La ciencia del pasado tiene futuro
Dos descubrimientos paleontol¨®gicos nos hacen viajar esta semana a la antig¨¹edad remota de nuestra estirpe, y explicar un poco mejor nuestros or¨ªgenes
En estos tiempos de secuenciadores port¨¢tiles de ADN, colisionadores de hadrones, algoritmos neurales y ondas gravitatorias, salir al campo a buscar f¨®siles parece una novela de ¨¦poca, una extravagancia improcedente, un chiste a la altura de los personajes de Verne y del doctor Livingston, supongo. Craso error. La paleontolog¨ªa, en realidad, est¨¢ viviendo uno de sus grandes momentos hist¨®ricos. Su combinaci¨®n con la gen¨®mica ¨Cotro t¨²nel del tiempo al pasado evolutivo¡ª y con la biolog¨ªa del desarrollo ha generado en las ¨²ltimas d¨¦cadas una de las disciplinas m¨¢s vigorosas de la biolog¨ªa.
Se suele llamar la evo-devo, por evoluci¨®n y desarrollo (development en ingl¨¦s), aunque los cr¨ªticos dicen en privado que eso siempre se hab¨ªa llamado embriolog¨ªa. Pero el caso es que ya ha atra¨ªdo a la investigaci¨®n a un par de generaciones de cient¨ªficos j¨®venes. Y s¨ª, muchos de ellos salen al campo con pico y piol¨¦, meten las botas en el barro y hunden sus anal¨ªticas narices en los arcanos de la anatom¨ªa y la clasificaci¨®n. Los resultados son a menudo brillantes. Lee en Materia dos ejemplos (1 y 2) que hemos conocido esta semana.
Adem¨¢s de resultados, la paleontolog¨ªa exhibe a veces buenas historias. La del ge¨®logo Juan Carlos Guti¨¦rrez-Marco le habr¨ªa servido a Hitchcock para arrancar El hombre que sab¨ªa demasiado, en cualquiera de sus dos versiones. El ge¨®logo hizo un descubrimiento no ya en el campo, sino en un mercadillo de la aldea de Taychout, al sur de Marruecos. Una tienda exhib¨ªa unos f¨®siles de trilobites ins¨®litos por su tama?o y por el hecho de que parecieron morir boca arriba, y en unas condiciones tan ¨®ptimas que hab¨ªan preservado el buche, el tubo digestivo y otras partes blandas, que son el santo grial de la paleontolog¨ªa. Tras a?os de regateo y seducci¨®n, Guti¨¦rrez-Marco logr¨® acceso a un tesoro cient¨ªfico.
Los f¨®siles han sido esenciales en la g¨¦nesis y el avance de la teor¨ªa evolutiva. Y lo siguen siendo. La historia de la evoluci¨®n animal ¨Cel proceso natural que nos ha creado¡ª est¨¢ escrita en dos lenguajes. Uno es nuestro genoma, que lleva impreso en su texto qu¨ªmico (gatacca¡) los or¨ªgenes cercanos y remotos de la humanidad, esa reci¨¦n llegada a un planeta de 4.500 millones de a?os. Y el otro es la paleontolog¨ªa. No s¨¦ cu¨¢ntos estudiantes de ciencias estar¨¢n dispuestos hoy a meter las botas en el barro para extraer f¨®siles de un esquisto. Pero si t¨², lector, eres uno de ellos, considera seriamente esa salida profesional. No te har¨¢ rico, pero te permitir¨¢ un privilegio verdaderamente exclusivo: viajar al pasado remoto para explicar nuestros or¨ªgenes. Pocos cient¨ªficos pueden aspirar a tanto.
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