En defensa del concierto de OT, sin culpa ni verg¨¹enza
Despu¨¦s de tres d¨ªas de an¨¢lisis severos, toca a?adir algo: ni la masa es est¨²pida ni estos 16 chicos deben pedir perd¨®n, aunque alguno desafine
Ante cualquier fen¨®meno, se presentan dos reacciones: intentar extraer lo que dice de nosotros o asumir que la masa es est¨²pida. La mayor¨ªa de las cr¨®nicas del concierto de OT. El reencuentro optaron por lo segundo. Al fin y al cabo, se tarda menos en escribir sobre algo que odias que sobre algo que deseas entender. Quince a?os despu¨¦s, Operaci¨®n Triunfo (OT) sigue siendo tratado como un espect¨¢culo masivo tan denigrante como los combates de gladiadores. Pero en OT no muere nadie. Ni siquiera la m¨²sica.
Susan Sontag, premio Pr¨ªncipe de Asturias de las Letras en 2003, dec¨ªa que la sociedad necesita buscarle sentido a las enfermedades, e intentar que sean un s¨ªmbolo o digan algo de nuestra civilizaci¨®n. OT no es ninguna enfermedad, pero ha sido analizada con la rabia de un c¨¢ncer y la condescendencia de un constipado.
Muchas cr¨ªticas se han quedado en lo superficial, cuestionando el valor musical del espect¨¢culo, con argumentos que huelen a llevar varios d¨ªas escritos antes del concierto
Porque el concierto de OT El reencuentro (celebrado el lunes 31 de octubre en el Palau Sant Jordi de Barcelona) fue un espect¨¢culo. No de luces, ni de montajes visuales, ni de grandes voces, pero s¨ª de lo que en 2001 llam¨¢bamos "buen rollito", y hoy es descuartizado como cursi. Fue un homenaje a un indiscutible fen¨®meno televisivo. Y lo hizo abrazando sus imperfecciones, sin disculparse ni avergonzarse de ellas, y reivindicando la ilusi¨®n que quiz¨¢ hoy no nos podemos permitir, pero a la que sin duda es reconfortante regresar durante un par de horas.
Ninguno de los 16 concursantes pedir¨¢ perd¨®n por haber hundido la industria musical espa?ola, porque las calles ya estaban plagadas de top mantas cuando OT se estren¨® en octubre de 2001. Ninguno de ellos tienen la culpa de que la ¨²nica reacci¨®n de la industria musical ante la pirater¨ªa fuese subir el precio de los discos. Es m¨¢s, los discos surgidos de OT fueron los ¨²ltimos en vender millones de ejemplares en nuestro pa¨ªs. OT no enterr¨® la industria musical (?cu¨¢l es la excusa en el resto de pa¨ªses donde la venta de discos tambi¨¦n decay¨® a la vez?), sino que represent¨® un canto de cisne. Un canto con demasiado coraz¨®n latino para los paladares m¨¢s elitistas. Lo que mat¨® a la industria fue que en Espa?a preferimos tener las cosas gratis que pagar por ellas. Ni m¨¢s, ni menos.
Pero el da?o que OT caus¨® a la m¨²sica, fuera cual fuera, es hoy lo de menos. Es est¨¦ril despreciar OT por lo que fue, en lugar de apreciarlo por lo que es: una segunda oportunidad, ef¨ªmera pero conmovedora, para sus protagonistas y para los espectadores. En el concierto del Palau Sant Jordi se vio a Javi¨¢n metiendo arreglos rockeros en Vivir sin aire de Man¨¢ y buscando justicia para sus verdaderos gustos musicales, frustrados hace 15 a?os; Chenoa y Rosa cantaron Sue?a y ya no son¨® a esperanza, sino a amargura; Mireia emocion¨® con Hijo de la luna y dej¨® claro que perdimos a una gran vocalista con su temprana eliminaci¨®n a causa de la gripe; Ver¨®nica se quit¨® de encima la losa de ser "la de los gallos"; Alejandro Parre?o puso al p¨²blico en pie con Black magic woman, de Santana; y el fervor colectivo lleg¨® con Mi m¨²sica es tu voz, que confirm¨® su condici¨®n de himno.
Ninguno de los 16 concursantes pedir¨¢ perd¨®n. Ninguno tiene la culpa de que la ¨²nica reacci¨®n de la industria musical ante la pirater¨ªa fuese subir el precio de los discos
Por supuesto que hubo cantantes que desafinaron, pero no m¨¢s que en muchos conciertos. La diferencia es que este se transmiti¨® en directo por televisi¨®n, y no editado con posproducci¨®n vocal como es habitual con las grandes estrellas, con las que en ning¨²n caso deber¨ªamos comparar a estos 16 cantantes.
