Solo a casa
La presencia de ni?os "sueltos" por la calle se considera una anomal¨ªa que debe corregirse. Lo analizamos con la peli Le Ballon Rouge.
Hay un tipo de cine que ha entendido aquella apreciaci¨®n de Baudelaire de que el pintor de la vida moderna, de la vida en las ciudades, deb¨ªa aplicar "una percepci¨®n infantil, es decir una percepci¨®n aguda, ?m¨¢gica a fuerza de ingenuidad!". Por ello, ha habido directores que han procurado plasmar esa intercambiabilidad entre infancia y ciudad, que consisten en el goce de huir y esconderse y en la conciencia de que la aventura aguarda siempre a la vuelta de la esquina. De ah¨ª la sensibilidad de Fran?ois Truffaut, Win Wenders, Jacques Tati, V¨ªctor ?rice, Robert Mulligan, Abbas Kiarostami y, sobre todo, Yasujiro Ozu, que colocaba su c¨¢mara siempre a la altura de un ni?o, con el af¨¢n de poder imitar su mirada.
Una de las pel¨ªculas que mejor encarna ese esp¨ªritu es Le ballon rouge, dirigida en 1956 por Albert Lamonisse, que relata sin apenas palabras la amistad entre un ni?o de seis a?os ¨Cel hijo del realizador, Pascal¨C y un globo rojo con el que se encuentra casualmente. La mayor parte del film nos muestra al muchacho realizando de manera natural el trayecto de ida y vuelta de casa a la escuela, caminando y en autob¨²s, interaccionando brevemente con varios desconocidos con quienes se cruza, acompa?ado siempre de su globo, y luego viviendo su aventura por las calles de M¨¦nilmontant, su barrio parisino, acosado por un grupo de ni?os malos de su edad, que son los que le acaban raptando a su amigo y desencadenando el tr¨¢gico y po¨¦tico final.
Sesenta a?os despu¨¦s de que la pel¨ªcula obtuviera un Oscar y una Palma de oro en Cannes, han cambiado tantas cosas de las que nos muestra.. Por supuesto, Par¨ªs ha cambiado y hoy M¨¦nilmontant, el barrio al que Charles Trenet le dedicar¨¢ una canci¨®n, es ¨Ccomo el vecino Belleville¨C carne de gentrificaci¨®n. Pero sobre todo se ha vuelto cada vez m¨¢s rara la posibilidad de contemplar ¨Cni en Par¨ªs ni en ninguna otra ciudad?¨C un ni?o de seis a?os ?¨Co de bastantes m¨¢s¨C yendo o viniendo de la escuela solo, caminando y no digamos en transporte p¨²blico. De hecho, en las escenas de la entrada y salida de la escuela, solo vemos a una madre recogiendo a su hijo; comp¨¢rese con la multitud de adultos que se agolpan a las puertas de los colegios a la hora de la salida, muchos de ellos con sus veh¨ªculos. Tambi¨¦n ha dejado de ser habitual la estampa de ni?os merodeando en libertad por su propio barrio en solitario o en pandilla, con la excepci¨®n de los hijos de una inmigraci¨®n que todav¨ªa no puede permitirse dejar a sus hijos "a buen recaudo" en las horas no lectivas.
En cambio, esas im¨¢genes eran bien usuales hasta tampoco hace tanto, en una ¨¦poca en que la calle era el reino de los ni?os, un ¨¢mbito de experiencias y ense?anzas de las que no proveer¨ªan ni la escuela ni la familia, pero que habr¨ªan de ser fundamentales para sus vidas. Ahora, la infancia aparece enajenada de lo que fue ese lapso clave para su formaci¨®n que se extend¨ªa entre la salida del colegio y el reingreso al hogar, en nombre de las "pedagog¨ªas del tiempo libre" con que se les "protege" de la calle, a la vez que protegemos a esa misma calle de la dosis supletoria de mara?a que los ni?os siempre estaban en condiciones de a?adir.
Pi¨¦nsese que de ah¨ª ese eufemismo con el que se etiqueta aquellas criaturas supuestamente desamparadas que viven en la intemperie en nuestras ciudades: "menores no acompa?ados". Esta designaci¨®n delata hasta qu¨¦ punto la presencia de ni?os "sueltos" por la calle se considera una anomal¨ªa que debe corregirse. Una estad¨ªstica publicada en septiembre de 2014 daba cuenta de que un 70% de ni?os espa?oles entre 8 y 14 a?os no iba ni volv¨ªa nunca solo al colegio y que el temor principal de los padres a darles libertad para hacerlo no estaba en la posibilidad de un accidente, sino a la de la actuaci¨®n de un eventual secuestrador.
Pero no es solo eso. Es m¨¢s y peor. La desaparici¨®n creciente de los ni?os de las calles debe ser entendida como la ¨²ltima manifestaci¨®n de la creciente conversi¨®n de los espacios abiertos de las ciudades en lugares meramente de paso, de los que la que fuera su funci¨®n como lugares de encuentro ha ido siendo desactivada. Es a partir de alg¨²n momento de finales del siglo XVIII que se inicia una evoluci¨®n hacia una separaci¨®n entre p¨²blico y privado que levanta una muralla entre marcos que hasta entonces hab¨ªan sido permeables, como eran la calle y la casa. Cambios ideol¨®gicos importantes implicaron una concepci¨®n cada vez m¨¢s negativa de la calle como un lugar devastado en que era imposible encontrar nada realmente valioso e importante, de lo que la reacci¨®n ser¨ªa una creciente reclusi¨®n en la esfera dom¨¦stica de la nueva familia nuclear cerrada, para permanecer a salvo de una vida urbana inmoral, insegura y destructora.
Ese encierro dentro de lo que ser¨ªa a partir de entonces el "hogar dulce hogar" burgu¨¦s, fue extendi¨¦ndose al conjunto de la sociedad a lo largo del siglo XIX y hace no mucho ha acabado sometiendo al postrer reducto resistente, el de los ¨²ltimos seres libres en la ciudad: la chiquiller¨ªa. La crisis de la vida de los ni?os en la calle no ser¨ªa, por tanto, m¨¢s que el ¨²ltimo episodio de la crisis de la vida urbana que acompa?a a la constituci¨®n del actual modelo de ciudad como anti-ciudad. Negando a los ni?os el derecho a la ciudad, se le negaba a la ciudad a mantener activada su propia infancia, que es la diab¨®lica inocencia de que est¨¢ hecha y que la vivifica.
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