'Phono sapiens', enganchados al m¨®vil
DE PRONTO, la peque?a mano de mi hija, que a¨²n no hab¨ªa cumplido dos a?os, golpe¨® con rabia mi tel¨¦fono. No recuerdo si tecleaba un e-mail de trabajo o un tuit irrelevante, pero no not¨¦ que se acercaba con sus pasos inseguros hasta que le dio un manotazo al m¨®vil, mir¨¢ndolo con furia. Hab¨ªa hecho una torre con piezas de madera y ese cacharro se interpon¨ªa entre su creaci¨®n y el aplauso de su padre. En ese instante, me atraves¨® un sentimiento de culpa, de bochorno. ?C¨®mo he sido capaz? ?En qu¨¦ momento he perdido el norte? Desde entonces, me propuse hacer dieta de smartphone estando en familia, una dieta que he observado con el rigor que imaginan. Seguramente, casi cualquiera de los 2.000 millones de usuarios de m¨®viles que hay en el planeta puede contar una an¨¦cdota similar, donde la v¨ªctima de la falta de atenci¨®n sea uno mismo o su pareja, un padre, los colegas de clase o hasta el jefe.
Hace poco, la revista m¨¦dica ¡®The lancet¡¯ defini¨® la ¡®whatsappitis¡¯: una dolencia en mu?ecas y pulgares.
Nos llegan noticias de pa¨ªses que instalan se?ales luminosas en el suelo para evitar los atropellos y las ca¨ªdas a los andenes de los usuarios de m¨®viles que andan mirando hacia la pantallita. Problemas de cuello por doblarlo hacia el aparato e incluso una nueva dolencia en mu?ecas y pulgares, rese?ada en la revista m¨¦dica The Lancet como whatsappitis. Otros trabajos muestran que cada vez ejercitamos menos la memoria, que los j¨®venes est¨¢n perdiendo atenci¨®n, que ya no sabemos orientarnos porque nos dejamos en manos de Google Maps. Que nos llevamos el aparato a la cama y, con sus luces, torturamos al cerebro perjudicando el ciclo natural del sue?o. Pero, m¨¢s all¨¢ de las noticias, ?estamos enganchados al m¨®vil? ?Son solo problemas personales puntuales o nos est¨¢ afectando como sociedad?
Hablar de un adicto al m¨®vil es un asunto muy controvertido. En la ¨²ltima versi¨®n del reconocido DSM (Manual diagn¨®stico y estad¨ªstico de los trastornos mentales), de la Asociaci¨®n Estadounidense de Psiquiatr¨ªa, no se ha admitido como trastorno la adicci¨®n a Internet, menos a¨²n la del tel¨¦fono inteligente, a pesar de que existen profesionales que lo diagnostican y lo tratan.
2. 000 millones de usuarios en el mundo est¨¢n conectados a Internet a trav¨¦s del tel¨¦fono m¨®vil.
¡°Todav¨ªa no podemos hablar de adicci¨®n, que se limita a las sustancias qu¨ªmicas, con la ¨²nica excepci¨®n del juego con apuestas¡±, puntualiza Enrique Echebur¨²a, catedr¨¢tico de Psicolog¨ªa Cl¨ªnica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Algunos especialistas sortean este problema terminol¨®gico hablando de uso abusivo, que se definir¨ªa por la p¨¦rdida del control sobre la conducta, con consecuencias indeseadas graves. ¡°Para m¨ª, esa es la prueba del algod¨®n de un problema de car¨¢cter psicopatol¨®gico¡±, resume Echebur¨²a, que es de quienes creen que es ¡°indudable¡± que hay un uso inadecuado que a veces reclama que intervengan los especialistas. Reconoce que no hay suficiente investigaci¨®n en este campo como para hablar de porcentajes de poblaci¨®n afectada, ya que los estudios hasta ahora no abarcan grandes muestras ni cuentan con definiciones consensuadas del problema. ¡°Empezamos a ver abuso tanto en adultos como en j¨®venes, pero nos centramos m¨¢s en estos porque preocupa que no tienen un desarrollo cerebral, emocional y vital completo¡±. ¡°Con una vida inestable, en formaci¨®n, hay m¨¢s riesgo¡±, se?ala el catedr¨¢tico.
