El cuento de la alta costura de París
Dior y Giambattista Valli llevan la épica a la cita parisina con sus enso?adores desfiles
Giambattista Valli presentó este lunes en París su mejor colección de los últimos a?os. El italiano apostó por peque?os vestidos-pa?uelo y microminifaldas rematadas por larguísimas colas. Al paso de las modelos, las sedas se hinchaban sinuosas, los volantes temblaban como hojas y el tafetán emitía su característico crujido al rozar el suelo. Las prendas emanaban la magia de la alta costura, ese mundo irreal en el que habita el 1% de la población y donde los vestidos, que se realizan por encargo, cuestan lo mismo que un coche de alta gama. Lo más extraordinario fue que, para crear esta enso?ación, el dise?ador solo necesitó sus prendas. El desfile tuvo lugar en los pasillos desnudos del Museo de los Archivos Nacionales. Algo casi extravagante en una industria donde los shows se han convertido en efectistas superproducciones.
Karl Lagerfeld es un genio en estas lides. Como director creativo de Chanel ha transformado su pasarela en un aeropuerto, un casino y un supermercado. Y sus escenografías son casi tan esperadas (e instagrameadas) como sus colecciones. Pero este lunes se ha mostrado más contenido. Tan solo ha cubierto con espejos la enorme nave levantada por la marca francesa en mitad del Gran Palais parisiense. Sobre el suelo y las paredes se reflejaban las lentejuelas, cristales, plumas de marabú y sedas que componían su reinterpretación de la silueta a?os cuarenta. Este trabajo mezcla con menos ironía que de costumbre a Ginger Rogers con Armas de mujer y el New Look, pero demostraba que el músculo artesanal de Chanel no tiene comparación y que Lagerfeld, tras 34 a?os al frente de la maison, juega en otra liga.
El lunes, Maria Grazia Chiuri presentó su primera colección de alta costura para Dior: una propuesta que tenía mucho cuento. Dicho sea esto en el mejor de los sentidos. La exdise?adora de Valentino invocó a Caperucita Negra y la hizo desfilar a través de un laberinto de boj y musgo construido para tal fin en el Museo Rodin de París. Hace seis meses, en su debut para la casa francesa, escogió un escenario sencillo y sin ningún tipo de decoración. Todo el protagonismo recayó entonces en sus prendas. Parecía una declaración de intenciones, como si Chiuri quisiese distanciarse de su antecesor, el opulento Raf Simons, bajo cuya dirección creativa llegó a construirse una monta?a artificial en uno de los patios del Louvre para albergar un desfile. Quizá es que la italina no tuvo tiempo para orquestar una puesta en escena espectacular.
Sea como fuere, las posibilidades que ofrece un gigante como Dior resultan demasiado tentadoras y el lunes Chiuri alfombró el suelo del museo de musgo natural; llenó el techo de espejos y las paredes de plantas naturales; forró los bancos de boj y trasladó un árbol hasta el centro de la pasarela. Tan bello como efímero. Pues todo este esfuerzo creativo y económico tuvo una recompensa muy breve: 15 minutos escasos de desfile. Aunque parte del montaje se mantuvo para acoger el baile de máscaras que la marca celebró esa misma noche. Un evento pensado para cosechar un millón de likes con caballos disfrazados de unicornios, zancudos y hasta un tarotista. Solo la música no estuvo a la altura de la fábula.
Antes, Chiuri desplegó un catálogo de princesas aptas para todos los públicos: desde las hadas rosa pastel a las reinas góticas. Hubo tules bordados con hilo de plata, faldas de minivolantes en degradé y muchas transparencias. Casi todos los vestidos eran con escote palabra de honor y de silueta etérea. Mereció mención especial por su exquisitez una pieza con peque?as plumas trabajadas como flores.
Pero al discurso creativo de Chiuri le sucede lo mismo que a la narración de Edgar Allan Poe: es mejor cuanto más tenebroso. Como en su momento lo hicieron sus predecesores, la creadora italiana jugó a reinventar la chaqueta Bar, dise?ada por Christian Dior hace 70 a?os. Siempre en negro, con la cintura marcada y redondeada sobre las caderas, ella le a?adió plisados en solapa y mangas. La dotó de capucha y después la convirtió en capa. Bajo ella, vestidos en terciopelo y tul azul noche. Porque, a veces, hay que pasarse al lado oscuro para no acabar engullida por el lobo.
Bertrand Guyon, actual director creativo de Schiaparelli, trabajó durante a?os a las órdenes de Maria Grazia Chiuri y Pierpaolo Piccioli en Valentino. Como su exjefa, también intentó articular su colección en torno a una pieza histórica. En su caso el vestido Langosta que Elsa Schiaparelli creó en colaboración con Salvador Dalí en 1937. Al igual que la chaqueta Bar, se trata de uno de los dise?os icónicos del siglo XX. Aún resulta plenamente vigente y, por eso, pretender actualizarlo constituye, más que una osadía, una temeridad. El resto de su alegre propuesta —chaquetas con ojos y pesta?as, escotes con candado— también rendía homenaje al legado surrealista de la marca y su querencia oriental. Destacaba una minicapa que evocaba una armadura samurái: algo que haría hoy Elsa Schiaparelli y no hace 80 a?os.
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