El rapto del Partido Republicano
El auge pol¨ªtico de un magnate xen¨®fobo y racista se produce por el suicidio del Partido Republicano
El sorprendente e inesperado camino de Donald Trump a la presidencia de la primera potencia mundial no comenz¨® hace meses con un proceso de primarias accidentado y lleno de provocaciones, sino hace ocho a?os, con un lento secuestro en toda regla del Partido Republicano, que ahora se ve ante el tortuoso dilema de tener que ejercer el control de su propio candidato desde un poder legislativo sobre el que recae la responsabilidad de evitar el naufragio de todo un sistema nacido y consolidado despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial.
Hace ocho a?os en cuanto Barack Obama logr¨® la nominaci¨®n del partido dem¨®crata, un grup¨²sculo de votantes conservadores dio credibilidad a una serie de rumores seg¨²n los cuales el candidato habr¨ªa nacido en Kenia, Indonesia o cualquier otro pa¨ªs extranjero. Era una forma de racismo que no se atrev¨ªa del todo a serlo. Por su color de piel, por sus ideas, por su historia familiar (su padre naci¨® en Kenia) Obama se desviaba de las esencias norteamericanas, necesarias para llegar a presidente.
?Qu¨¦ hizo entonces el Partido Republicano? Lo l¨®gico hubiera sido distanciarse de esas afirmaciones y dejar que los radicales quedaran en los m¨¢rgenes. Y a pesar de que esa hubiera sido la opci¨®n racional de un partido de Gobierno que dejaba atr¨¢s los ocho a?os de George W. Bush, sus l¨ªderes decidieron asomarse a aquel abismo. A John McCain, nominado republicano en 2008, le impusieron ¨Cy ¨¦l acept¨®¨C a una candidata a la vicepresidencia, Sarah Palin, que hizo de las dudas de la verdadera nacionalidad de Obama un discurso pol¨ªtico.
McCain y Palin perdieron, pero abrieron una grieta en el partido de Abraham Lincoln por la que entr¨® una legi¨®n de radicales, bajo la bandera del Tea Party, que ha logrado aupar a la presidencia del pa¨ªs a un magnate machista, xen¨®fobo y claramente nocivo para los intereses del pa¨ªs. Tomaban el nombre de su movimiento aquellos radicales de una revuelta contra la potencia colonial brit¨¢nica, iniciada en Boston en el siglo XVIII. Se sent¨ªan herederos de aquel esp¨ªritu rebelde, pero el nuevo poder colonial era Washington, la capital, y sus monarcas, pol¨ªticos supuestamente corruptos como los Clinton.
Un pu?ado de pol¨ªticos republicanos quiso sumarse al movimiento del Tea Party en contra de todo lo que representaba y promet¨ªa Obama: reforma sanitaria, regularizaci¨®n de inmigrantes, di¨¢logo internacional. Pero incluso los planteamientos ya de por s¨ª radicales de pol¨ªticos muy conservadores como Paul Ryan, Marco Rubio, Ted Cruz o Rick Santorum acabaron siendo demasiado moderados para unas bases enardecidas que exprimieron al partido hasta la agon¨ªa a trav¨¦s del proceso de primarias.
Cuando un pol¨ªtico no era lo suficientemente conservador, los votantes se movilizaban y le expulsaban de su cargo, obligando a muchos a convertirse en independientes o irse a casa. As¨ª somet¨ªan al partido a un chantaje con el que jubilaron a toda una generaci¨®n de veteranos acostumbrados al di¨¢logo y al bipartidismo. Y a pesar de todo, la agenda del Tea Party y las bases ultraconservadoras no acababa de implementarse: no desaparec¨ªan los impuestos, no descend¨ªa radicalmente el gasto p¨²blico, no se eliminaban todos los programas de seguridad social, no desaparec¨ªa Obama por arte de magia.
Cuando esas bases creyeron que el propio Partido Republicano era ya demasiado moderado, el abismo al que este se hab¨ªa asomado le devolvi¨® la mirada. Fue cuando un candidato como Donald Trump comenz¨® a pelear por la nominaci¨®n del partido. Amag¨® con ello en 2012. Entr¨® en la campa?a con una sola bandera: la de la duda del lugar de nacimiento de Obama. ¡°Si no naci¨® en EE UU, no puede ser presidente¡±, dijo en una entrevista a CNN. Finalmente, logr¨® ser candidato Mitt Romney, un centrista de ideas no muy diferentes a las de Obama, algo que le pas¨® factura.
Tras las dos derrotas de 2008 y 2012, el rapto del Partido Republicano se consum¨® en un ag¨®nico proceso de primarias de 2015, en las que todos los candidatos quedaron, uno tras otro, noqueados por los ataques indiscriminados de Trump, que no respet¨® ninguna norma de civismo pol¨ªtico o personal. A sus cr¨ªticos amenazaba con encerrarles. A las mujeres que le acusaban de acoso sexual las ridiculizaba por su aspecto f¨ªsico y promet¨ªa denunciarlas. Al presidente le somet¨ªa a un escarnio constante y a Hillary Clinton le advirti¨® de que la encarcelar¨ªa el primer d¨ªa de su presidencia, que comenzar¨¢ en enero.
En esa campa?a los l¨ªderes del Partido Republicano fueron marcando distancias respecto a Trump. Le hicieron el vac¨ªo presidentes como George Bush padre e hijo, antiguos ministros como Condoleezza Rice y congresistas en activo, noveles como Paul Ryan y veteranos como John McCain. Pero era tarde. El abismo ya se hab¨ªa tragado al viejo partido. El precio de llegar al poder fue renunciar a muchos de sus principios. Sin embargo, habiendo ganado el control del Capitolio, y dada la separaci¨®n de poderes en EE UU, es muy probable que a los viejos l¨ªderes republicanos les quede ahora la segunda oportunidad de hacerle la oposici¨®n a su propio candidato.
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