La Rep¨²blica del plebiscito
El nuevo pueblo obedece a consignas publicitarias claras y brutales. En la campa?a estadounidense, los mayores disparates sobre Obama o el cambio clim¨¢tico se han tomado como verdades irrefutables gracias a una red hegem¨®nica
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Hay sobrados indicios de que el plebiscito quiere imponerse como el sistema de elecci¨®n propio de esta nueva era, en la que poco a poco se intentar¨¢ destruir la vieja democracia representativa para instaurar algo que todav¨ªa no sabemos qu¨¦ es. El siglo XXI ha empezado y se est¨¢ sacudiendo de encima los restos del anterior, mientras sus supervivientes contenemos el aliento ante lo que los ingleses llaman impending doom, el instante de silencio que precede al estruendo de la fatalidad. La primera cabeza de la Hidra apareci¨® con el inesperado resultado del refer¨¦ndum sobre la permanencia en la Uni¨®n Europea que celebr¨® Reino Unido y que nos dej¨® a todos perplejos. La segunda acaba de asomar en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, que cabr¨ªa interpretar como un plebiscito sobre el sistema que el propio Donald Trump convoc¨® y gan¨®, despu¨¦s de presentarse ante el electorado como la alternativa a Hillary Clinton, representante, si bien se mira, de la ¨²ltima de las grandes dinast¨ªas republicanas, tras los Roosevelt, los Kennedy o los Bush. La derrota no es solo de los dem¨®cratas, sino tambi¨¦n del Partido Republicano, cuyas ¨¦lites intentaron distanciarse de Trump cuando vieron que el monstruo se les hab¨ªa escapado de las manos. En venganza, ahora los hooligansde Trump gritan euf¨®ricos a los dirigentes del partido: ¡°?Hab¨¦is perdido!¡±. Y es verdad, han perdido el plebiscito.
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Aunque est¨¢ adquiriendo una virulencia desconocida y mutando a una gran velocidad, el fen¨®meno no es nuevo. Hannah Arendt, en Los or¨ªgenes del totalitarismo (1951), situ¨® su aparici¨®n en la Francia del caso Dreyfus: ¡°El populacho es principalmente un grupo en el que se hallan representados los residuos de todas las clases. Esta caracter¨ªstica hace f¨¢cil confundir el populacho con el pueblo, que tambi¨¦n comprende todos los estratos de la sociedad. Mientras el pueblo en todas las grandes revoluciones lucha por la verdadera representaci¨®n, el populacho siempre gritar¨¢ en favor del hombre fuerte, del gran l¨ªder. Porque el populacho odia a la sociedad de la que est¨¢ excluido tanto como al parlamento en el que no est¨¢ representado. Por eso los plebiscitos, con los que tan excelentes resultados han obtenido los modernos dirigentes del populacho, son un viejo concepto de los pol¨ªticos que conf¨ªan en el populacho. Uno de los m¨¢s inteligentes jefes de los antidreyfusistas, D¨¦roul¨¨de, clamaba por ¡®una rep¨²blica a trav¨¦s del plebiscito¡±.
Una gran masa que no se reconoce ciudadan¨ªa y se dice excluida por sus antiguos representantes
Se trata de una descripci¨®n exacta de lo que ha pasado en Reino Unido y en Estados Unidos, pero tambi¨¦n de lo que ocurre en Catalu?a ¡ªdirigida por el magma residual de Junts pel S¨ª, donde se cuecen restos convergentes, comunistas y republicanos, cuajados con el t¨®xico demag¨®gico de la CUP¡ª y de lo que empieza a vislumbrarse en el resto de Europa. Es posible que en Francia las elecciones presidenciales acaben siendo un plebiscito entre la vieja rep¨²blica, encarnada por Alain Jupp¨¦ o Fran?ois Fillon ¡ªejemplos ambos de la cl¨¢sica excelencia pol¨ªtica francesa¡ª, y Marine Le Pen, descendiente directa de los antidreyfusistas descritos por Arendt y en los que se incub¨® el nazismo. Algo ha cambiado y quiz¨¢ ya no haya pueblo y todo sea populacho, puesto que hay una gran masa que no se reconoce ciudadan¨ªa y se proclama excluida y maltratada por sus antiguos representantes en la democracia parlamentaria. Esa masa est¨¢ adoptando el plebiscito como una herramienta para impugnar la ley y el orden en el que vivimos, aunque, de momento, solo est¨¦ sirviendo para poner contra las cuerdas a unos pol¨ªticos que han ca¨ªdo en la trampa y no saben c¨®mo hacer efectivo el mandato plebiscitario.