Los estudios que tratan de identificar la gravedad y el tama?o del problema hablan de cuadros de ansiedad en estudiantes que pasan horas y horas atrapados por la atenci¨®n del cacharro. De adolescentes con s¨ªntomas depresivos cuando se les veta el acceso a su mundo digital. De j¨®venes que abandonan sus estudios y cuya dependencia psicol¨®gica hacia el aparato provoca deterioro familiar. De problemas de agresi¨®n, fobia, trastornos del sue?o, soledad y aislamiento social. En la revista pedi¨¢trica JAMA, de la Asociaci¨®n M¨¦dica de EE UU, se public¨® hace poco un estudio que alertaba de los trastornos de sue?o que provoca el h¨¢bito de casi todos los adolescentes de dormir junto al m¨®vil sin desconectar: insomnio, trastornos alimenticios, bajas defensas. Muchos de estos estudios se hacen en Asia, donde la tecnolog¨ªa tiene una presencia m¨¢s intensa. Como en Espa?a, que est¨¢ a la cabeza en cuota de penetraci¨®n de smartphones en el mundo: gracias a la predisposici¨®n de la gente y a una pol¨ªtica comercial muy favorable, casi 9 de cada 10 m¨®viles espa?oles son inteligentes. Y en Espa?a se ha realizado alguno de los estudios sobre este problema, como el publicado este verano y centrado en alumnos de la ESO de Barcelona, que atribu¨ªa uso problem¨¢tico de Internet al 13,6% de la muestra y al 2,4% respecto del smartphone. En este trabajo particip¨® Xavier Carbonell, de la Universitat Ramon Llull, especialista en este asunto, pero muy esc¨¦ptico sobre la prisa que tenemos por se?alar adicciones. ¡°Es imposible ser adicto a un aparato, solo a una conducta, como el juego patol¨®gico: lo que pasa con los smartphones es que la conducta es m¨¢s accesible y as¨ª el refuerzo se produce antes¡±, asegura Carbonell. Y desarrolla una met¨¢fora para explicarse: ¡°Puedes consumir hero¨ªna por la nariz o en vena. Si te la pinchas, el refuerzo es m¨¢s intenso, pero el problema no est¨¢ en la jeringa¡±. Muchos de los casos graves que se est¨¢n encontrando en las consultas tienen que ver con j¨®venes que se pinchan apuestas online con el m¨®vil. Carbonell es cr¨ªtico con el papel desempe?ado por los medios en la difusi¨®n de supuestas adicciones. Pero s¨ª reconoce que hay que tomar ¡°medidas higi¨¦nicas y de psicoeducaci¨®n¡± para aprender a usar bien los m¨®viles dentro de unas pautas saludables. Y se?ala una paradoja importante: la misma sociedad que reprocha el exceso de pantallas es la que nos empuja a usarlas. Y cita una vivencia que le cont¨® un alumno: ¡°Cuando estoy con mi madre, me echa en cara que pase todo el rato atendiendo el m¨®vil. Cuando estoy fuera de casa, enseguida se alarma si tardo en responder a sus mensajes¡±.
El grado de empat¨ªa entre universitarios ha ca¨ªdo por la p¨¦rdida del contacto cara a cara.
