El muro independentista
Quienes levantan barreras pueden acabar lamentando no haber pactado algo razonable
El instinto de levantar muros entre personas o pueblos tiene larga trayectoria. Desde la muralla china hasta la anunciada por el nuevo presidente de Estados Unidos hay todo un repertorio de ejemplos, por lo general funestos. En Europa sufrimos desde 1961 a 1989 nuestra muralla de la verg¨¹enza separadora de alemanes y tambi¨¦n de europeos. Ahora en Espa?a se levanta por los independentistas catalanes un muro espiritual entre espa?oles. No se utilizan para ello materiales convencionales de construcci¨®n, sino un discurso pol¨ªtico monocorde, un imaginario euforizante y unos referentes artificiales y ficticios. Casi peor.
Trump quiere dar a los mexicanos (en general, a los latinoamericanos e hispanos) con su muro en las narices. Lo levantar¨¢ ¨¦l, pero lo pagar¨¢n ellos, ¡°culpables¡± de todo. Cada muro lanza un proyectil de denigraci¨®n desde un ¡°nosotros¡± a un ¡°ellos¡±. Y cada valla que surge genera de inmediato otra especular e inversa. La de Trump ha exacerbado ya en todo el sur un sentimiento nacionalista y antiyanqui. Las verjas o las concertinas hacen patente el fracaso de la pol¨ªtica, la convivencia y el entendimiento. Los prejuicios se elevan con ellas a un lado y otro de la separaci¨®n. En el caso de los independentistas pueden surgir absurdos como ¡°Espa?a nos roba¡±; o ¡°nosotros los catalanes somos trabajadores y hacendosos, frente a esos pobres vagos redomados y chup¨®pteros del sur¡±. Y de rebote cobra fuerza tambi¨¦n la contraimagen del catal¨¢n pesetero, tramposo y taca?o. Muy penoso.
Los arquitectos de muros espirituales o materiales esconden un nacionalismo extremista (America first!) o totalitario en potencia. Entre nosotros ¡ªlos espa?oles¡ª el muro independentista lleva ya en construcci¨®n varios a?os con su duplicado antag¨®nico. La independencia de Catalu?a no es la cuesti¨®n central, porque parece poco realista que suceda. No lo es tampoco el proc¨¦s, ni siquiera la consulta participativa o soberana. Importan m¨¢s los emoticonos devastadores y la degradaci¨®n agresiva de los sentimientos.
Cada muro cr¨ªa esp¨ªritu de exclusi¨®n, de enfrentamiento, de conflicto y hasta de guerra, larvada o no. Es secesi¨®n, separaci¨®n e incomprensi¨®n entre las personas. Su desembocadura puede ser la sedici¨®n o rebeli¨®n. Estamos viviendo ¡ªcasi sin enterarnos¡ª un principio de atm¨®sfera explosiva con riesgo de que uno o varios locos, de unos o de otros, acerquen un punto de ignici¨®n y todo salte. Esto no cabe descartarlo, porque ya ha sucedido varias veces en la historia de Espa?a.
El muro del independentismo catal¨¢n se hace fuerte en ¡°su¡± derecho a decidir, negando de entrada la posible decisi¨®n de ¡°los dem¨¢s¡±. Los dem¨¢s, en realidad, no cuentan. El derecho constitucional es basura y queda abolido de entrada. Los pactos de 1978 pueden ser incumplidos. Todo por la nueva patria.
Para los independentistas solo vale imaginar una soberan¨ªa propia, aunque ning¨²n Estado la reconozca (o casi). La de los otros, aunque sea centenaria, vale cero. Ni caso a ella. Los quebequeses son grandes tipos, solo que se equivocaron por no votar la independencia. Lo mismo los escoceses, que iban muy bien, pero no les sali¨®. Nadie dice que esas consultas fallidas fueron aceptadas antes por Canad¨¢ o Reino Unido. Sobre esto, chit¨®n. Las esperanzas independentistas se depositan en los peque?os pa¨ªses europeos. Miren ustedes: ?qu¨¦ bien Kosovo! ?Qu¨¦ maravilla! O Eslovenia, ?qu¨¦ gran apoyo! De los grandes no se f¨ªen. Por ejemplo de Alemania y su Tribunal Constitucional, que ha llegado a decir que el Estado libre de Baviera ?no es soberano! De nuevo chit¨®n. Eso es judicializar la pol¨ªtica, como en Espa?a.
Los jueces y tribunales nada tienen que hacer frente a los independentistas. Estos no los reconocen. La justicia no debe juzgarles. Tampoco el Tribunal Constitucional. En realidad nadie puede hacerlo. Pero los independentistas desde lo alto de su muro pueden y deben juzgar a todos: jueces, tribunales, Constitucional, fiscales y lo que se tercie.
El problema de los muros es que pueden convertirse al cabo de un tiempo en muro de las lamentaciones. ?C¨®mo no nos dimos cuenta antes! ?C¨®mo es posible haber llegado a esto! ?Nosotros no quer¨ªamos esto! ?No es esto, no es esto! ?Qui¨¦n detiene esto? Hubiera sido mejor pactar algo razonable. ?Al fin y al cabo llevamos siglos conviviendo!
Los muros no valen gran cosa. Conviene echarlos abajo cuanto antes. Vale solo construir nuevos puentes. Eso creo yo, al menos.
]Juan Antonio Ortega D¨ªaz-Ambrona fue ministro durante la Transici¨®n. Es autor de Memorial de transiciones (1939-1978). La generaci¨®n de 1978.
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