Trump y el sistema
Trump sorprende. Su capacidad para generar desconcierto suele verse amplificada por algunas peculiares interpretaciones sobre los motivos que explicar¨ªan su abrumador ¨¦xito pol¨ªtico. Analistas y cronistas de los m¨¢s diversos or¨ªgenes y orientaciones, sostienen estupefactos que el nuevo presidente norteamericano es una anomal¨ªa del sistema. La afirmaci¨®n sirve para explicar las razones que justificar¨ªan la inconveniente evidencia de que un outsider ha asumido el principal cargo pol¨ªtico del mundo. Algo ha fallado. La Casa Blanca ha sido invadida por un intruso que nunca deber¨ªa haber llegado hasta all¨ª. El mundo civilizado parece observar como los valores que siempre guiaron el progreso humano se desvanecen ante las grotescas bravuconadas de un energ¨²meno capaz de llenar sus bolsillos de dinero, pero no de gobernar los destinos del mayor imperio que ha existido sobre la faz de la tierra. Estamos en peligro.
La explicaci¨®n parece tentadora, al menos en t¨¦rminos medi¨¢ticos. Anunciar que el mundo corre el riesgo de desintegrarse ante las fanfarronadas prepotentes de un psic¨®pata nos hace sentir ciudadanos de Ciudad G¨®tica y nos obliga a a?orar la presencia salvadora de Batman. Debemos, esa es nuestra meta, defender el sistema de sus enemigos.
Suena ¨¦pico, aunque se trata de una interpretaci¨®n limitada y simplista no s¨®lo de la figura de Donald Trump, sino especialmente de las supuestas virtudes de un sistema que hoy parecer¨ªa estar amenazado por un maligno demonio con peluca naranja.
Hace ocho a?os, aunque por razones diferentes, el asombro inundaba los medios de comunicaci¨®n cuando la presidencia de los Estados Unidos era ocupada por primera vez por un pol¨ªtico negro. Si hoy cunde el p¨¢nico, en aquel momento, las perspectivas eran de optimismo y confianza. El mundo estaba, finalmente, en buenas manos. De hecho, bas¨¢ndose quiz¨¢s en esa esperanza, el Comit¨¦ Noruego le concedi¨® a Obama el Premio Nobel de la Paz. Aunque no hab¨ªa ning¨²n motivo para hacerlo, se supon¨ªa que su presidencia ser¨ªa un soplo de pacifismo en el mundo. El presidente norteamericano agradeci¨® la generosidad n¨®rdica aumentando el gasto militar y transform¨¢ndose en el mandatario de su pa¨ªs que m¨¢s tiempo ha permanecido en guerra. Super¨® as¨ª a Abraham Lincoln durante la Guerra de Secesi¨®n, a Franklin Roosevelt, en cuyo mandato se desarroll¨® la Segunda Guerra Mundial, a Lyndon Johnson y Richard Nixon, que comandaron la desastrosa incursi¨®n del pa¨ªs en la interminable Guerra de Vietnam, y al mismo George W. Bush, a quien Obama sustituy¨® prometiendo acabar con las guerras. ?Devolver¨¢ ahora Obama el Nobel? No lo creo, aunque tampoco creo que ahora los noruegos se lo otorguen a Donald Trump. Al menos, eso espero.
Obama tambi¨¦n fue una sorpresa, aunque no por los motivos que muchos esperaban. Prometi¨® promover el crecimiento y disminuir la pobreza. Cumpli¨® lo primero, pero no lo segundo. Tuvo tasas de crecimiento del 5%, aunque la deuda p¨²blica creci¨® m¨¢s del 85% en su mandato. En 2008, momento en que George W. Bush conclu¨ªa la presidencia, 13,2% de la poblaci¨®n viv¨ªa por debajo de la l¨ªnea de la pobreza, Obama termina su mandato con una proporci¨®n ligeramente superior, 13,5%, lo que en n¨²meros absolutos significa m¨¢s de 43 millones de pobres, 14 millones de ellos menores de edad, 3,3 millones m¨¢s que los que hab¨ªa antes del inicio de su gesti¨®n.