Conviene recurrir a la psicolog¨ªa social para dar contexto. Cada nueva tecnolog¨ªa, desde la imprenta hasta la televisi¨®n, ha generado un rechazo previo que tiende a considerar un trastorno el cambio de h¨¢bitos que genera. Es gracioso observar ahora que ya se empezaba a agitar el miedo de la adicci¨®n a los m¨®viles (incluso en estudios cient¨ªficos) hace una d¨¦cada, cuando los rocosos Nokia solo serv¨ªan para mandar SMS. ?Qui¨¦n se cree que aquellos ladrillos pudieran crear adicci¨®n? Hasta S¨®crates consideraba la escritura un h¨¢bito malsano porque debilitaba la memoria y el pensamiento. El Quijote se re¨ªa de los trastornos que pod¨ªa provocar el exceso de lectura, del mismo modo que la serie brit¨¢nica Black Mirror nos advierte de las distop¨ªas que podr¨ªan estar descarg¨¢ndose desde nuestros dispositivos. Pero tambi¨¦n es cierto que, a lo largo de la historia, muy pocas veces hemos estado tan apegados a un objeto. Concentra innumerables fuentes de ocio, de placer, de obligaciones laborales y sociales. Es una versi¨®n reducida de nosotros, de nuestras relaciones y aspiraciones. Proyectamos tal atenci¨®n sobre el aparato que llegamos a sentir que vibra en nuestro bolsillo. Varios estudios han analizado c¨®mo respondemos a la privaci¨®n del m¨®vil: cuando se nos encomienda una tarea y el m¨®vil est¨¢ recibiendo notificaciones sin que podamos consultarlas, somos incapaces de concentrarnos en condiciones por culpa de la ansiedad que nos provoca, e incluso se han descrito s¨ªntomas de hiperactividad. Es normal, dado que el 90% no nos separamos del dispositivo m¨¢s de un metro en todo el d¨ªa. El tic de nuestra era es desbloquear el m¨®vil sin motivo: lo hacemos entre 80 y 150 veces al d¨ªa, cada muy pocos minutos. En los sem¨¢foros, ya nadie se hurga la nariz: miramos el m¨®vil para ver si hay alguna novedad desde la anterior parada. No hace falta que nos implanten un chip, como en las pelis futuristas, porque somos c¨ªborgs baratos: ya nos encargamos nosotros de no separarnos del chip sin necesidad de intervenci¨®n para clavarlo bajo la piel.
El tic de nuestra era es desbloquear el m¨®vil: lo hacemos de 80 a 150 veces al d¨ªa.
Poco despu¨¦s del manotazo de mi hija, The New York Times public¨® un revelador art¨ªculo de Sherry Turkle, investigadora del Instituto Tecnol¨®gico de Massachusetts (MIT): era un alivio saber que hay especialistas dedicados a analizar c¨®mo est¨¢ afectando el abuso de m¨®viles en aspectos menos tangibles que un episodio de ansiedad, pero quiz¨¢ m¨¢s permanentes. El art¨ªculo de Turkle era un resumen de su ¨²ltimo libro, En defensa de la conversaci¨®n, que acaba de publicarse (disponible en Espa?a en febrero de 2017, editado por ?tico de los Libros) y que es una llamada de atenci¨®n tras tres d¨¦cadas empleadas en conocer c¨®mo nos afecta la tecnolog¨ªa, rese?ando investigaciones propias y ajenas: ¡°El m¨¢s inquietante para m¨ª es el estudio que mostraba una ca¨ªda del 40% en la empat¨ªa entre los estudiantes universitarios en los ¨²ltimos 20 a?os, medida con pruebas psicol¨®gicas est¨¢ndar; una disminuci¨®n que sus autores atribu¨ªan a que tienen menos contacto directo cara a cara los unos con los otros¡±, escribe Turkle. En el libro se plantea la importancia de ese contacto entre los humanos para desarrollarnos en plenitud, algo esencial en el crecimiento de los menores. En sus trabajos, la investigadora del MIT descubre que los chavales que m¨¢s tiempo dedican a sus m¨®viles han perdido capacidad de empatizar porque no reconocen los matices en la cara de una persona: los sentimientos nos hacen mostrar en el rostro una riqueza de expresiones que algunos adolescentes ya no saben descifrar. La buena noticia es que estos mismos j¨®venes recuperan esa capacidad innata despu¨¦s de un campamento sin m¨®viles. Ya sabemos lo malo que es para el desarrollo de los ni?os crecer sin que se les hable a la cara, sin escuchar permanentemente voces que les apelan, que les llenan el cerebro de expresiones faciales y orales. Y tambi¨¦n relata c¨®mo est¨¢ perjudicando a las relaciones personales, acostumbrados a mantener conversaciones de baja intensidad mientras toqueteamos el smartphone, por culpa del multitasking. El silencio inc¨®modo que obligaba a pensar qu¨¦ decir a un desconocido est¨¢ a punto de desaparecer para siempre de nuestras vidas: basta con sacar el m¨®vil. Seg¨²n Turkle, vivimos en un tiempo parad¨®jico: ¡°Tratamos a las m¨¢quinas casi como si fueran humanas y desarrollamos h¨¢bitos que nos hacen tratar a los seres humanos casi como m¨¢quinas. Regularmente ponemos a las personas en pausa en medio de una conversaci¨®n con el fin de revisar nuestros tel¨¦fonos. Y cuando charlamos con individuos que no nos prestan atenci¨®n, es una especie de preparaci¨®n para hablar con m¨¢quinas que no comprenden. Como la gente nos da menos, hablar con las m¨¢quinas no parece tanta p¨¦rdida¡±.
