?Democracias para ni?os?
El problema es la miop¨ªa del votante, su infantilismo. Reclamamos medidas contra el cambio clim¨¢tico con nuestros radiadores a todo trapo; condenamos el cotilleo y nos abalanzamos sobre las revistas de peluquer¨ªa, como cuando Clinton y la becaria
No hay que llorar, hay que saber perder¡±. Los informativos deber¨ªan abrir con el conocido bolero. Todav¨ªa est¨¢n frescas las insinuaciones de Podemos sobre la manipulaci¨®n electoral. Como Trump pocos d¨ªas antes de las elecciones. Descalificaban el reglamento por temor al resultado. Normal. M¨¢s inexplicable, descartada la esquizofrenia, resulta la reacci¨®n de aquellos que mientras defienden el refer¨¦ndum en Venezuela reniegan del procedimiento en Colombia, el Reino Unido o Italia.
Otros art¨ªculos del autor
La condena incondicional resulta precipitada. Mediante referendos se aprob¨® la Constituci¨®n y se ech¨® a Pinochet. El problema es su calidad, que depende de cosas como la naturaleza y la claridad de la pregunta, la participaci¨®n, la previa discusi¨®n, etc¨¦tera. Obviamente, no resultan leg¨ªtimos cuando cercenan derechos fundamentales. Unos ciudadanos (hombres, blancos, catalanes) no pueden votar desproveer a otros (mujeres, negros, otros espa?oles) de sus derechos de ciudadan¨ªa en una parte o en todo el territorio pol¨ªtico compartido. Otras veces, pues depende. En realidad, muchos argumentos aducidos contra los referendos descalificar¨ªan tambi¨¦n a las democracias: toda votaci¨®n, incluidas las parlamentarias, al final, es dicot¨®mica: s¨ª/no; los parlamentarios padecen sesgos cognitivos o informativos; la manipulaci¨®n estrat¨¦gica es una posibilidad y hasta un h¨¢bito parlamentario; la incompetencia agregada de los votantes no es inferior a la de los representantes.
Da lo mismo. Porque la desconfianza se extiende a la democracia tout court. En foros de Podemos (Plaza Podemos) se ha propuesto reconsiderar el voto de los ancianos. Como en la defensa de la autodeterminaci¨®n, una vez m¨¢s en compa?¨ªa de Hayek: deber¨ªan incluirlo entre sus cl¨¢sicos, con Laclau y dem¨¢s; al menos, mejorar¨ªa el promedio. Tambi¨¦n en la academia seria circulan argumentos antidemocr¨¢ticos. Brian Caplan, en The Myth of the Rational Voter, sostiene que no podemos esperar mucho de unos votantes inevitablemente irracionales, entregados a sesgos que les impiden reconocer cosas como el beneficio del comercio o de la inmigraci¨®n. Por su parte, Jason Brennan, quiz¨¢ el ¡°libertario¡± reciente m¨¢s vertebrado, en The Ethics of Voting, sostiene que, si creemos que la democracia es un m¨¦todo para seleccionar a los mejores gobernantes o las mejores pol¨ªticas, tal vez debamos reconsiderar el derecho al voto de los ciudadanos con menos luces o virtudes. Recientemente, Ch. Achen y L. Bartels, en Democracy for Realists, nos han mostrado que, adem¨¢s de ignorancia, los votantes pecan de inconsistencias ideol¨®gicas y de memoria de pez, de que son incapaces de castigar a resultado pasado, retrospectivamente, a los ineptos.
Como nadie gana elecciones con malas noticias, las burbujas financieras se disimulan
Alguna raz¨®n tienen. En ?Idiotas o ciudadanos? explor¨¦ estas irracionalidades y el dilema al que parecen abocarnos: populismo o tecnocracia. Soluciones se intentan. Instituciones como los tribunales constitucionales o, en otro sentido, los bancos centrales buscan prevenirnos contra lo peor de nosotros mismos, contra decisiones colectivas suicidas: excluir de la competencia democr¨¢tica ¡ªy por ende, proteger¡ª cosas importantes, como derechos o intereses de los ciudadanos futuros. Se trata de soluciones no carentes de problemas: falta de legitimidad democr¨¢tica para quehaceres legislativos que, de facto,?realizan; permeabilidad a opacos poderes; sesgos comunes a todos los mortales y tambi¨¦n a los jueces (Sunstein y otros, Are Judges Political?).
