El servicio y la se?orita
MI GENERACI?N, nacida durante el franquismo, sinti¨® gran aversi¨®n hacia el Ej¨¦rcito y la Polic¨ªa. Ambos cuerpos eran esbirros de la dictadura, y hab¨ªa que tenerles miedo. Todav¨ªa en 1981, el intento de golpe de Tejero, Armada y Milans del Bosch lo protagonizaron ellos, Ej¨¦rcito y Guardia Civil. Cost¨®, por tanto, mucho tiempo que esos cuerpos se democratizaran plenamente y aceptaran estar a las ¨®rdenes de los Gobiernos elegidos y de la sociedad civil. Desde que se consigui¨®, sin embargo, y con las inevitables excepciones de abuso, brutalidad, desproporci¨®n y corrupci¨®n, las fuerzas de seguridad han tenido una actitud irreprochable en t¨¦rminos generales. Si en el franquismo se las percib¨ªa como un peligro para la ciudadan¨ªa, como autoridades arbitrarias y desp¨®ticas que pod¨ªan detenerlo a uno sin ning¨²n motivo, hace ya decenios que se cuentan entre las instituciones mejor valoradas y que inspiran mayor confianza. Uno no da un respingo, no se asusta, si se cruza con un polic¨ªa o un guardia o (m¨¢s infrecuentemente) un militar. Si uno es un individuo normal, y no un delincuente, no tendr¨¢ inconveniente en acercarse a uno de ellos para preguntarle algo o requerir su ayuda y su protecci¨®n. Claro que en todos los gremios hay sujetos indeseables, y uno puede llevarse de vez en cuando una desagradable sorpresa, o sufrir un trato despectivo, vejatorio o chulesco. Pero lo mismo puede ocurrirnos ante un juez, un pol¨ªtico o un conductor de autob¨²s.
Cobran poco los soldados y los polic¨ªas, bastante menos de lo que deber¨ªan considerando los riesgos que a menudo corren y los much¨ªsimos servicios que prestan. Son sin duda necesarios, m¨¢s a¨²n en una ¨¦poca en la que los delitos se multiplican y est¨¢n m¨¢s diversificados que nunca. Combaten a los terroristas, vigilan para impedir sus atentados y frustran no pocos de ¨¦stos; persiguen las redes de pederastia infantil y la trata de mujeres; se enfrentan a los narcos y a los sicarios; investigan los cr¨ªmenes y amparan a las mujeres v¨ªctimas de sus parejas o ex-parejas; reciben a los inmigrantes que llegan exhaustos por mar; patrullan los aeropuertos y las estaciones, y las grandes aglomeraciones como las recientes de Nochevieja. La poblaci¨®n cuenta con ellos, da por supuesto que puede recurrir a ellos, y sabe, en su fuero interno, que nada funcionar¨ªa sin su concurso. ?Que algunos miembros incurren en excesos u olvidan su neutralidad para complacer a un partido pol¨ªtico determinado? Claro est¨¢, como sucede en cualquier colectivo con influencia y poder. Pero no cabe duda de que son parte de nosotros, de la sociedad, que merecen tanto respeto como los dem¨¢s y seguramente m¨¢s gratitud que la mayor¨ªa.
¡°En las celebraciones y en las fiestas las fuerzas de seguridad deben desaparecer. Las posibilitan con su trabajo, pero no les toca disfrutar de ellas¡±.
Ahora, las pasadas fechas navide?as, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, el Parlament catal¨¢n y la Fira de Barcelona han decidido expulsarlos del Sal¨®n o Festival de la Infancia, habitual en esa ¨¦poca: han vetado los stands de la Guardia Urbana, de los Mossos d¡¯Esquadra, de la Polic¨ªa Nacional, de la Guardia Civil y del Ej¨¦rcito. Al parecer los cr¨ªos se lo pasaban en grande mont¨¢ndose en los coches patrulla y dem¨¢s. Da lo mismo. La se?ora Colau quiere una ciudad ¡°desmilitarizada¡±, no quiere ver en las ocasiones festivas y pedag¨®gicas un solo uniforme (?tampoco los de los bomberos, que tambi¨¦n son de gran utilidad?). Es un comportamiento te?ido de se?oritismo, vicio que al parecer se contagia en seguida a cuantos acceden a alg¨²n poder. La alcaldesa y la Generalitat han tratado a los cuerpos de seguridad como los m¨¢s rancios se?oritos trataban anta?o al servicio, es decir, a los criados, a las tatas, m¨¢s antiguamente a los siervos. ¡°Ustedes est¨¢n a nuestro servicio. S¨ª, son los que hacen que la casa funcione y est¨¦ limpia y en orden, los que lavan la ropa y cocinan, quienes cuidan de nuestros ni?os cuando estamos ocupados. Pero en las celebraciones y en las fiestas ustedes deben desaparecer. Las posibilitan con su trabajo, pero no les toca disfrutar de ellas. Es m¨¢s, su presencia las afear¨ªa y deslucir¨ªa. Que asistieran nos producir¨ªa verg¨¹enza, estar¨ªa mal visto por nuestros invitados. Ustedes las preparan pero no pueden participar. Han de hacerse invisibles, inexistentes. Precisamos sus tareas, pero nos abochornan¡±.
No s¨¦ si hay algo m¨¢s despreciativo, m¨¢s clasista y m¨¢s ruin. La alcaldesa y los miembros del Parlament se benefician personalmente, adem¨¢s, de la protecci¨®n que por sus cargos les brindan polic¨ªas, mossos y guardias urbanos. Recurren a ellos cada vez que hay un problema, una amenaza, un tumulto. Recurrir¨ªan al Ej¨¦rcito si se produjeran un ataque o una invasi¨®n, pongamos por caso, del Daesh, que no iba a diferenciar entre Colau y su antecesor Xavier Trias, ni entre el bronco concejal Gargant¨¦, de la CUP, y Artur Mas. A todos los decapitar¨ªan por igual. Sin embargo, el servicio no es digno de confraternizar en p¨²blico con nuestros hijos, a los que por lo dem¨¢s cuidan y protegen con especial celo, o rescatan cuando se han perdido. El mensaje es el del se?orito: ¡°Hagan su trabajo en la sombra. Y ni se les ocurra asomar¡±.
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