Campanas en Belfast
El camino iniciado por el Papa de reconciliaci¨®n con el protestantismo es un modelo a seguir
El papa Francisco, llamado en la intimidad Jorge Mario Bergoglio, est¨¢ empe?ado en hacer aut¨¦nticas reformas en el funcionamiento de la Iglesia cat¨®lica. Lo que est¨¢ por ver a¨²n es que la sociedad a la que se dirige responda a sus grandes apuestas.
Primero ha sido la condena seria, no solo cosm¨¦tica, de una pr¨¢ctica enormemente extendida dentro de los muros de las iglesias: la pederastia, el abuso contra los menores, que fue una de las cosas m¨¢s condenadas por Cristo. Y, si no, recuerden su m¨¢s b¨¢rbaro anuncio de la piedra de molino atada al cuello de los que escandalizaren a un ni?o. La espl¨¦ndida pel¨ªcula Spotlight da cuenta de la eficacia con la que se ha encubierto durante a?os esa pr¨¢ctica nefasta.
Un crimen que solo se pod¨ªa producir en la Iglesia cat¨®lica, que incluye entre los poderes de su jerarqu¨ªa el de perdonar las ¡°flaquezas¡± terrenales, cuando se trata muchas veces de cr¨ªmenes.
Lutero conden¨® esta pr¨¢ctica del perd¨®n abusivo en 1516 y esa fue una de las razones por las que Le¨®n X empez¨® una guerra que ha sido casi eterna y ha afectado a toda la cristiandad. Bergoglio se ha metido en ese avispero, yendo a Suecia, a las festividades que han comenzado en la catedral de Lund para celebrar el 500? aniversario de la Reforma luterana.
La visita del Papa tiene una trascendencia enorme, que me parece que no ha sido lo bastante valorada ni por los cat¨®licos ni por el resto de los cristianos. En mi barrio, donde un psic¨®pata controla las campanas de la iglesia de San Ildefonso, que hace sonar enloquecidas con el menor motivo, no ha habido un solo toque que celebre una fecha tan se?alada, la que marca el d¨ªa en que un Papa dej¨® en evidencia a un antecesor en el cargo, que inici¨® una sanguinaria historia de asesinatos, quemas en la plaza p¨²blica, mutilaciones, torturas y una larga serie de atrocidades con el fin de proteger la corrupci¨®n y las prebendas que anidaban en la Santa Sede.
El p¨¢rroco de San Ildefonso no es peor que una gran parte de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica de Irlanda. All¨ª las campanas no han intentado, con su ta?ido insolente, acabar con el odio, con los muros que lo encarnan. Cat¨®licos y protestantes se pueden seguir odiando en Belfast, cuando lo l¨®gico ser¨ªa pensar que deber¨ªan estar abraz¨¢ndose por todas las esquinas y tirando juntos los muros que dividen la ciudad, para ¡°dar seguridad a los vecinos¡±.
Bergoglio ha empezado, mejor dicho, ha recomenzado un camino ya iniciado por Juan XXIII, que era otra buena persona, y truncado por varios fundamentalistas, el ¨²ltimo llamado Benedicto XVI. Ese camino lleva al final de una guerra civil que ha desangrado Europa durante siglos. Y en Irlanda, donde la confrontaci¨®n se disfraz¨® de pol¨ªtica, y lleg¨® a su mayor cota de odio, no parece que se haya producido el efecto que el gesto del Papa merece que le ofrezcan. Los cat¨®licos, los papistas, por haber recibido el mensaje de que deben perdonar, y los protestantes, porque han recibido un gran mensaje de reconstrucci¨®n y generosidad. Los dos bandos podr¨ªan ahora reiniciar un camino que les permitiera ir juntos a Europa para discutir si Apple debe o no pagar impuestos. Preocuparse juntos por Europa, imaginando que el Brexit es solo cosa de ingleses.
Bromas aparte, Belfast no es mal sitio para que el papa Francisco prosiga su particular campa?a para pacificar Europa definitivamente. Espa?a, que fue la campeona de la Contrarreforma, saldr¨ªa beneficiada de una cruzada as¨ª. El PNV, por ejemplo, podr¨ªa eliminar de su historia la pretensi¨®n de que el Papa ocupara la jefatura de un aranista Estado euskald¨²n.
Porque el engendro que el catolicismo ha formado en tantos siglos con el jefe fuera de control terrenal ha ido llenando de disparates el desv¨¢n de la historia: es cierto que la pr¨¢ctica de quemar herejes en las plazas se acab¨® por fortuna hace tiempo, pero tambi¨¦n es cierto que un Papa superdotado con los poderes incontestables de la infalibilidad, como P¨ªo IX, declar¨® a Mar¨ªa virgen eterna, y los cat¨®licos tienen que trag¨¢rselo.
Bergoglio ha emprendido una senda cuyos fines son admirables y sus resultados a¨²n parecen inciertos. Empezar por reconocer que Lutero, el antes declarado mayor hereje de la historia, era un persona decente, no est¨¢ mal.
Luego viene Trump. Cuando suenen las campanas en Belfast.
Jorge M. Reverte es escritor y periodista.
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