?frica a pedales (4): El ataque de las mariposas
Por Alfonso Rovira
Cap¨ªtulo anterior: La mirada del genocidio
15:00 estoy en Djaka (Rep¨²blica del Congo). A las puertas de Bomassa, que queda ahora a 120 km. Pero no avanzo. Llueve. Pasa el tiempo... disfruto de m¨ª.
Decido tomar el l¨¢piz y escribo¡ por el simple placer de escribir....
Ayer me sorprendi¨® la tormenta. Y la temporada de lluvias sigue su ritmo hoy. Inmutable. Impasible ante el viajero. Un extranjero, un extra?o aqu¨ª. Al despedirme de Emmanuel (Ver ¡°La mirada del genocidio¡±) cre¨ª que cesaba. Me equivoqu¨¦. No volvi¨® la tormenta. Mas tampoco cedi¨® la lluvia. Ni el barro del camino.
As¨ª que al llegar al control forestal de Djaka, me par¨¦. Vencido. El camino se hab¨ªa vuelto impracticable.
Aunque no tengo prisa. Y disfruto del caer del cielo en momentos compartidos con mis nuevos compa?eros. Perdido en la selva de la Cuenca del r¨ªo congo, un gran pedazo de tierra verde repartida entre la RDC, Camer¨²n , Congo, Guinea, RCA y Gab¨®n¡ Probablemente de las selvas m¨¢s v¨ªrgenes del planeta.
Y aqu¨ª estoy yo. El mono en la luna (ver la historia aqu¨ª), con mi bici y mis alforjas. Esperando que la selva y el tiempo me den permiso para seguir.
Hay que aceptarlo as¨ª. Esto es salvaje¡ Solitario¡ Animal.
As¨ª que me dejo ir¡ fluyo con el tiempo y el camino.
Entorno Salvaje
Oigo gritos por la noche. Son gorilas¡ Gritan. Con un aviso marcan su terreno. No te acerques¡ no te atrevas¡ No eres bienvenido. Mientras, resuenan todav¨ªa m¨¢s fuerte ruidos atronadores de insectos diminutos. El peque?o mundo animal lo envuelve todo. El verde del d¨ªa y el negro de la noche m¨¢s oscura.
No hay ruido de coches, ni voces, ni risas¡ ni televisores. Ni siquiera una simple melod¨ªa. Pero es enga?oso. Aunque en este paraje se respira paz, se inhala verde y se inyecta natura en vena¡ te das cuenta de que en la jungla no existe el silencio.
Pero de repente, en contra de toda ley, en contra de su naturaleza, la selva calla. Y es entonces que temes. Pues lo m¨¢s estremecedor es este innatural silencio¡
Deseas que vuelva el ruido¡ pues sabes que ahora es el momento del depredador escondido¡ que acecha su presa en la oscuridad. Cuando se pone el sol. Cuando despunta el alba. Sigiloso. Esperando su momento. S¨ª, temes al silencio¡ pues te avisa¡ Te dice que esto es ?frica. La tierra donde entras de lleno en la cadena alimenticia como uno m¨¢s. Donde a veces te devoran los mosquitos. A veces las personas. A veces t¨² mismo. Y a veces¡ el animal.
Esta noche he dormido en mi tienda. Por suerte el depredador nos respeta¡ Pero s¨ª fui atacado de nuevo por una plaga de mosquitos. L¨¢stima que no lleve armadura¡ porque acab¨¦ con la piel parecida a una naranja¡.
Mientras se produc¨ªa el ataque, observaba discretamente a mis dos compa?eros, Rafi y Mesmin. Ni se inmutaban. Yo disimulaba mi incomodidad. Mi escozor. ¡°?Soy un hombre! ?Un explorador! ?Hay que aguantar!¡± Pero no hay vuelta de hoja. No hay orgullo que valga. Finalmente lo acepto. Voy a dormir. Soy el blanco. El manjar predilecto de la selva.
