Estaciones de Tokio
TOKIO ES LA CIUDAD m¨¢s poblada del mundo, 36 millones de personas viven en su ¨¢rea metropolitana, 14.000 personas por kil¨®metro cuadrado.
Setenta l¨ªneas de metro y tren unen la urbe. Lo m¨¢s curioso es que, siendo tan populosa, la ciudad resulta amable. Las estaciones de metro son silenciosas, la gente espera ordenadamente la llegada del convoy (que va automatizado, sin conductor) y no hay ni griter¨ªos. Nadie se quiere colar.
La principal es la llamada Estaci¨®n de Tokio, la entrada natural a la ciudad. Est¨¢ situada cerca del parque de Chiyoda y el palacio imperial. De hecho, fue construida all¨ª para que los emperadores hicieran uso de ella. El edificio de la estaci¨®n, de estilo europeo, construido en ladrillo rojo, recuerda a la arquitectura civil de Reino Unido. Qued¨® destruida en la Segunda Guerra Mundial, pero fue rehabilitada de manera fiel en la posguerra. Las avenidas m¨¢s anchas y espaciosas se encuentran en esta zona, el centro comercial Marunouchi, rodeado de rascacielos. Pero estos bulevares nada tienen que ver con el resto de la ciudad, donde las calles son m¨¢s bien estrechas, angulosas y muy concurridas.
¡°aunque haya mucha gente en la calle, no quiere decir que hablemos entre nosotros¡±, dice una traductora.
Como la estaci¨®n de Shibuya. En el hall llama la atenci¨®n el enorme mural (5,5 ¡Á 30 metros) del pintor vanguardista Taro Okamoto, titulado El mito del ma?ana. Representa el momento exacto de la explosi¨®n de una bomba at¨®mica. El cuadro, un cl¨¢sico del arte contempor¨¢neo japon¨¦s, se pint¨® en M¨¦xico en los sesenta, ya que el autor tuvo que salir del pa¨ªs, hastiado porque no entend¨ªan su manera de pintar, tan alejado del trazo cl¨¢sico nip¨®n. Realiz¨® el mural para un hotel que nunca se construy¨® y se perdi¨® su pista. En 2008 fue encontrado en una escombrera en Ciudad de M¨¦xico y restaurado e instalado en la estaci¨®n de Shibuya. Artistas como Takashi Murakami colaboraron en su reconstrucci¨®n. Ahora pasan miles de personas cada d¨ªa por debajo de este s¨ªmbolo antibelicista.
Afuera se encuentra el paso de cebra m¨¢s famoso del mundo, por donde cruzan m¨¢s de un mill¨®n de personas cada d¨ªa. Es m¨¢s espec?tacular de noche, cuando se iluminan todas las pantallas de los anuncios y est¨¢ repleto de gente que viene y va.
¨CJap¨®n es un pa¨ªs muy tecnol¨®gico ¨Cle digo a Nami Kaneko, mi traductora, cuando cruzamos por all¨ª¨C, incluso m¨¢s que Estados Unidos. Cualquier detalle da fe de ello. Pero, al mismo tiempo, la gente est¨¢ en la calle. No os qued¨¢is en casa.
¨CS¨ª, salimos, pero para ir a sitios. Aunque haya mucha gente en la calle, eso no quiere decir que hablemos entre nosotros.
Nami vive en Kichijoji, uno de los barrios m¨¢s habitables de Tokio. All¨ª se encuentra el precioso parque de Inokashira con su templo construido sobre el lago. Hay cientos de templos en Tokio. Entramos en la librer¨ªa 100 Hyakunen. Aunque Jimbocho es la famosa larga calle de las librer¨ªas de viejo, donde hay cientos de ellas, muchas peque?as han abierto ¨²ltimamente en la ciudad.
El librero me pregunta sobre los autores japoneses que conozco. Hablamos de las mujeres dormidas de Kawabata, de los infiernos de O¨¦, del incre¨ªble pesquero de Kobayashi y, c¨®mo no, de Haruki Murakami.