Estados Unidos sigue siendo una de las naciones desarrolladas m¨¢s desiguales del planeta, aunque debe reconoc¨¦rsele a Obama, importantes esfuerzos en la creaci¨®n de empleos (11 millones de nuevos puestos creados en 8 a?os) y en la defensa y promoci¨®n de una pol¨ªtica que incluy¨® m¨¢s de 16 millones de personas a la atenci¨®n m¨¦dica b¨¢sica. El llamado ObamaCare permit¨ªa confiar que, en materia del derecho a la salud de su poblaci¨®n, la m¨¢s poderosa naci¨®n del planeta dejar¨ªa finalmente de pertenecer a la Edad Media. Fue una buena pol¨ªtica, aunque dur¨® poco. El mismo d¨ªa que asumi¨® la presidencia, Trump ha firmado un decreto que comienza a desmontar su estructura de protecci¨®n. Lo bueno dura poco, hasta en Estados Unidos.
Obama iba a acabar con el racismo, pero en Estados Unidos se intensificaron los conflictos raciales y la violencia, especialmente policial, contra la poblaci¨®n pobre y negra que vive guetificada en los grandes centros urbanos. Tambi¨¦n iba a ser una esperanza para los latinos, pero consigui¨® la proeza de ser el presidente que m¨¢s inmigrantes ha deportado en la historia norteamericana: 2,5 millones, muchos de ellos padres que dejaban a sus hijos o hijos que dejaban a sus padres en el pa¨ªs.
Obama tambi¨¦n era caracterizado como un antisistema, un outsider, pero de los buenos. Trump es un antisistema, un outsider, pero de los malos.
Ocho a?os de gobierno Obama han mostrado una el¨¢stica generosidad en el uso de las palabras ¡°antisistema¡± y ¡°outsider¡±. Creo que tambi¨¦n lo es en el caso de Donald Trump, aunque sus declaraciones nos aprieten el est¨®mago y nos causen las m¨¢s diversas formas de nausea pol¨ªtica y ¨¦tica.
Trump es una persona detestable. Un sujeto verdaderamente retrogrado, aunque debo discrepar que represente cualquier forma de ejercicio antisist¨¦mico de la pol¨ªtica. Menos a¨²n que se trate de un ¡°hombre beb¨¦¡±, como lo ha llamado el periodista ingl¨¦s John Carlin. Comparar un monstruo pol¨ªtico como Trump con un ni?o reci¨¦n nacido es algo que me parece trivial, basado en la plena ignorancia de la psicolog¨ªa infantil, as¨ª como ofensivo con los ni?os y ni?as del mundo. ?Por qu¨¦ cada vez que se quiere decir que alguien parece un verdadero imb¨¦cil se lo compara con un ni?o?
Del mismo modo, creo ofensiva y banal la comparaci¨®n que algunos periodistas hacen entre Trump y los pol¨ªticos o la pol¨ªtica latinoamericana. Hemos tenido y a¨²n tenemos en Am¨¦rica Latina dictadores despreciables. Pero sorprende que un peri¨®dico conservador, aunque generalmente serio, como La Naci¨®n, y una periodista conservadora, aunque generalmente seria, como In¨¦s Capdevila, editora de la secci¨®n Mundo en dicho medio, haya usado el calificativo ¡°latinoamericano¡± de forma despectiva para referirse al nuevo presidente norteamericano y a su particular discurso de asunci¨®n del cargo: Un Donald Trump ¡°latinoamericano¡± en su debut como presidente o Refundar EEUU, un plan a la manera latinoamericana. Capdevilla, tambi¨¦n latinoamericana, no debe haberse inspirado en ning¨²n periodista europeo para realizar semejante met¨¢fora. Fue en Europa que se llevaron a cabo algunas de las mayores masacres de la humanidad. Fueron naciones europeas las que comandaron algunos de los peores genocidios. Hitler, Mussolini y Franco eran europeos. Y tambi¨¦n lo son los brutales y reaccionarios l¨ªderes de la derecha fascista y neonazi que aspiran al trono de algunos de los pa¨ªses m¨¢s desarrollados del continente europeo. Sin embargo, a ning¨²n periodista de Europa se le ocurr¨ªa, a pesar de semejantes antecedentes, sostener que Trump es un t¨ªpico l¨ªder europeo.
Pero volvamos al supuestamente truculento y agitador antisistema que hoy ocupa la presidencia de los Estados Unidos.