Pienso en Rafi y Mesmin, los guardas forestales de este lugar¡ buena gente. Como la mayor¨ªa aqu¨ª. Sencillos. Acogedores. Atentos. Y desinteresadamente, me han aportado un ¡°hogar¡± en el camino. De agradecer. Pues llevo la casa a cuestas y a la soledad conmigo. As¨ª que es un regalo del cielo cuando alguien como ellos te abre las puertas de su hogar. Como Afri-k anteriormente, como Emmanuel, como Rafi y Mesmin. Aunque sea una choza de madera o un pedazo de tierra en la nada.
El Encuentro
Al d¨ªa siguiente me despido de Rafi y Mesmin. Mis amigos¡ mis compa?eros de una noche de tormenta en la Selva de la Cuenca del r¨ªo Congo.
Nos decimos adi¨®s con cari?o. Y Reemprendo el camino. La selva me espera. Y una aventura sin fin.
Subo a mi bici, y empiezo el pedaleo. Veo Mi Ruta. Veo el cielo¡ el horizonte¡ me veo a m¨ª. El so?ador. El aventurero. El buscador empedernido que con energ¨ªa renovada reemprende el camino.
Despejo mi cabeza. Pedaleo duro. Hay barro. Me concentro en el camino. Son las 7AM y me queda una dura jornada por delante. Son 95km hasta Kabo, mi ¨²ltima parada.
Sorpresa la m¨ªa. Pocos kil¨®metros despu¨¦s reconozco una forma. Curiosa, caracter¨ªstica. Curvada.
Con un torrente de emoci¨®n inocente, acelero el pedaleo. As¨ª como mi coraz¨®n. Enciendo la c¨¢mara. Nervioso. Intento contactar. Veo su espalda gris plateada. Se da la vuelta. Me mira. Dudo. Duda. Contin¨²o. Corre. Pedaleo a su encuentro.
Finalmente se desv¨ªa. Desaparece. Paro. Me relajo¡ Ha sido mi primer encuentro con un gorila.
Y ha huido¡.
Me miro. Yo me encuentro rid¨ªculo. Aunque a sus ojos, con tanto trasto debo de dar miedo. Me lamento por lo corto del encuentro. Yo tan solo quer¨ªa acercarme un poco. Pero me digo que encontrar¨¦ m¨¢s. Todav¨ªa no he llegado a Bomassa.
El ataque de las mariposas
Con el gorila en mente prosigo el viaje¡ El paisaje sigue infinitamente verde¡ en todos sus matices posibles. La nueva luz del sol ayuda a resaltar sus colores. Es bello¡ sublime. Casi irreal. Pero el calor hace acto de presencia de nuevo. Y junto a un camino embarrado se produce la indeseable mezcla perfecta. Esfuerzo y calor¡
Mientras pienso que el viaje se har¨¢ largo, tardo poco en tener el primer revent¨®n. El camino lleno de obst¨¢culos, la temperatura y el peso, no ayudan a mantener los neum¨¢ticos intactos.
A despecho me detengo. Empiezo a buscar mis herramientas. Y entonces, oigo ruidos. Me es familiar. Pero hago caso omiso. Saco las llaves y desmonto la cubierta¡ Y en el peor momento, aparecen. Abejas. Moscas. Mosquitos. No prest¨¦ atenci¨®n debidamente. Los ruidos son zumbidos entremezclados.
Las mariposas forman un manto viviente. Cubren mi bicicleta. Las abejas me persiguen. Me levanto. Huyo. Me transformo en presa. Finalmente me detengo. Y Estudio la situaci¨®n. Me maldigo. Pero¡ ?Esto es la selva! ?Qu¨¦ esperaba?
Me hincho de valor. Aparece el Pirata (Ver ¡°Mundo Pirata¡±). Me multiplico. Y Envuelto en un manto de valent¨ªa, desenfundo mi mancha. Ahora s¨ª, peleo. Pero es in¨²til. Espantar moscas, mosquitos y abejas con una mancha de bici se muestra misi¨®n imposible.
Cuando m¨¢s est¨²pido me siento pasa un cami¨®n. Disimulo. Me yergo. No pasa nada. ¡°bonjour¡±¡ ¡±bonjour¡±¡ Menos mal. Mi orgullo viajero sigue intacto.