Los problemas son muchos, pero hay uno basal: la miop¨ªa del votante, su infantilismo. Las criaturas prefieren un caramelo hoy que ciento ma?ana. Los adultos, poco m¨¢s o menos: votan contra el impuesto de sucesiones porque les ¡°roban¡± su casa, descuidando que, en la redistribuci¨®n, tambi¨¦n entra la propiedad del potentado; se quejan de los ¡°extranjeros¡± en ambulatorios que se sostendr¨¢n con el trabajo de los extranjeros; prefieren filtros ling¨¹¨ªsticos a los docentes para evitarse competencia en una universidad prestigiosa que dejar¨¢ de serlo por ese mismo filtro; reclaman proteger su ¡°industria¡± f¨®sil ante innovaciones que, renov¨¢ndose, le permitir¨¢n ampliar sus clientes; apoyan la independencia (o los aranceles) para apropiarse en exclusiva de un mercado local que con la independencia se vendr¨¢ abajo, con peores proveedores y arruinados clientes. La miop¨ªa es solo una variante de la irresponsabilidad m¨¢s general, esa misma que nos lleva a realizar acciones que condenamos: reclamamos medidas contra el cambio clim¨¢tico con nuestros radiadores a todo trapo; condenamos el cotilleo mientras nos abalanzamos sobre las revistas de peluquer¨ªa, como suced¨ªa en los d¨ªas de Clinton y la becaria.
La marca ¡°naci¨®n¡± es un bien posicional; esto es, vale mientras otros carecen de ¨¦l
La competencia pol¨ªtica agrava la patolog¨ªa. Como nadie gana elecciones paseando malas noticias, las burbujas financieras se disimulan, el nacionalismo nos acerca a las puertas del drama y los desbarajustes ambientales se ahondan. La democracia participa de lo que Taleb llama ingratitud hacia el h¨¦roe silencioso: ¡°Todo el mundo sabe que es m¨¢s necesaria la prevenci¨®n que el tratamiento, pero pocos son los que premian los actos preventivos¡±. Se reclaman m¨¢s competencias para la propia autonom¨ªa, aunque se sepa que, a medio plazo, los problemas aumentar¨ªan, comenzando porque las competencias, generalizadas, se esfuman como poder efectivo. Al final, se vac¨ªan de poder las instituciones, las centrales y las locales. En esas circunstancias, la proliferaci¨®n de ¡°naciones auton¨®micas¡± es algo m¨¢s que simple majader¨ªa: la marca ¡°naci¨®n¡± es un bien posicional; esto es, vale mientras otros carecen de ¨¦l. Adem¨¢s, la miop¨ªa encuentra el terreno abonado en el hecho de que los problemas, en su mayor¨ªa, no son cu¨¢nticos, como la ruptura de un vidrio, en un instante, sino continuos, como se rompe una cuerda fatigada por el roce, como el desgaste del ruido de la vida, como muere el amor. En el entretanto, los ciudadanos optan por el ilusionismo y se culpa por elevaci¨®n: la casta, el sistema, el heteropatriarcado, los extranjeros, Europa, Madrid¡ Vamos, a nadie. Rueda el mundo y el que venga que arree.
El reto no es nuevo: dise?ar instituciones capaces de compatibilizar calidad de las decisiones con autogobierno, ¡°incluso con un pueblo de criaturas¡±, parafraseando a Kant. Hay propuestas parciales, como el uso del sorteo o el ¡°paternalismo libertario¡±, que propone configurar los escenarios de elecci¨®n a favor de ciertos resultados. Tambi¨¦n con problemas. De momento, lo indiscutible es que nuestras democracias alientan el infantilismo. Y, puesto que el mecanismo est¨¢ dise?ado para ocultar problemas u omitir el coste de las soluciones, sin reclamar nada a los ciudadanos, resulta casi indecente reprocharles su miop¨ªa. As¨ª las cosas, nadie se puede extra?ar de que proliferen los conjuros en una democracia configurada para que los ciudadanos operen como consumidores: siempre tienen raz¨®n y deben estar contentos. El populismo, en esas circunstancias, es la regla, no la excepci¨®n. Mientras tanto, los retos importantes quedan en espera. No es raro que asome la tentaci¨®n de limitar la democracia. Tiempo de ingratos dilemas.
F¨¦lix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.