Seg¨²n el CIS, el 90% de los espa?oles usan este dispositivo que ha cambiado la vida cotidiana del pa¨ªs para el 46% de los encuestados. El a?o pasado se convirti¨® por fin en el principal modo de acceso a Internet en Espa?a. Y generalmente lo hacemos por medio de las 30 aplicaciones que tenemos de media en nuestros smart?phones, seg¨²n el ¨²ltimo informe de la Fundaci¨®n Telef¨®nica.
?Qu¨¦ hacen estas apps por nosotros y qu¨¦ nos obligan a hacer? Al margen del beneficio que obtienen de nuestros datos, la econom¨ªa de la atenci¨®n dise?a estas herramientas para reclamar nuestro tiempo con trucos de tragaperras. Cada vez que miramos el m¨®vil se est¨¢ produciendo un fen¨®meno muy conocido en psicolog¨ªa denominado refuerzo intermitente. ¡°Hay experimentos en ratas que nos muestran c¨®mo funciona. Si cada vez que aprietan una palanquita reciben comida, se produce el refuerzo de ese comportamiento. As¨ª, cada vez que se encuentren una palanca, se sentir¨¢n impelidas a presionarla de manera autom¨¢tica, sin capacidad para modificar el comportamiento¡±, explica Helena Matute, catedr¨¢tica de Psicolog¨ªa Experimental de la Universidad de Deusto. ¡°Si se introduce el azar y no sabemos exactamente qu¨¦ sorpresa vamos a recibir, el refuerzo es mucho mayor. Eso engancha todav¨ªa m¨¢s. Es lo que sucede con las tragaperras¡±. Y es exactamente el principio en el que se basa el vicio del m¨®vil: cada vez que lo miramos hay algo. Puede ser bueno (un me gusta) o mejor (que te haya pedido amistad alguien que te interesa). Cada vez que entramos en una app estamos tirando de la palanca para ver qu¨¦ nos toca: un e-mail de trabajo, un chiste simp¨¢tico en Twitter, una foto de la persona que nos atrae en Snapchat. Como dicen los especialistas, ya no se trata de ganar, sino de seguir en la ¡°zona de la m¨¢quina¡±, una especie de v¨®rtice que nos atrapa en un bucle hipn¨®tico sin fin. As¨ª es como nos enganchamos al m¨®vil, con el mismo truco que activa la ludopat¨ªa: incluso con el sonido de las notificaciones, como anta?o las m¨¢quinas de juego, que son un condicionamiento digno del perro de P¨¢vlov.
¡°El ¡®smartphone¡¯ ha desdibujado la frontera entre ocio y trabajo¡±.
