Graham Greene, el ingl¨¦s impasible
CON M?S DE on m¨¢s de 50 a?os de oficio de escritor, Graham Greene sigue sintiendo el llamado ¡°s¨ªndrome del folio en blanco¡±. Reconoce que le cuesta mucho escribir, que cada l¨ªnea le supone un gran esfuerzo y que, con la edad, ha disminuido su producci¨®n. ¡°Ahora escribo aproxi?madamente 300 palabras diarias (un folio mecanografiado a doble espacio)¡±
Se levanta a las siete de la ma?ana, toma un t¨¦ con tostadas y se pone a trabajar en una amplia mesa de madera, frente a los ventanales que dan al puerto de Antibes. Escribe siempre a mano, muy despacio, con pulso algo tembloroso y alargando mucho los rabos de las letras iniciales de cada palabra. Cuando ha alcanzado su autoimpuesto cupo de 300 palabras, sale a almorzar fuera de casa, y durante la tarde corrige.
Se levanta a las siete de la ma?ana, toma un t¨¦ con tostadas y se pone a trabajar en una amplia mesa de madera.
¡°Mi letra es muy dif¨ªcil de entender, as¨ª que dicto mi trabajo en una grabadora, y una secretaria me lo pasa a m¨¢quina. Corrijo por lo menos tres veces cada p¨¢gina mecanografiada, y vuelvo a dictarlas. Me preocupa mucho la eufon¨ªa y leo en voz alta lo que escribo¡±, explica Greene. El resto del d¨ªa lo pasa leyendo o con algunos de sus amigos, franceses en su mayor¨ªa, de la Costa Azul. No ve casi nunca la televisi¨®n, y ahora lee algo menos, unos seis libros al mes. Biograf¨ªas, historias, tratados de teolog¨ªa, poes¨ªa y algunas, muy pocas, novelas componen sus lecturas. En la mesa tiene ahora un libro de poemas de Pushkin, El caballero de bronce.
¡°Me gusta mucho Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, como escritor y como persona. Tambi¨¦n me interesan otros escritores latinoamericanos, aunque los he le¨ªdo en traducciones, como Alejo Carpentier y, por supuesto, Jorge Luis Borges¡±, confiesa. No es un entusiasta de G¨¹nter Grass, aunque reconoce su m¨¦rito, pero prefiere a Heinrich B?ll.
Pese a esa fabulosa capacidad de Greene para crear im¨¢genes, para idear ambientes ¨Cde la que es buena prueba que la mayor¨ªa de sus novelas hayan sido llevadas al cine, en general con gran desilusi¨®n del autor, que aborrece pr¨¢cticamente todas las pel¨ªculas basadas en sus obras¨C, es curioso comprobar la ausencia de descripciones, c¨®mo la mayor¨ªa de sus personajes no tienen rostro. Esto ocurre de nuevo en Monse?or Quijote, y el autor explica por qu¨¦: ¡°No me gusta describir caras y todo eso. Luego, el lector y yo tenemos que estar acord¨¢ndonos de qu¨¦ personaje era pelirrojo, de cu¨¢l otro ten¨ªa las orejas grandes. Eso solo crea confusi¨®n, y el lector se acaba haciendo un l¨ªo. Prefiero dejarle que se imagine a los personajes como ¨¦l quiera, que les d¨¦ su propio rostro¡±.
Ahora cada l¨ªnea le supone un gran esfuerzo, ¡°escribo 300 palabras diarias, un folio a doble espacio¡±.
El tercer gran converso al catolicismo de los escritores brit¨¢nicos ¨C junto con Evelyn Waugh y G. K. Chesterton, pues Anthony Burgess naci¨® en una familia cat¨®lica¨C mantiene tambi¨¦n una relaci¨®n especial con los hoteles. Por ejemplo, el hotel Palma, de Capri, donde ha escrito muchas de sus p¨¢ginas, o el hotel Par¨ªs, frente al casino de Montecarlo, donde escribi¨® de un tir¨®n Loser Takes All (El perdedor gana). Sin olvidar el Grande Bretagne, de Atenas, en el que pas¨® varios d¨ªas sin un c¨¦ntimo, esperando a que llegara su amigo Alexander Korda a hacerse cargo de la factura. O el Grand Hotel Oloffson, de Puerto Pr¨ªncipe (Hait¨ª), una especie de barco del Misisipi anclado en plena selva tropical, que describe con otro nombre en Los comediantes. El due?o del Oloffson, Al Seitz, todav¨ªa ense?a a los visitantes la habitaci¨®n en la que se aloj¨® Greene.
Hay otros temas de los que Greene est¨¢ cansado de hablar, como cuando, a los 19 a?os, jug¨® cinco veces a la ruleta rusa en Berkhamsted para olvidar un amor desdichado, o cuando trabaj¨® para los servicios secretos del Foreign Office en Sierra Leona durante la Segunda Guerra Mundial. O cuando la ni?a-actriz Shirley Temple entabl¨® un proceso contra la revista Night and Day, de la que era cr¨ªtico cinematogr¨¢fico y redactor jefe, en los ¨²ltimos a?os treinta, a causa de una cr¨ªtica firmada por ¨¦l.
No suele releer sus libros Graham Greene, y ha confesado en varias ocasiones que su novela preferida es El c¨®nsul honorario, seguida quiz¨¢ de El poder y la gloria. Tampoco le gusta demasiado hablar de las premoniciones que algunos han descubierto en sus libros: la intervenci¨®n norteamericana en Vietnam, en El americano impasible (1955); la crisis de los misiles, en Nuestro hombre en La Habana (1958); los secuestros pol¨ªticos por parte de los guerrilleros, en El c¨®nsul honorario (1972), y la colaboraci¨®n entre Sud¨¢frica y la Rep¨²blica Federal de Alemania para construir la bomba, en El factor humano (1978).
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