Se supone que la naturaleza contestataria y agresiva de Donald Trump contradice las normas de un sistema mundial republicano y democr¨¢tico. Se supone tambi¨¦n que su estilo de hacer pol¨ªtica, en rigor, su antipol¨ªtica, objeta, contradice y transborda las expectativas, referencias y m¨¢rgenes en los que se han manejado, al menos hasta el momento, los l¨ªderes mundiales de las naciones m¨¢s desarrolladas. Trump, dicen, nos pone ante la aterradora evidencia de que un exaltado fanfarr¨®n tenga en sus manos la vida y los destinos de buena parte del mundo. El nuevo presidente norteamericano expresar¨ªa una nueva forma de antiestablishment, el de los hombres ricos que se hartaron de pagar impuestos y de ser gobernados por una burocracia corrupta, inepta y perezosa. El sistema tiembla y se sobrecoge ante la escalada de amenazas del nuevo presidente.
?En qu¨¦ consiste esa anomal¨ªa llamada Trump?
Seg¨²n las cr¨®nicas, y como ¨¦l mismo se encarga de demostrar en cada aparici¨®n p¨²blica que realiza, se trata de un hipermillonario egoc¨¦ntrico y narcisista, de un personaje mis¨®gino y sexista, de un repugnante racista, de un xen¨®fobo prejuicioso y discriminador, de un violento y agresivo personaje dispuesto a enfrentar militarmente a quien se interponga en su camino. Aunque es dudoso que exista algo que defina la normalidad en t¨¦rminos pol¨ªticos, Trump es un subnormal que se entren¨® en el arte de la pol¨ªtica conduciendo un reality show en el que se divert¨ªa despidiendo gente.
Entre tanto, no creo que sea necesario leer demasiada literatura anticapitalista para descubrir que los atributos que definen la odiada personalidad del nuevo presidente norteamericano son, nada menos, que las principales caracter¨ªsticas del sistema al que supuestamente ¨¦l se opone: hiperconcentraci¨®n de riquezas, ego¨ªsmo, cultura narcisista, sexismo, discriminaci¨®n y violencia de g¨¦nero, racismo, guerras, opresi¨®n. No creo que haya cualquier disonancia entre la personalidad codiciosa y vehemente del millonario devenido en presidente y la enorme injusticia social, violencia y desigualdad que estructura y da sentido al desarrollo capitalista contempor¨¢neo.
M¨¢s all¨¢ de las historias heroicas que se cuentan en Davos, el capitalismo mundial es un sistema cuyo desarrollo se ha subordinado cada vez m¨¢s al poder de hipermillonarios egoc¨¦ntricos y narcisistas. El dominio del 1% de la poblaci¨®n por sobre el resto de la humanidad ha alcanzado niveles de concentraci¨®n del poder y de la riqueza como nunca antes existieron en la historia humana. Una de las noticias que m¨¢s ha circulado en los ¨²ltimos d¨ªas es el contundente informe de Oxfam que muestra el inaceptable grado de injusticia al que ha llegado el mundo: 8 personas tienen m¨¢s riqueza que la mitad de la humanidad, o sea, que 3.600 millones de seres humanos. El sistema que ha llevado a Trump a la presidencia se ha beneficiado inmensamente de esta concentraci¨®n que contradice los principios ¨¦ticos y pol¨ªticos sobre los que debe edificarse cualquier democracia estable. El nuevo presidente norteamericano no contradice lo que ha sido un persistente endiosamiento de los hombres de negocios, de los millonarios que se supone que contribuyen a conducir los destinos del progreso humano.
?Qu¨¦ Trump es antipol¨ªtico? No lo creo. Hace pol¨ªtica a su manera, despreciando a los pol¨ªticos profesionales y criminalizando la acci¨®n colectiva. En suma, hace pol¨ªtica valorizando al extremo la sabidur¨ªa que otorga el mundo de los negocios. Odia la democracia y aspira a construir una CEOcracia, un gobierno de gerentes que han sido capaces de amasar una inmensa fortuna personal y, por eso, son los que est¨¢n en mejores condiciones de gobernar los destinos de una naci¨®n. La pol¨ªtica mundial avanza en esa direcci¨®n. No parece que sea el Sr. Trump quien va a contramano. No es el presidente norteamericano que desprecia la pol¨ªtica, es que de tanto machacar con el desprestigio de los pol¨ªticos, de tanto sostener la necesaria despolitizaci¨®n de los asuntos p¨²blicos, la derecha, buena parte de las principales y m¨¢s poderosas corporaciones del mundo y algunos medios de comunicaci¨®n, no han hecho otra que contribuir a que aparezca una figura como Trump. Fue de tanto entonar el r¨¦quiem desentonado de la muerte de la pol¨ªtica, que finalmente apareci¨® el funebrero con un cirio sobre la cabeza.
