El destierro de Od¨ªn
POR LO DEM?S, el paisaje de la isla no es quiz¨¢ propiamente bonito, en el sentido placentero o relamido del t¨¦rmino, pero sin duda resulta con frecuencia impresionante. En una misma zona, el visitante puede recorrer una calzada de lava flanqueada por estanques sulfurosos que hierven con borborigmos propios del caldero de las brujas de Macbeth, mientras a pocos cientos de metros ve conglomerados de nieve que prometen quiz¨¢ futuros glaciares (aunque, ciertamente, ninguno llega a ser tan enorme como el Vatnaj?kull, el mar de hielo que cubre el sureste de la isla y cuya extensi¨®n es mayor que la de todos los restantes glaciares de la Europa continental juntos), oye el fragor pr¨®ximo de una cascada y en un lago cercano flotan los icebergs. Es un mundo en ebullici¨®n, donde el pastel de nuestra Tierra a¨²n est¨¢ coci¨¦ndose y enfri¨¢ndose como en los d¨ªas primigenios y todo va cambiando de aspecto ante los ojos del espectador. En otros lugares, 10 o 15 a?os de diferencia entre visita y visita permiten comprobar transformaciones en las ciudades o en la producci¨®n humana; en Islandia, lo que se modifica es la configuraci¨®n misma del paisaje: aquel glaciar estalla en nuevas bocas volc¨¢nicas que provocan enormes inundaciones; ese gran G¨¦ysir cuyo surtidor a¨²n vieron Auden y MacNeice cesa en su actividad, pero junto a ¨¦l brota Strokkur, saltando hasta 20 metros de altura cada tres minutos: lo que hoy es una laguna salpicada de icebergs se convertir¨¢ ma?ana en un fiordo o en mar abierto, etc¨¦tera
La NASA envi¨® a Neil Armstrong y a otros miembros de la misi¨®n Apolo IX a prepararse para la desolaci¨®n lunar.
Es una tierra sin apenas ¨¢rboles, peque?os grupos de abedules enanos y pocas variedades m¨¢s. Cuentan que en Islandia hubo anta?o bosques tambi¨¦n, como en Noruega, pero los vikingos talaron todos los grandes troncos para construir los fieros drakkars con los que viajaban lo mismo a la a¨²n innominada Boston que a la ya pr¨®spera Sicilia. Igual que todos los excesivamente emprendedores de cualquier ¨¦poca, los nietos de Od¨ªn no destacaron por sus miramientos hacia el medio ambiente. A falta de ¨¢rboles, abunda, en cambio, el musgo, un mullido uniforme de camuflaje que reviste las olas petrificadas de los desiertos creados por la lava. Esas perspectivas negruzcas y desnudas no parecen de nuestro planeta: por eso, en 1967, la NASA envi¨® a Neil Armstrong y a otros miembros de la misi¨®n Apolo IX a prepararse para la desolaci¨®n lunar en la no menos desolada zona de Odadahraun, en el semideshabitado centro de la isla. Los ¨²nicos que no se asustan de esos p¨¢ramos bas¨¢lticos son los peque?os y gre?udos caballitos islandeses. Se les ve en grupos reducidos por todas partes, en aparente libertad, contemplando con indiferencia los a¨²n infrecuentes autobuses. Para un amante de los purasangres de carreras, su aspecto rechoncho y cabez¨®n no es demasiado atractivo, pero caen simp¨¢ticos. En la ciudad de Sudarkr¨®kur, al norte de la isla, hay hasta una estatua dedicada a este Danny de Vito de la grey equina¡
Es un mundo en ebullici¨®n, donde el pastel de la Tierra a¨²n est¨¢ coci¨¦ndose como en d¨ªas primitivos.
Pero ya tenemos que volver, porque el verano toca a su fin y la estaci¨®n inclemente ¨Cque aqu¨ª dura nueve meses¨C se acerca. Con nosotros se vienen tambi¨¦n a Espa?a todos los islandeses que pueden, asiduos clientes de la Costa Dorada, o de la zona marbell¨ª. Y, por supuesto, las islandesas, fragantemente rubias y desinhi?bidas, con ojos claros que prometen las mejores cosas a quienes las ayuden a huir de las noches demasiado largas y demasiado fr¨ªas. No, por esta vez a¨²n no haremos el viaje de regreso en ?Naglfar, la nave temida por los dioses y por los hombres que, seg¨²n la mitolog¨ªa escandinava, est¨¢ fabricada con las u?as de los muertos. Volveremos en avi¨®n, que no s¨¦ si es peor, y nos perder¨¢n alguna maleta para que la excursi¨®n resulte capic¨²a.
Y vendremos rumiando otro dicho vikingo que condensa la experiencia de aquellos incansables turistas saqueadores:
¡°Se necesita tiento
en tierras ajenas.
?Qu¨¦ c¨®moda es la vida en casa!¡±.
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