Entonces respiro. Y decido hacerlo todo a la carrera. Tapo el agujero mientras corro arriba y abajo. ¡°?Las abejas y las moscas no me atrapar¨¢n!¡±
Me detengo. Hincho. Corro. Repito el proceso¡ hasta que finalmente la c¨¢mara est¨¢ a la presi¨®n adecuada. A continuaci¨®n lo m¨¢s r¨¢pido que puedo, la coloco en la bicicleta. Con el zumbido incesante y el peque?o mundo animal encima m¨ªo, me cuesta. Es la rueda trasera.
Mis ojos, mis o¨ªdos, mi cuello, mis manos¡ son objetivos de este peque?o enemigo. Pero no me rindo.
Una hora despu¨¦s de haber parado, finalmente estoy listo. Y con pedaleo fren¨¦tico, prosigo el viaje. Agotado. Y todav¨ªa estoy en el inicio¡
Y pasa el tiempo
7 horas despu¨¦s, lleno de sudor y barro, con dos pinchazos m¨¢s, y una incursi¨®n por un atajo que me deja lleno ara?azos, estoy al borde del colapso. Y tan solo he recorrido 55 km. Finalmente me doy por vencido. S¨¦ que hoy no llegar¨¦ a destino.
Hablo solo. He renovado amistad con las mariposas. Me dicen que no tienen nada que ver con las malvadas abejas. Ni las moscas zumbonas. Ni los mosquitos. Y as¨ª, se han vuelto mis inesperadas y fieles aliadas. Son cientos de miles. De todos los colores. Aunque predominan las oscuras. Y me animan sigui¨¦ndome en el camino... Les digo que tendr¨¦ que dormir probablemente en una antena antes de llegar a Kabo, donde me informaron que hay un vigilante. Parecen entender.
Secretamente, deseo que pase un cami¨®n para que me transporte¡ Pero no ha aparecido ninguno desde el primer pinchazo. He tomado un desv¨ªo donde llevo horas sin presencia humana. No se lo digo a las mariposas. No quiero molestarlas. Pero preferir¨ªa un amigo humano.
Y entonces, sucede. Oigo un ruido. Desaparecen las mariposas. Me paro. Escucho atentamente. Es un veh¨ªculo. Y de ¨¦l descienden dos hombres. Al verlos, me exalto. Me emociono. Me lleno de j¨²bilo. Les conozco. Un conductor amigable que encontr¨¦ en Djaka y un compa?ero nuevo, Patrick. Respiro aliviado. Finalmente parece que se me brinda otra oportunidad de llegar a destino. Y de apartar de nuevo la eterna soledad.
Soledad¡ Gran compa?era. Para ser viajero debes conocerla. Y disfrutarla. O te acaba consumiendo. Pues durante el viaje, se producen muchos encuentros. Algunos intensos¡ profundos. Pero fugaces. Despu¨¦s de todo encuentro, vuelve el camino y la soledad de nuevo con ¨¦l.
Aqu¨ª en ?frica¡ la soledad a veces me abruma. El continente es grande. Y el camino, solitario. Pues yo soy Le blanc¡ Soy Mundele¡ el mono en la luna. Soy el explorador, el buscador solitario que abre camino. Soy el extra?o, el Pirata del tiempo, que en su velero, busca la luz surcando el cielo.
Y es as¨ª, que al emprender el camino de nuevo, buscar¨¦. Este nuevo momento de amistad. Este nuevo conocimiento. Este par¨¦ntesis de soledad acompa?ada. Este Afri-k, este Mesmin, este Rafi, este Patrick¡ este nuevo hermano de sangre en el camino.
(continuar¨¢)
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Si quer¨¦is seguir mis aventuras, ir¨¦ alternando art¨ªculos en el Blog de ?frica no es un pa¨ªs y en el m¨ªo, Algo M¨¢s que un viaje. Donde tambi¨¦n encontrar¨¦is otras secciones como Un mundo mejor, donde escribo art¨ªculos, ejemplos y propuestas en pos de un mundo m¨¢s humano. Os invito a conocerla ah¨ª.
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