Yo soy la revoluci¨®n
Los frutos del castrismo fueron la ineficacia econ¨®mica y la autocracia del caudillismo
![Fidel Castro, durante un discurso en La Habana en la d¨¦cada de los setenta.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/PPMEIZZ3OMNGHUDDO35NBJBKLI.jpg?auth=a67514a79b59d1db8b712bf1d84178da9eba3043f0db9f41c698bec570d5462b&width=414)
Fidel gobierna Cuba como si fuera una hacienda de su propiedad¡±, afirmaba hace a?os uno de sus adversarios pol¨ªticos encarcelado, confirmando la idea de Carlos Franqui, que fuera inicialmente su colaborador pol¨ªtico como director de Revoluci¨®n. El sentido autocr¨¢tico que caracteriz¨® a su forma de ejercicio del poder encuentra un claro antecedente en la figura de su padre, soldado espa?ol que regresa a la Isla y que rige con mano de hierro su hacienda en Bir¨¢n, al este de Cuba, con 10.000 hect¨¢reas, siendo se?or de vidas y bienes de sus trabajadores haitianos. Tambi¨¦n su padre le inspira un rasgo propio del campesino gallego: su desprecio al bienestar material y al comercio, y posiblemente tambi¨¦n la estimaci¨®n de la profesi¨®n m¨¦dica.
Es un sentido del poder que cobra contenido pol¨ªtico, y dimensi¨®n violenta, en sus a?os de estudiante universitario, una vez que sus formas de actuaci¨®n, con una excelente ret¨®rica parlamentaria y los usuales valores del orden y la disciplina, han sido moldeados durante sus a?os entre los jesuitas del elitista Colegio de Bel¨¦n en La Habana. Fue desde el principio un l¨ªder, apasionado por la pol¨ªtica y la historia. Alejandro Magno, en correspondencia con su segundo nombre, fue principal, referente: el gran conquistador, al cual se unir¨¢n como fruto de sus lecturas en la c¨¢rcel Marx y Lenin, de quienes admirar¨¢ ¡°lo bien que aplastaban a sus enemigos¡±. De paso hay que advertir su total distanciamiento de la econom¨ªa, sin cobrar a sus clientes populares y dispuesto siempre a aprovechar la generosidad de sus amigos, seg¨²n me contaba su entonces amiga Martha Frayde, su habitual cocinera vespertina, a quien conden¨® m¨¢s tarde a varios a?os de c¨¢rcel. De hecho Fidel nunca tuvo verdaderos amigos, con la excepci¨®n de Celia S¨¢nchez, desde los d¨ªas de la sierra a la muerte de ella en 1980.
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La vida pol¨ªtica en La Habana de 1950 no favorec¨ªa la admiraci¨®n por la democracia representativa. Por eso el mismo Fidel que evoca la libertad democr¨¢tica anterior al golpe de Batista en La historia me absolver¨¢, ataca all¨ª mismo ¡°la politiquer¨ªa¡±. Su extraordinaria habilidad para la maniobra le permitir¨¢ jugar una baza, la democr¨¢tica, escondiendo la otra, la dictatorial. Se lo explica a Melba Hern¨¢ndez desde la c¨¢rcel batistiana para regular los tratos con otros opositores: hay que llevarse bien con ellos, ¡°para luego aplastarlos como cucarachas¡±. El juego del gobierno burgu¨¦s en el triunfo de la revoluci¨®n, a efectos de reconocimiento internacional, para un mes m¨¢s tarde forzar su dimisi¨®n y ejercer directamente el mando fue una primera obra maestra, precedida unos d¨ªas por un hito siempre olvidado, el decreto de 7 de febrero de 1959, que sorprende hasta a los comunistas, y sustituye la Constituci¨®n de 1940 por las bases de su r¨¦gimen.
Poco despu¨¦s, para librarse del presidente liberal Urrutia, el juez que vot¨® a favor suyo tras el asalto al cuartel de Moncada en 1952, Fidel inventa el golpe de Estado por televisi¨®n, refrendado por movilizaciones de masas que obligan a Urrutia a dimitir y a huir. El pretexto hab¨ªa sido una dimisi¨®n suya como primer ministro, no como jefe del Ej¨¦rcito, anunciada en Revoluci¨®n por orden suya y que incluso Ra¨²l desconoc¨ªa. La pol¨ªtica era para ¨¦l un juego con un solo jugador. Y jugador implacable, como constatar¨¢n todos sus adversarios, incluido un Partido Comunista, el PSP, que utiliza como ¨²nico instrumento disponible en 1959 si desea evitar el pluralismo del Movimiento 26 de Julio, y para propiciar la ayuda sovi¨¦tica, pero al que descabeza para evitar la consolidaci¨®n de una alternativa regida desde Mosc¨². El libro Un asunto sensible, de M. Barroso, lo cuenta muy bien.
Al modo de una versi¨®n cubana del mao¨ªsmo, Fidel busca el fundamento de su poder en las masas, ese pueblo cubano que agita con sus interminables discursos en una ¡°democracia de la plaza p¨²blica¡±, y al que de paso controla con una permanente represi¨®n, apoyado en los Comit¨¦s de Defensa de la Revoluci¨®n, un invento de inspiraci¨®n peronista, y con una estructura pol¨ªtica y parapolicial omnipresente. Es un esquema totalista, donde resulta preciso que ¡°el poder popular¡± quiera lo que quiere Fidel.
Todo ello en nombre de un gran prop¨®sito: cumplir la tarea de revoluci¨®n nacional auspiciada por Jos¨¦ Mart¨ª. Solo que Mart¨ª consideraba esa misi¨®n como esencialmente democr¨¢tica, y para Fidel la democracia carecer¨¢ de sentido. Con su poder personal, bastaba en todos los planos. De ah¨ª que sus frutos fuesen la ineficacia econ¨®mica y la autocracia propia de un caudillismo.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica.
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