Trump es un narcisista. En su discurso de asunci¨®n del cargo s¨®lo se cit¨® a s¨ª mismo. Nada sorprendente en un sujeto que tiene la particularidad de ejercer un culto a su propia inteligencia, sagacidad y picard¨ªa. Entre tanto, no ha sido Trump el creador de la cultura del narcisismo, del imperialismo ¨¦tico que exalta el ego¨ªsmo y la auto referencia, cuestionando la solidaridad, el compromiso social, la lucha por el bien com¨²n y la igualdad entre los seres humanos. Trump no es un traspi¨¦ del orden moral dominante, sino la expresi¨®n m¨¢s perversa del ¨¦xito de un sistema que valoriza al individuo y desprecia a la comunidad, que exalta el supuesto m¨¦rito de seres humanos que son capaces de acumular riquezas, mientras humilla y desprecia a los m¨¢s pobres, a los abandonados y excluidos.
?Puede la misoginia y el sexismo ser considerados antisist¨¦micos, en un mundo donde las desigualdades de g¨¦nero, donde la violencia sexista y el femicidio siguen imperturbables, discriminando, excluyendo y matando a miles de mujeres todos los d¨ªas? El capitalismo siempre fue patriarcal, y, aunque la lucha del movimiento feminista y de las mujeres en el mundo ha conseguido revertir algunas de las m¨¢s brutales formas de discriminaci¨®n de g¨¦nero, las empresas siguen siendo machistas y le pagan m¨¢s a los hombres que a las mujeres, como son machistas tambi¨¦n casi todos los partidos pol¨ªticos y los sindicatos, los parlamentos y los juzgados, la polic¨ªa y el ej¨¦rcito, as¨ª como lo son casi todos los espacios en donde se ejerce el poder en nuestras sociedades. Antisist¨¦mico es el feminismo, antisist¨¦mica es la lucha por la igualdad de g¨¦nero, no un violento empresario machista que carga sobre sus espaldas denuncias de abuso sexual y que siempre ha considerado que las mujeres son un objeto de consumo.
Trump es un repugnante racista que gobernar¨¢ un sistema que siempre se sostuvo gracias a la reproducci¨®n del racismo. Negros y negras pobres sufren cada d¨ªa m¨²ltiples formas de discriminaci¨®n y violencia en los Estados Unidos. Tambi¨¦n lo sufren en todo el planeta los que son discriminados por el color de la piel o por atributos que los vuelven inferiores, ante la perspectiva de los poderosos. El capitalismo y el racismo conviven, volviendo m¨¢s profunda y m¨¢s compleja la dominaci¨®n de clase y las desigualdades que el sistema multiplica. En Brasil, por ejemplo, el pa¨ªs con mayor poblaci¨®n negra del mundo, despu¨¦s de Nigeria, cada 30 minutos un joven negro con menos de 24 a?os muere asesinado. En los primeros 15 d¨ªas de 2017, m¨¢s de 150 presos murieron en las prisiones brasile?as, casi todos decapitados. M¨¢s del 90% de ellos era negro.
Lo que deber¨ªa sorprendernos es que el mundo siga siendo tan racista, no que ahora haya un presidente norteamericano declaradamente racista.
El ego¨ªsmo, el racismo y el patriarcado son el cemento cultural del sistema. Trump no parece ser otra cosa que la combinaci¨®n m¨¢s siniestra de estas formas de opresi¨®n que el capitalismo no ha conseguido eliminar y que, en determinados contextos, no ha hecho otra cosa que volverlas m¨¢s sofisticadas e inhumanas.