¨CAqu¨ª la gente no lo aprecia mucho. Da una imagen estereotipada del pa¨ªs. Antes, para los extranjeros, Jap¨®n era el universo de Mishima; ahora, el de Murakami. Hay muchos otros autores interesantes.
Salimos de la librer¨ªa para ir a cenar. En Tokio se ven multitudes cenando en la calle. El clima templado invita a ello.
¨C?Pedimos sushi? ¨Cpregunto.
¨CEl sushi es para ocasiones especiales ¨Ccontesta Nami¨C. Es como la paella, a nadie se le ocurre comer paella todos los d¨ªas. Aqu¨ª lo que gusta de verdad es el rabata, que son una especie de pinchos morunos japoneses.
Nos sentamos a cenar en un puesto. La gente bebe cerveza y r¨ªe.
Shimokitazawa es un peque?o barrio con muchos teatros y clubes con m¨²sica en vivo. Paseo por all¨ª un domingo por la ma?ana. A las doce tomo parte en una charla en la librer¨ªa Book and Beer, junto al escritor Ryuta Imafuku, profesor de la Universidad de Estudios Extranjeros de Tokio.
Encima de la mesa tenemos un despertador digital y cuando el reloj marca las doce empezamos sin esperar un segundo. Ryuta menciona a un pensador de las islas Fiji, Epeli Hau¡¯ofa. Seg¨²n ¨¦l, la peque?ez puede ser una manera de ser. Los peque?os pa¨ªses son, para Hau¡¯ofa, como las islas volc¨¢nicas del Pac¨ªfico. Una isla puede resultar peque?a vista desde la superficie del mar. Pero los volcanes, dentro del oc¨¦ano, son enormes.
En Morishita, cerca del r¨ªo Sumida que tanto lo inspiraba, se encuentra el museo del poeta cl¨¢sico japon¨¦s Matsuo Basho. Uno no puede pasear cerca del r¨ªo. No hay barandillas que den a ¨¦l, sino enormes muros construidos en toda la orilla. Son para evitar los da?os de los tsunamis.
A no muchas paradas de all¨ª est¨¢ el barrio m¨¢s incre¨ªble de Tokio, Shinjuku. Es el barrio de Lost in Translation y de muchas novelas de Murakami. Rascacielos, luces de ne¨®n, centros comerciales. All¨ª se encuentra el caf¨¦ Lavander¨ªa, en la zona 2 Chome. Es el mayor barrio LGTB de Jap¨®n. En la posguerra fue llamado Akazen, el barrio rojo. Muy cerca del caf¨¦ se encuentran las pocas calles que sobrevivieron a los bombardeos indiscriminados de los Aliados. De hecho, la ciudad fue devastada. El de Tokio es el m¨¢s mort¨ªfero que jam¨¢s ha habido: la noche del 9 al 10 de marzo de 1945 murieron m¨¢s de 100.000 personas.
Yumiko Sato, editora y activista, es una de las responsables del caf¨¦ Lavander¨ªa. Me cuenta que vivi¨® en los sesenta en el mismo edificio que Yoko Ono. All¨ª escribi¨® su famoso libro conceptual Grapefruit inspir¨¢ndose mientras miraba desde la ventana. Ahora, el edificio ya no existe y lo que ella ve¨ªa tambi¨¦n ha cambiado.
Participo en un recital de poes¨ªa. Al final, se abre el micr¨®fono para el p¨²blico. Un panadero poeta llamado Siji Mishima toma la palabra. Lee un texto sobre Siria: ¡°No bombardeen las panader¨ªas, / porque en ellas hay un horno antiguo, / pan reci¨¦n hecho / y gente que va a comprar ese pan. / All¨ª las manos amasan el pan, / no sujetan ametralladoras. / Por eso, no bombardeen las panader¨ªas¡±.
Salgo del local. En la puerta hay un cartel con una cita de Montserrat Roig: ¡°La cultura es, a largo plazo, lo m¨¢s revolucionario¡±. Qu¨¦ raz¨®n ten¨ªas, Montserrat.
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