Amar de pie en las ciudades
Los espacios p¨²blicos y semip¨²blicos pueden devenir un marco para el desacato al modelo de sexualidad hegem¨®nico.
Nada de nuevo hay en amarse a la intemperie. Evocando un famoso poema de Gloria Fuertes, bien sabemos que la gente siempre se ha besado por los caminos. Y lo continua haciendo en las calles y las plazas. Jos¨¦ Mart¨ª escrib¨ªa en su "Amor de ciudad grande": "Se ama de pie, en las calles, entre el polvo¡± / De los salones y las plazas; muere / La flor el d¨ªa en que nace". Esa misma imagen es la que inspira a Jacques Pr¨¦vert en uno de los poemas de Espect¨¢culo (1951), donde muestra su cercan¨ªa con quienes no tienen donde refugiar voluptuosidades que no les son permitidas: "Los ni?os que se aman se abrazan de pie / Contra las puertas de la noche / Y los paseantes que pasan los se?alan con el dedo". Esa exhibici¨®n de la lascivia ah¨ª, afuera, desmiente, desobedece y resignifica una concepci¨®n dominante del contraste entre p¨²blico y privado, de acuerdo con la cual la sexualidad debe ser administrada en el ¨¢mbito dom¨¦stico, una domesticaci¨®n literal cuyo escenario institucional debe ser el lecho marital.
Una aportaci¨®n sobre este asunto es el trabajo de Jos¨¦ Antonio Langarita a prop¨®sito de unas pr¨¢cticas propias de la cultura homoer¨®tica, activas en numerosas ciudades, consistentes en mantener escuetas relaciones sexuales entre desconocidos en lugares p¨²blicos: el cruising. Tenemos unos cuantos art¨ªculos acad¨¦micos importantes y un libro: En tu ¨¢rbol o en el m¨ªo. Una aproximaci¨®n a la pr¨¢ctica del sexo an¨®nimo entre hombres (Bellaterra), centrado en los espacios para encuentros sexuales an¨®nimos entre hombres en Barcelona y Sitges.
He ah¨ª una aportaci¨®n valiosa en un doble sentido. Por un lado es una contribuci¨®n al tiempo militante y fundamentada a una causa justa, cual es la que nos mantiene en guerra, tambi¨¦n desde las ciencias sociales, contra los encorsetamientos y las represiones de una sociedad que lleva siglos neg¨¢ndole derechos al cuerpo, con especial el de las personas que desean el de otras del mismo sexo. Pero, m¨¢s all¨¢ todav¨ªa, la investigaci¨®n de este profesor de la Universitat de Girona es una excelente indagaci¨®n a prop¨®sito de una variable concreta de apropiaci¨®n social de exteriores urbanos: la de ¨ªndole er¨®tica, que por supuesto no se restringe al colectivo gay. Los bancos, los quicios, los rincones, los parques, los servicios p¨²blicos, las porter¨ªas, las playas..., todo tipo de espacios p¨²blicos y semip¨²blicos hace mucho que vienen demostrando que cualquier sitio puede devenir en cualquier momento marco para contactos sexuales de distinta intensidad y disimulo, buscados o encontrados, como ¨²nico recurso o como fuente de placer a?adido, y siempre como desacato al modelo de sexualidad hegem¨®nico, determinado tanto por la moral judeocristiana como por el postulado del orden burgu¨¦s para el cual las pasiones deb¨ªan ser acuarteladas en la nueva sede de la familia patriarcal nuclear y cerrada: el hogar.
Si ese aspecto merece ser subrayado es porque nos informa de lo que podr¨ªamos llamar la quinta escencia de esa forma espec¨ªfica de vida social en lugares de libre concurrencia de cualquier ciudad, como escenario de una urdimbre inmensa de entrecruzamientos pasajeros que est¨¢ en todo momento en condiciones de conocer los m¨¢s ins¨®litos e inesperados acontecimientos, microsc¨®picos o tumultuosos, ¨ªntimos o hist¨®ricos, portentosos o devastadores. En ese extraordinario ballet de figuras cuya trayectoria se seca se desarrolla una dial¨¦ctica ininterrumpida de exposiciones, en el doble sentido de exhibiciones y puestas en riesgo, dado que ah¨ª no queda m¨¢s remedio que quedar a merced no solo del examen de los dem¨¢s, sino tambi¨¦n de sus iniciativas. En ese marco de coincidencia masiva, el esfuerzo constante de los transe¨²ntes por evitar todo contacto f¨ªsico, hasta el m¨ªnimo roce, se trunca cuando surge la oportunidad para que estalle un cuerpo a cuerpo siempre latente y a la espera y quienes hasta hacia un momento eran tan ajenos los unos a los otros se enzarcen en luchas o abrazos.
En apariencia, ese orden de relaciones que ordena end¨®genamente un lugar p¨²blico ¨Cque se exacerba al m¨¢ximo en el cruising gay¡ª se desarrolla entre individuos que no se conocen y que reclaman su derecho al anonimato, es decir su derecho a definirse e identificarse aparte, en privado. Con un matiz importante. Se supone que esa arena social est¨¢ siendo usada por masas corp¨®reas an¨®nimas, que est¨¢n ah¨ª como seres desafiliados que esperan ser aceptados a partir de su competencia para comportarse adecuadamente, esto es para guardar las formas, actuar de acuerdo a las normas sobreentendidas que organizan el espacio en que coinciden. Otra cosa es que ese pacto de neutralidad se vea refutado en cuanto determinados rasgos en un presunto desconocido le denotan como poseedor de una identidad desacreditada ¡ªorigen ¨¦tnico, clase social, edad, etc.¡ª, lo que autom¨¢ticamente lo inhabilita para participar plenamente de una vida p¨²blica ¨Ctambi¨¦n sexual¨C no es nunca, aunque se proclame, vida entre iguales.
En cualquier caso, la labor de Jos¨¦ Antonio Langarita como etn¨®grafo de sexualidades a cielo abierto abunda en que la ciudad es en cierto modo una sociedad ¨®ptica, es decir una sociedad de miradas y seres mirados que se miran y te miran, aunque sea de soslayo. Quienes transitan por sus aceras se visibilizan en superficies en las que lo que cuenta es, ante todo, lo observable de inmediato y, a partir de ah¨ª, lo intuido o lo insinuado mucho m¨¢s que lo sabido. En ese espacio de percepciones instant¨¢neas, de apariciones y aparecidos de improviso, hay veces en que cada cual es poco m¨¢s que el momento preciso en que se cruza con alguien a quien hubiera podido amar. Lo que Langarita nos describe y analiza es un universo de encuentros fugaces entre homosexuales que tienen la valent¨ªa de llevar hasta el final lo que millones de miradas furtivas entre desconocidos reclaman y no obtienen por prisa o por cobard¨ªa. Su sexo a primera vista no hace sino cumplir lo que esas miradas anhelan sin conseguir, que no es otra cosa que mezclarse por fin con el cuerpo de aquel o aquella que pasa.
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