La posverdad est¨¢ en tu cerebro
Los sesgos cognitivos nos dejan a merced de las mentiras de los pol¨ªticos a los que votamos
En octubre de 1924, la Casa Blanca vivi¨® un acontecimiento revolucionario: el presidente Calvin Coolidge invit¨® a desayunar a lo m¨¢s vistoso del star-system del cine de la ¨¦poca. Esa convocatoria pionera, que fascin¨® a los periodistas, se hizo para combatir la imagen de ¡°taciturno¡± que los votantes ten¨ªan de Coolidge, que se enfrentaba a la reelecci¨®n en unas semanas. La idea fue de Edward Bernays, pionero de las relaciones p¨²blicas y sobrino de Sigmund Freud. Bernays hab¨ªa comprendido gracias al trabajo de su t¨ªo la decisiva influencia de determinados procesos psicol¨®gicos: hay emociones que calan en las masas mucho mejor que la informaci¨®n. Hab¨ªa probado que funcionaba para la publicidad consumista y tambi¨¦n, por qu¨¦ no, pod¨ªa funcionar en los procesos electorales. Coolidge gan¨®. Y hoy sabemos que hay innumerables prejuicios instintivos, los llamados sesgos cognitivos, que nos influyen inconscientemente cuando procesamos informaci¨®n pol¨ªtica.
Preguntados por las contradicciones de sus l¨ªderes, los votantes partidistas activaban las partes de su cerebro asociadas a la regulaci¨®n de las emociones, no al razonamiento
No es una simple percepci¨®n, lo hemos visto en nuestros cerebros. Durante las elecciones presidenciales de 2004, sometieron a unos cuantos votantes de EE UU a una peque?a tortura en la camilla de una m¨¢quina de resonancia magn¨¦tica que le¨ªa sus cerebros. A votantes dem¨®cratas les presentaban unas frases contradictorias de su candidato, John Kerry, que mostraban que estaba siendo deshonesto. Y a votantes republicanos lo mismo, pero con George W. Bush. Preguntados por esas contradicciones, los votantes partidistas activaban las partes de su cerebro asociadas a la regulaci¨®n de las emociones, no al razonamiento. Su respuesta ven¨ªa de las entra?as, no del fr¨ªo an¨¢lisis de las oraciones.
Preferimos que las noticias nos den la raz¨®n y en caso contrario ya nos encargamos de que los datos encajen en nuestros esquemas mentales. En la d¨¦cada de 1990, la psic¨®loga social Ziva Kunda consolid¨® el concepto del razonamiento motivado: ¡°Existen pruebas considerables de que es m¨¢s probable que las personas lleguen a las conclusiones a las que desean llegar¡±, escribi¨®. Esto es algo que hacemos constantemente en pol¨ªtica: ante una corruptela del partido que votamos, pensamos en c¨®mo limitar su importancia; si es del partido rival, convertiremos de inmediato la an¨¦cdota en categor¨ªa.
El `fact-checking? no sirve
En los ¨²ltimos a?os han surgido numerosos experimentos de fact-checking o verificaci¨®n de las afirmaciones de los pol¨ªticos. En la campa?a de 2012, Barack Obama dijo falsedades en el 25% de sus afirmaciones, seg¨²n Politifact. Su rival, Mitt Romney, lleg¨® al 40%. Donald Trump ha alcanzado el 70%, pero eso no le ha importado a los votantes republicanos, aunque le hayan pillado en casi todas las mentiras. La mayor¨ªa reconoce que si un medio da noticia de una falsedad de su l¨ªder, prefieren creerle a ¨¦l antes que la noticia, seg¨²n una encuesta de YouGov (PDF).
¡°Estamos descubriendo que la mentira es una din¨¢mica social, y es en ese marco en el que se decide lo que es aceptable o no¡±, explica Dan Ariely
Los sesgos cognitivos nos empujan a analizar m¨¢s duramente los renuncios del grupo rival y a justificar los del nuestro, para no tener que poner en entredicho nuestro esquema de valores. ¡°Lo que estamos descubriendo es que la mentira es una din¨¢mica social, y es en ese marco en el que se decide lo que es aceptable o no¡±, explica a Materia Dan Ariely, investigador de la Universidad de Duke y uno de los mayores expertos en los condicionantes psicol¨®gicos de las mentiras.
En uno de sus experimentos, Ariely somet¨ªa a los estudiantes de la Universidad de Cornell a una prueba de matem¨¢ticas en la que pod¨ªan hacer trampas, mintiendo sobre sus respuestas acertadas, para conseguir m¨¢s dinero del merecido. En esta prueba, casi todos los sujetos mienten un poquito, lo que consideran aceptable. Luego se analiz¨® qu¨¦ pasar¨ªa cuando los estudiantes observaban a un compa?ero mintiendo descarada e impunemente para conseguir mucho m¨¢s premio. El resultado es que todos mintieron m¨¢s; el grupo hab¨ªa aumentado su nivel de tolerancia a la deshonestidad. M¨¢s adelante se repiti¨® este escenario, pero vistiendo al supermentiroso con la sudadera de la universidad rival, la de Pittsburgh. La consecuencia fue que el grupo redujo su tolerancia a la mentira y dej¨® de hacer trampas, aun sabiendo que perd¨ªan dinero.
Cuanto m¨¢s conocimientos pol¨ªticos tienen los ciudadanos m¨¢s sesgada es su lectura de la realidad en favor de sus posiciones
En nuestra tribu consentimos cierto nivel de mentiras e incluso nos dejamos contagiar; pero al atribuir la mentira a la tribu rival (la Universidad de Pittsburgh), la falta de honestidad se convierte en un acto deleznable con el que no queremos que se nos relacione. Da igual que a los dem¨®cratas les indignen las mentiras de Trump si los republicanos est¨¢n dispuestos a consentirlas en virtud de un objetivo m¨¢s importante: que los suyos lleguen a la Casa Blanca. En un entorno cada vez m¨¢s polarizado, estos sesgos tienen mucha m¨¢s fuerza.
