Tensi¨®n con Turqu¨ªa

Desde el fallido golpe de Estado del pasado mes de julio, el Gobierno de Erdogan, aprovechando la proclamaci¨®n del estado de emergencia, se ha embarcado en una ola de represi¨®n cuyas proporciones han generado una enorme preocupaci¨®n. En concreto, adem¨¢s de las 40.000 personas que han sido detenidas, 31.000 de las cuales siguen encarceladas, se ha suspendido de sus funciones o despedido a 129.000 empleados p¨²blicos, incluyendo a 2.386 jueces y fiscales.

Es obvio que dichas medidas represivas no se dirigen solo contra aquellos directamente involucrados en el golpe, sino contra numerosos colectivos, periodistas entre ellos, pero tambi¨¦n diputados de la oposici¨®n, por completo ajenos a la fallida asonada y cuyo ¨²nico delito es querer ejercer el papel de oposici¨®n democr¨¢tica a un presidente en evidente deriva autoritaria.

Hace por tanto bien el Parlamento Europeo en pronunciarse con toda firmeza contra estas pr¨¢cticas represivas, que sin duda representan una clara violaci¨®n no solo de los derechos y libertades establecidos en la propia Constituci¨®n turca sino de los convenios europeos sobre derechos humanos de los que Turqu¨ªa es parte, as¨ª como de los tratados firmados entre ella y la Uni¨®n Europea.

Pero tan evidente como que la Turqu¨ªa de Erdogan en modo alguno cumple los criterios para ser miembro de la UE (de ah¨ª que la suspensi¨®n de las negociaciones de adhesi¨®n con la UE sea solo simb¨®lica) es el hecho de que los Gobiernos europeos necesitan mantener abierta y en pleno funcionamiento una v¨ªa de di¨¢logo con Ankara en dos aspectos esenciales: la cooperaci¨®n policial y judicial contra el terrorismo yihadista y la colaboraci¨®n en la gesti¨®n de los flujos de inmigraci¨®n, refugio y asilo; en los dos asuntos Turqu¨ªa es un pa¨ªs de tr¨¢nsito, y por tanto clave. Europa hace bien en mostrar firmeza, pero no debe llevar las relaciones con Turqu¨ªa a un punto de ruptura irreversible.