Son las cosas del directo, que dir¨ªa Carlos Lozano, y todo para recrear esa tensi¨®n y autenticidad. TVE pod¨ªa haber optado por emitirlo d¨ªas despu¨¦s, pero el ¨ªmpetu del "est¨¢ pasando, lo estamos viendo" era necesario. Y se le volvi¨® en contra. Las cr¨ªticas hacia la cutrez del concierto han sido implacables, y se han ensa?ado con la ineptitud de los cantantes, 15 de los cuales llevaban muchos a?os sin cantar ante 17.000 personas. Muchas cr¨ªticas se han quedado en lo superficial, cuestionando el valor musical del espect¨¢culo, con argumentos que huelen a llevar varios d¨ªas escritos antes del concierto.
Porque hay que equilibrar la exaltaci¨®n de la masa, y dejar claro a esos cinco millones de personas que lo vieron por televisi¨®n que si disfrutaron del concierto es porque son unos ignorantes. Como si en alg¨²n momento OT hubiera prometido otra cosa diferente de lo que ofreci¨®: una reconstrucci¨®n, para bien y para mal, de todo lo que hizo aquel fen¨®meno una experiencia ¨²nica. Como se plante¨® J.J. Abrams antes de dirigir El despertar de la fuerza, ?para qu¨¦ intentar arreglar algo que funciona perfectamente?
Episodio aparte es la fascinaci¨®n del pueblo con el amor (y sobre todo, el desamor) entre David Bisbal y Chenoa, que ha traspasado la alcoba de la cultura pop. Es un asunto de Estado. No todos los d¨ªas somos testigos del nacimiento de una relaci¨®n tan limpia, y a tiempo real. Todo el mundo ha estado enamorado y sabe reconocer esas miradas desarmadas y esa pasi¨®n sexual incontrolable. Espa?a sinti¨® que aquella relaci¨®n le pertenec¨ªa, y por tanto se tom¨® la decepcionante ruptura como una traici¨®n personal.
Tal y como identificamos el amor, tambi¨¦n sabemos reconocer el dolor que deja cuando se esfuma. El debate en torno a "la cobra", fruto de un aspaviento de Bisbal que arrastr¨® a su exnovia (aun sujeta a su nuca) m¨¢s cent¨ªmetros de los que deber¨ªa, fue sobredimensionado por un p¨²blico que se niega a aceptar que la historia ha terminado. Un p¨²blico que necesita que ella siga siendo la v¨ªctima.
En toda fiesta hay un par de rebeldes que se quedan sentados en un rinc¨®n sorbiendo de su copa aguada y maldiciendo al DJ por poner solo pachanga. Los que s¨ª nos hemos concedido esa rendici¨®n a la verbena los miramos de reojo y pensamos: ellos se lo pierden
Y lo fue, pero no de una cobra. Chenoa sufri¨® los embistes de un compa?ero que opt¨® por compensar su patente incomodidad con una pelvis fuera de control, y que la zarande¨® como si fuera su corista, sin dejarla ni hablar ni relajarse. Reencontrarse con un ex nunca es f¨¢cil. Hacerlo delante de cinco millones de espectadores es un v¨ªa crucis al que deber¨ªamos agradecer que se prestasen para satisfacer al p¨²blico que les ha dado lo que hoy tienen. Y todo para alimentar el espect¨¢culo.
Cuatro d¨ªas despu¨¦s, los que gozamos como cerdos en un lodazal (o como un resacoso en un McDonald's) con el concierto seguimos arrastrando cierta melancol¨ªa. Es el baj¨®n tras cualquier euforia. Pero como sucede con las mejores resacas, avergonzarse no sirve de nada. El concierto fue por encima de todo una fiesta, con su m¨²sica hortera, sus vestidos pasados de moda, sus cotilleos sobre qui¨¦n se enrolla con qui¨¦n y sus muestras exaltadas de amistad.
Porque que ahora escuchemos a Frank Ocean no quiere decir que, extasiados por la nocturnidad (y la cerveza), no podamos vibrar con Te quiero m¨¢s de F¨®rmula Abierta como si el suelo estuviese en llamas. Aunque solo sea por esos veranos en las fiestas del pueblo, o porque nunca fuimos tan felices como entonces. Y en toda fiesta hay un par de rebeldes que se quedan sentados en un rinc¨®n sorbiendo de su copa aguada y maldiciendo al DJ por poner solo pachanga. Y en esos casos, desde el fragor sudoroso de los focos, los que s¨ª nos hemos concedido esa rendici¨®n a la verbena siempre los miramos de reojo y pensamos lo mismo: ellos se lo pierden.
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