Adem¨¢s, existe un problema a?adido: aportar m¨¢s informaci¨®n puede resultar contraproducente. Brendan Nyhan, polit¨®logo de la Universidad de Darmouth, lleva mucho tiempo estudiando c¨®mo vencer los sesgos de la gente, como con los antivacunas. Sus hallazgos muestran que en muchos casos se refuerza la posici¨®n del sujeto cuando se trata de corregir a alguien ofreciendo m¨¢s datos para sacarle de su error. Parad¨®jicamente, otro de sus estudios mostr¨® que cuanto m¨¢s conocimientos pol¨ªticos ten¨ªan los ciudadanos m¨¢s sesgada era su lectura de la realidad en favor de sus posiciones.
La pendiente resbaladiza de las mentiras
¡°Tenemos que agravar las consecuencias para la reputaci¨®n y hacer que cambien los incentivos para hacer declaraciones falsas. En este momento, vale la pena ser escandaloso, pero no ser sincero¡±, aseguraba Nyhan en The Economist.
Ariely ¡ªautor de Por qu¨¦ mentimos, de Ariel¡ª coincide en el an¨¢lisis: ¡°Lo que ha pasado en las recientes elecciones en EE UU es que ha cambiado dr¨¢sticamente lo que es aceptable¡±. Y se muestra pesimista por lo que ha aprendido de sus estudios. ¡°Lo que me preocupa es que no hay marcha atr¨¢s. Una de las cosas que sabemos sobre la deshonestidad es que es una pendiente resbaladiza y una vez que entras en una mala situaci¨®n no hay salida. Creo que va a ir a peor y peor¡±, asegura.
¡°Lo que comienza con peque?os actos de deshonestidad puede convertirse en transgresiones m¨¢s grandes¡±, conclu¨ªa el estudio
En mayo de este a?o, Ariely public¨® junto con un grupo de especialistas un llamativo estudio sobre c¨®mo el cerebro se adapta a nuestras mentiras. Publicado en Nature Neuroscience, el experimento mostraba c¨®mo la reacci¨®n de la am¨ªgdala, muy sensible ante el comportamiento deshonesto, iba reduci¨¦ndose con la repetici¨®n de esa conducta. El cerebro es flexible por definici¨®n y termina acostumbr¨¢ndose a cualquier novedad, por inc¨®moda que sea, si se reitera. De ah¨ª la famosa pendiente resbaladiza de las mentiras: ¡°Lo que comienza con peque?os actos de deshonestidad puede convertirse en transgresiones m¨¢s grandes¡±, conclu¨ªa el estudio. Un gran mentiroso patol¨®gico comenz¨® a domesticar su cerebro con una peque?a mentirijilla.
Todo esto no supone que seamos incapaces de denunciar las mentiras de los nuestros, solo que hace falta ser consciente de que los sesgos y los prejuicios tambi¨¦n nos influyen en cuestiones pol¨ªticas. Como en el f¨²tbol, nos cuesta m¨¢s reconocer que nuestro jugador ha cometido un penalti. Esta semana, Donald Trump aplaz¨® sine d¨ªe, por falta de tiempo, una decisiva rueda de prensa en la que iba a explicar sus conflictos de intereses como empresario y presidente. Unas horas despu¨¦s recib¨ªa al cantante Kanye West y se hac¨ªa unas fotos con ¨¦l, para alegr¨ªa de los medios.
La esperanza medi¨¢tica
Al analizar c¨®mo procesamos las mentiras de los pol¨ªticos hay que tener en cuenta, adem¨¢s, que no nos llegan en bruto: generalmente ya aparecen en nuestro men¨² informativo convenientemente procesada por los l¨ªderes de opini¨®n que elegimos para cocinarlas. As¨ª incluso nos ahorramos el esfuerzo de buscar justificaciones: la cadena de turno nos hace el trabajo sucio de evitarnos la disonancia cognitiva.
Por eso un estudio publicado en noviembre ofrece una nueva esperanza. Enfrentados a noticias de dudosa veracidad, los j¨®venes ca¨ªan en sus sesgos y cre¨ªan lo que conven¨ªa al color de las lentes de su ideolog¨ªa. Y como en las investigaciones de Nyhan, cuanto m¨¢s sab¨ªan de pol¨ªtica, m¨¢s se dejaban enga?ar. Sin embargo, hab¨ªa un factor que ayudaba a los j¨®venes a evitar las noticias falsas: tener conocimientos sobre periodismo, sobre c¨®mo se construye una noticia veraz, les permit¨ªa distinguir informaci¨®n de calidad y art¨ªculos que solo pretenden desinformar. Esta "alfabetizaci¨®n medi¨¢tica" acercaba a los j¨®venes estudiados a una posici¨®n de "lealtad cr¨ªtica", al ser capaces de "escrutar un argumento incluso cuando ese argumento se alinea con sus preferencias partidistas".
En cualquier caso, es llamativo comprobar la vigencia de otro sesgo. Buena parte de los estadounidenses cree que las noticias falsas est¨¢n confundiendo a la opini¨®n p¨²blica. Sin embargo, una mayor¨ªa aplastante de la poblaci¨®n asegura que ellos s¨ª saben reconocer esas noticias falsas, seg¨²n un estudio de Pew. Est¨¢n enga?ando a la gente, pero a ellos no, claro.
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