Literatura de terror farmac¨¦utica
HAC?A YA a?os que no le¨ªa los prospectos de los medicamentos. Antes los miraba con atenci¨®n para saber qu¨¦ inger¨ªa, cu¨¢les ser¨ªan los beneficios y los (habitualmente) escasos riesgos. Estos ocupaban por lo general poco espacio, y se daba por supuesto que los buenos efectos superaban con creces a los improbables adversos. Pero los prospectos ¨Ccomo los manuales de instrucciones de cualquier aparato, desde una m¨¢quina de afeitar hasta una televisi¨®n¨C empezaron a alargarse con desmesura. Hoy requieren varias horas de lectura y se parecen a las Memorias de ultratumba de Chateaubriand, no s¨®lo por su extensi¨®n sino por la adecuaci¨®n de su contenido a ese t¨ªtulo. El demencial crecimiento de las advertencias se debe sin duda a una de las plagas de nuestro tiempo: la proliferaci¨®n de abogados tramposos y de ciudadanos estafadores, dispuestos a demandar a cualquier compa?¨ªa o producto por cualquier menudencia. Son conocidos los casos grotescos: en las instrucciones de los microondas hay que especificar que no valen para secar al perrito despu¨¦s de su ba?o, o en las de las planchas que ¨¦stas no se deben aplicar a la ropa mientras la lleva uno puesta. Probablemente hubo cenutrios a los que se les ocurrieron semejantes sandeces. En lugar de ser multados por su necedad incontrolada, interpusieron una demanda por no hab¨¦rseles prevenido con claridad contra su memez extrema (se sol¨ªa dar por descontada la sensatez m¨¢s elemental en la gente); un artero abogado los apoy¨® y un juez contaminado de la idiotez ambiente fall¨® a su favor y contra la cordura. El resultado es que ahora todos los productos han de advertir de los peligros m¨¢s estramb¨®ticos y peregrinos, someti¨¦ndose a la dictadura de los tarugos mundiales sobreprotegidos.
Si uno lee un prospecto, lo normal es que no se tome ni una p¨ªldora, tal es la cantidad de males que pueden sobrevenirle.
Lo mismo, supongo, sucede con las medicinas. Si uno lee un prospecto, lo normal es que no se tome ni una p¨ªldora, tal es la cantidad de males que pueden sobrevenirle. Son tan disuasorios que resultan in¨²tiles. Bien, me recetaron unas pastillas para algo menor. Las tom¨¦ seis d¨ªas y me sent¨ª an¨®malamente cansado. As¨ª que, contra mi costumbre, mir¨¦ la ¡°informaci¨®n para el usuario¡±, seguro de que la fatiga figurar¨ªa entre los efectos secundarios. Me encontr¨¦ con una s¨¢bana escrita con diminuta letra por las dos caras. El apartado ¡°Advertencias y precauciones¡± ya era largo, y desaconsejaba el medicamento a quien padeciera del coraz¨®n, del h¨ªgado, de los ri?ones, diabetes, tensi¨®n ocular alta y qu¨¦ s¨¦ yo cu¨¢ntas cosas m¨¢s. Pero esto era un aperitivo al lado del cap¨ªtulo ¡°Posibles efectos adversos¡±, dividido as¨ª: a) ¡°Poco frecuente (puede afectar hasta a 1 de cada 100 personas)¡±; b) ¡°Raro (hasta a 1 de cada 1.000)¡±; c) ¡°Desconocido (no se puede determinar la frecuencia a partir de los datos disponibles)¡±. Luego ven¨ªa otra tanda, dividida en: a) ¡°Muy frecuente (m¨¢s de 1 de cada 10)¡±; b) ¡°Frecuente¡±; c) otra vez ¡°Poco frecuente¡±; d) otra vez ¡°Desconocido¡±. La exhaustiva lista lo inclu¨ªa casi todo. Piensen en algo, f¨ªsico o ps¨ªquico, leve o grave, inconveniente o alarmante, denlo por mencionado. Desde ¡°erecciones dolorosas (priapismo)¡± hasta ¡°flujo de leche en hombres (?) y en mujeres que no est¨¢n en periodo de lactancia¡±. Desde ¡°convulsiones y ataques¡± hasta ¡°sue?os anormales¡± (me pregunto cu¨¢les considerar¨¢n ¡°normales¡±), ¡°p¨¦rdida de pelo¡±, ¡°aumento de la sudoraci¨®n¡± y ¡°v¨®mitos¡±. Desde ¡°hinchaz¨®n de la piel, lengua, labios y cara, brazos y piernas¡± hasta ¡°pensamientos de matarse a s¨ª mismo¡± (el espa?ol deteriorado est¨¢ por doquier: normalmente bastaba con decir ¡°matarse¡±; claro que nada extra?a ya cuando uno ha o¨ªdo o le¨ªdo en numerosas ocasiones ¡°autosuicidarse¡±, lo cual ser¨ªa como matarse tres veces). De ¡°urticarias¡± a ¡°chirriar de dientes¡±. De ¡°aumento anormal de peso¡± a ¡°disminuci¨®n anormal de peso¡±. De ¡°alegr¨ªa desproporcionada¡± a ¡°desfallecimiento¡±.
Huelga decir que al sexto d¨ªa dej¨¦ las pastillas. Por suerte nada de lo amenazante me hab¨ªa ocurrido, cansancio aparte. Pero ya me dir¨¢n con qu¨¦ confianza u optimismo puede uno ingerir algo de lo que espera beneficio y no maleficio. Lo que m¨¢s me llam¨® la atenci¨®n fue el subapartado ¡°Efectos adversos desconocidos¡±. Deduzco que ning¨²n paciente se ha quejado a¨²n de los da?os en ¨¦l descritos. Pero, por si acaso surge alguno un d¨ªa, mejor incluir todo lo posible. Eso, obviamente, es infinito. As¨ª que m¨¢s vale que aportemos todos ideas. ?Y si aumento de estatura y me convierto en un Gulliver entre liliputienses? ?Y si disminuyo y me convierto en El incre¨ªble hombre menguante, aquella obra maestra del cine? ?Y si cambio de sexo? ?Y si me salen pezu?as o se me ponen rasgos equinos? ?Y si me transformo en cerdo y acabo hecho jamones? No se priven, se?ores de las farmac¨¦uticas, a la hora de imaginar horrores que los blinden contra los quisquillosos sacadineros. De momento ya han conseguido que nadie lea sus prospectos, y que, si lo hace, renuncie de inmediato a mejorar o a curarse con sus tan fieros productos.
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