¨¢s seguras, pero no siempre hay suerte. Por desgracia, los ataques y violaciones son algo com¨²n aunque la gente prefiere no hablar de ello. Estamos trabajando bastante para que esto cambie, pero va a costar su tiempo.
Le dec¨ªa a una amiga que en los ¨²ltimos a?os creo se hab¨ªa puesto de moda utilizar la palabra resiliencia, pero yo no he llegado a entender el significado hasta que he llegado aqu¨ª, donde esta palabra se puede usar con may¨²sculas: RESILIENCIA. No s¨¦ c¨®mo estas mujeres, entre ellas Elisabeth, pueden levantarse cada d¨ªa, venir a trabajar, cocinar estirando el sorgo disponible porque la ¨²ltima distribuci¨®n mensual fue hace ya cinco semanas, lavar la ropa con el poco jab¨®n que reciben para que ellas y sus familias vayan limpios, acostarse cada d¨ªa en una caba?a llena de humo, y adem¨¢s recibir a personas como yo con una sonrisa, preguntarme c¨®mo estoy y re¨ªrse cuando sus hijos se asustan al ver a una "hawaya" (as¨ª es como nos llaman a los extranjeros, principalmente a los blancos).
Hoy es domingo, en mi paseo matutino he encontrado al menos dos iglesias y dos escuelas donde un grupo de mujeres estaban cantando, bailando y celebrando. Sencillamente, no hay palabras.
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