Trump es un xen¨®fobo que promete ser muy poco hospitalario con sus vecinos mexicanos y con los extranjeros que provengan de los pa¨ªses pobres. Ser¨ªa algo alarmante que el presidente norteamericano pensara de tal forma, si no fuera esta la norma que han seguido casi todos los l¨ªderes mundiales contempor¨¢neos, con muy raras excepciones. Que Donald Trump consiga que hasta Angela Merkel parezca progresista no es otra cosa que un problema de percepci¨®n, de intensidad en el ejercicio de su aversi¨®n a los extranjeros y al peligro que ellos representan para las grandes potencias mundiales. Pero Angela Merkel, es bueno recordarlo, nunca ha sido progresista y ella tambi¨¦n representa de forma cabal un formato de liderazgo pol¨ªtico conservador que ha sido valorizado por los votantes de las naciones m¨¢s ricas del planeta, aquellas que suelen ver al resto de mundo como una amenaza a sus intereses y privilegios.
M¨¢s de 5 mil personas han muerto ahogadas el a?o pasado en las orillas de una Europa que no ha querido atender con decisi¨®n la urgencia humanitaria de los refugiados. Mientras escribo esto, miles y miles de seres humanos, muchos de ellos ni?os y ni?as, sufren por el fr¨ªo y por el hambre en campos y asentamientos precarios, mugrientos y sin otra ayuda que la de las organizaciones humanitarias. Dicen que los refugiados mueren por la dureza del invierno, pero mueren por la indiferencia y la hipocres¨ªa de un mundo que mira hacia otro lado cuando se trata de comprender y de asumir cu¨¢l es la responsabilidad de cada uno en las guerras y en las atrocidades que obligan a millones de personas a huir de sus hogares.
Claro que Trump es un xen¨®fobo nauseabundo. Pero su presencia en la pol¨ªtica de la naci¨®n m¨¢s poderosa del mundo no expresa el fracaso sino m¨¢s bien el catastr¨®fico triunfo del desprecio hacia los valores democr¨¢ticos de protecci¨®n, de acogida, de reconocimiento y de solidaridad con los extranjeros que viven en la pobreza o que sufren con las guerras y la opresi¨®n. Trump no es una anomal¨ªa monstruosa, es quiz¨¢s quien mejor expresa el fracaso de una democracia que ha elegido sobrevivir construyendo muros. Podemos y debemos indignarnos cuando Trump dice que construir¨¢ una muralla para separar a¨²n m¨¢s a M¨¦xico de los Estados Unidos. Pero debemos recordar que parte de ese muro ya existe. Y que tambi¨¦n existen otros que siguen siendo muy eficientes para preservar los beneficios de los que se arrogan a s¨ª mismos el derecho a vivir con dignidad. Trump es el sucesor de Barack Obama, que fue llamado por la comunidad latina ¡°Deportador en Jefe¡±. La anomal¨ªa, si existe, viene de antes y es mucho m¨¢s profunda de lo que solemos estar dispuestos a aceptar.
Finalmente, que Trump parezca ser un sujeto violento, agresivo y, por transferencia directa, un peligroso belicista, debe ser motivo de extrema preocupaci¨®n. Sin embargo, no ha sido el pacifismo ni la preservaci¨®n de la paz mundial una caracter¨ªstica del capitalismo contempor¨¢neo. La violencia y las guerras crecen y se multiplican en el mundo. Ya mencionamos que Obama, un dem¨®crata progresista, fue el presidente norteamericano que m¨¢s tiempo permaneci¨® en estado de guerra en toda la historia norteamericana. A pesar de su sensibilidad hacia la situaci¨®n de los m¨¢s pobres, el mandatario nunca dej¨® de aumentar los gastos militares, una industria que hoy domina la pol¨ªtica mundial y que constituye la principal amenaza a los derechos humanos de todo el planeta.
Trump no es la causa, sino la consecuencia de un mundo cada m¨¢s violento, donde las potencias militares siguen actuando como fuerzas coloniales de ocupaci¨®n, invasi¨®n y multiplicadoras de guerras donde quiera que puedan.
Comienza, sin lugar a dudas, una nueva era. Una era en la que los discursos no buscar¨¢n el amparo de lo pol¨ªticamente correcto. Donde el poder se ejercer¨¢ sin concesiones ni eufemismos bals¨¢micos para las conciencias, aunque in¨²tiles para disminuir el sufrimiento de los m¨¢s pobres y excluidos. Comienza una nueva era, no la de un presidente norteamericano que se ha vuelto antisistema, sino la de un sistema que, finalmente, ha decidido tener un presidente a la altura de su mandato de exclusi¨®n, de opresi¨®n, de muerte y dolor.
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