¡°Es comida basura tecnol¨®gica¡±, resume Tristan Harris, un extrabajador de Google embarcado en la misi¨®n de romper el c¨ªrculo vicioso de la econom¨ªa de la atenci¨®n. Harris ha lanzado la iniciativa Tiempo Bien Empleado (Time Well Spent) para que los desarrolladores de aplicaciones dejen de ¡°aprovechar las vulnerabilidades psicol¨®gicas de la gente¡±. ?Cu¨¢ntas veces cogemos el m¨®vil para hacer una cosa ¨²til y cuando lo soltamos ha pasado media hora y no hemos hecho lo que ¨ªbamos a realizar? Cada vez que tiramos de la palanca en Facebook perdemos 20 minutos, pero las monedas caen en la bandeja de Mark Zuckerberg. Esa es precisamente la funci¨®n primordial de todas las aplicaciones, retenernos en contra de nuestra voluntad para ganar dinero, y Harris niega que se trate de una responsabilidad personal, cuando ¡°hay mil personas al otro lado dedicadas a quebrarnos la voluntad¡±. Su objetivo: que los programadores firmen una especie de juramento hipocr¨¢tico que les obligue a dejar de usar trucos de psicolog¨ªa para manipular a la gente.
¡°Hacemos muchas cosas con el m¨®vil, pero este tambi¨¦n nos obliga a realizar muchas m¨¢s. La tecnolog¨ªa nunca es neutra¡±, resume Amparo Las¨¦n, soci¨®loga de la Universidad Complutense que trabaja en c¨®mo las nuevas tecnolog¨ªas influyen en los afectos y las relaciones. ¡°Se ha generado un apego porque lo necesitamos. Si nos genera ansiedad dejarlo en casa es porque nuestra madre nos puede llamar o porque es fundamental para nuestro trabajo¡±, a?ade. Hay un reproche social por estar todo el d¨ªa conectados, pero es bastante com¨²n recibir un e-mail de trabajo a las diez de la noche de un domingo. Y lo que es peor: un 25% de los espa?oles reconocen usar WhatsApp para cuestiones laborales, seg¨²n un CIS reciente. Con la doble confirmaci¨®n azul de esta aplicaci¨®n es m¨¢s dif¨ªcil ignorar una ocurrencia extempor¨¢nea del jefe. ¡°Mucho del estr¨¦s extremo, del que provoca incluso muertes por trabajo, est¨¢ causado por los m¨®viles¡±, advierte Carbonell. La oleada de suicidios provocados por la presi¨®n empresarial ha obligado a plantear el ¡°derecho a la desconexi¨®n digital¡± en la contestada reforma laboral francesa. Adem¨¢s, en muchas empresas es fundamental que los trabajadores sean habilidosos en redes sociales o que cuenten con una legi¨®n de seguidores para vampirizarla. Seg¨²n Las¨¦n, ¡°se ha desdibujado por completo la frontera entre ocio y trabajo¡±. Y el m¨®vil es el pasapur¨¦s en el que se prepara esa papilla.
Nueve de cada diez espa?oles con 'smartphone' no se alejan de sus tel¨¦fonos m¨¢s de un metro en todo el d¨ªa.
Eric Schmidt, de Google, expres¨® su propia preocupaci¨®n al se?alar que ya ni en los aviones pod¨ªa leer tranquilo porque ahora tienen wifi. ¡°?Schmidt hizo este comentario al mismo tiempo que promocionaba su libro, que celebra, incluso en su subt¨ªtulo, c¨®mo la tecnolog¨ªa va a remodelar a la gente¡±, critica Turkle. Las ideas de Harris de respetar el tiempo y la atenci¨®n de los usuarios no cuajaron en las plantas nobles del buscador cuando se las plante¨® a sus jefes. Por eso, Turkle insiste en su libro: ¡°Ten presente el poder de tu tel¨¦fono. No es un accesorio. Es un dispositivo psicol¨®gicamente poderoso que cambia no solo lo que haces, sino qui¨¦n eres¡±. Hace una d¨¦cada, Steve Jobs asegur¨® que ese aparato que bland¨ªa, el iPhone, iba a cambiarnos para siempre. Pienso en que ten¨ªa mucha raz¨®n mientras consulto la app de la guarder¨ªa para saber si mi hija ha dormido siesta. Cuando no la duerme es m¨¢s probable que se ponga como una fiera. Es importante que lo mire.
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