El ¨¢ngel exterminador
Ricky Martin anunci¨® su compromiso el D¨ªa de la Tolerancia
El martes, caminando por la Quinta Avenida en Nueva York, unas espa?olas muy simp¨¢ticas me pidieron un selfie. ¡°Con la Trump Tower detr¨¢s, porfis¡±, dijeron. Con amabilidad me negu¨¦, porque quer¨ªa subir un Instagram con la torre dorada y yo no deseaba que las chicas me fastidiaran esa exclusiva. Result¨® bastante imposible, la acera entre las calles 56 y 57 estaba a tope, ciudadanos de todas partes del mundo, votantes que protestaban y protestantes de religi¨®n que se arrancaban con gritos de ¡°hagamos Am¨¦rica grande otra vez¡±. Como si Am¨¦rica hubiese encogido. Como con nostalgia de la talla XL.
Vayas donde vayas en Manhattan, la conversaci¨®n siempre versa sobre Trump. Como un ¨¢ngel exterminador que arrasa y nos recuerda la pel¨ªcula de Bu?uel donde un grupo de invitados no consigue salir de la casa donde cenan. Sucede lo mismo con Donald, no puedes dejar de hablar de ¨¦l, de pensar en ¨¦l, de odiarle o amarle. Estamos atrapados en la era Trump. Los neoyorquinos aseguran que va a trasladar la Casa Blanca a la Trump Tower y, a simple vista, admites que cabr¨ªa todo el gobierno, la familia y a¨²n quedar¨ªa espacio para los bolsos, vestidos y zapatos de Melania. En la CNN est¨¢n dale que te pego con que Trump nombrar¨¢ a Giuliani, el alcalde que convirti¨® a Manhattan en un parque tem¨¢tico para adultos, como secretario de Estado. Y mientras eso se decide, van y vienen noticias de c¨®mo el multimillonario presidente colocar¨¢ a sus hijos varones y a su hija Ivanka en el gabinete. Un culebr¨®n. Un reality llamado La fiebre del oro.
No lejos del monolito dorado, fui a comer a la cafeter¨ªa del New York Times, uno de los sitios m¨¢s elegantes y excitantes de la ciudad. Solo puedes ir invitado por alguien del peri¨®dico y cada d¨ªa hay un pa¨ªs homenajeado en su men¨². Ese martes tocaba Francia y ped¨ª steak au poivre. Mi anfitriona explic¨® que el d¨ªa de las elecciones el pa¨ªs era Rusia. ¡°Una mala profec¨ªa¡±, susurr¨® antes de comentarme que ven¨ªa de una reuni¨®n editorial sobre c¨®mo tratar el tema Trump presidente. ¡°A veces pienso que acabamos de convertirnos en la oposici¨®n¡±. Y si faltaba algo m¨¢s, se ha desatado otra pol¨¦mica porque Ivanka Trump, la hija productiva (Tiffany es m¨¢s frivolona), anunci¨® que llevar¨ªa a la primera entrevista de televisi¨®n de su pap¨¢ en la CBS una pulsera de su l¨ªnea de joyas, valorada en 10.000 d¨®lares. ?Una futura residente de la Casa Blanca anunciando sus productos es algo in¨¦dito para los americanos! Ni los m¨¢s neoliberales lo hab¨ªan imaginado. Ni siquiera los cacahuetes de la familia Carter pudieron manejar tal nivel de merchandising. Lamentablemente, el protocolo en Washington tiende a ser inflexible: la Casa Blanca no es un centro comercial. Ivanka tiene que darse cuenta de que su situaci¨®n es justo la contraria a la del ministro Jorge Fern¨¢ndez. ?l sale a la fuerza y ella entra con fuerza. Ivanka ya no est¨¢ en la fase Instagram sino en la etapa gubernamental.
Mientras, en Londres, una vigilante Pamela Anderson, sin ba?ador pero con un envolvente abrigo XL sobre los hombros, le llev¨® una bella cesta de comida a Julian Assange, convertida en una nodriza rubia. El h¨¦roe cautivo de WikiLeaks contin¨²a asilado en un despacho del consulado de Ecuador desde 2012. Otro ¨¢ngel exterminador. No puede ni sacar el brazo por la ventana porque entonces lo deportan. ?Habr¨¢ aprendido espa?ol? En cualquier caso, las nutritivas visitas de Pamela han producido filtraciones y rumores de que los dos estar¨ªan a punto de convertirse en la nueva pareja vigilante y vegana. Es probable que Assange sea un fan de Los vigilantes de la playa. Y que ella lo vea como una rock star. ?Necesitamos m¨¢s Pamelas y menos Ivankas!
Hemos entrado en el cambio. Ya no es la era de Acuario. Es de la Superluna, que prefer¨ª no ver porque soy como los antiguos romanos que asociaban cosas terribles a cualquier rareza lunar. Y, sin embargo, en el D¨ªa de la Tolerancia, declarado por la ONU, Ricky Martin anunci¨® el compromiso con su novio sirio relatando con una mezcla de deleite y torpeza c¨®mo se equivoc¨® sacando el anillo durante la petici¨®n. Una mitad del pa¨ªs, aplaude. Y la otra, guarda silencio, empe?ados en que un compromiso no es nada hasta que haya boda. La verdad, me encantar¨ªa asistir. Y que, como en El ?ngel exterminador, tardemos mucho en salir de la fiesta.
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