La imagen que mejor describe la situaci¨®n es la de Nigel Farage, ganador del plebiscito brit¨¢nico, con Donald Trump, el nuevo gran l¨ªder de la plebe estadounidense, en esos salones tornasolados de oro y que parecen haber sustituido de pronto la blanca asepsia del Despacho Oval. La risa de Farage en esa foto est¨¢ llamada a ser ic¨®nica y recuerda a la de El entierro de la sardina de Goya o a la del payaso de humo creado por Thomas Mangold a partir de la nube de hongo at¨®mica. Esa imagen representa la apoteosis de la estupidez que Flaubert empez¨® a catalogar en el siglo XIX y que ahora, gracias a las redes sociales, la televisi¨®n y la degradaci¨®n educativa en todos los ¨®rdenes, tiene m¨¢s visibilidad que nunca. Marine Le Pen ha dicho que el triunfo de Trump supone el nacimiento de un nuevo mundo. Y tiene raz¨®n. Trump y Farage han dado cara, voz y poder a los trolls digitales, esos virus an¨®nimos que insultan y amenazan en los foros de Internet y que se est¨¢n convirtiendo en una nueva forma de informaci¨®n y aun de autoridad.
En la campa?a estadounidense, hemos visto c¨®mo los mayores disparates sobre Obama, el cambio clim¨¢tico o cualquier otro asunto se han tomado como verdades irrefutables gracias al prestigio de una red social hegem¨®nica. La severidad de las cr¨ªticas publicadas en The New York Times y The Washington Post contra Trump no han servido de nada. El nuevo pueblo no atiende a esas lecturas y obedece a consignas publicitarias claras y brutales que act¨²an como corrientes el¨¦ctricas para estimular el cardumen de la masa. Elias Canetti estar¨ªa completamente fascinado. El plebiscito es la nueva forma de elecci¨®n ideal en este nuevo ecosistema medi¨¢tico.
El mandato plebiscitario se adopta como herramienta para impugnar la ley y el orden
Para entender el problema, no basta con decir que se trata de un conflicto entre ilustrados e ignorantes. Es verdad que Trump ha llegado a decir que ¨¦l representa y est¨¢ orgulloso de sus semejantes poorly educated, es decir, de los que desprecian cuanto ignoran, pero Boris Johnson, uno de los manipuladores m¨¢s c¨ªnicos en la campa?a a favor del Brexit, es licenciado en Cl¨¢sicas por Oxford, una cultura que no le ha impedido asumir y vociferar el discurso del m¨¢s tarado de los trolls. Hay algo que se ha desatado y que requiere de una toma de conciencia seria, por parte sobre todo de los ciudadanos europeos, si no queremos que la Hidra siga echando cabezas.
Para empezar, hay que exigir a los partidos pol¨ªticos que no jueguen irresponsablemente con la tentaci¨®n del plebiscito, un mecanismo que no puede utilizarse para resolver problemas ab ovo. Es lamentable, por ejemplo, que buena parte de la izquierda de este pa¨ªs, con Podemos a la cabeza, acepte un vulgar y embarazoso giro perifr¨¢stico ¡ªinsostenible desde el punto de vista pol¨ªtico y jur¨ªdico¡ª como es el derecho a decidir solo porque es rentable comercialmente en muchas autonom¨ªas. Y del otro lado, los partidos constitucionalistas est¨¢n paralizados en el fango de la corrupci¨®n y la incompetencia, dejando que unas instituciones creadas por una tradici¨®n pol¨ªtica muy anterior a ellos sean desprestigiadas y puestas en peligro.
Por otra parte, a la imbecilidad de baba y sonrisilla de un Farage, no nos queda m¨¢s remedio que seguir oponi¨¦ndole la complejidad del pensamiento, una facultad que, como recordaba Hannah Arendt al final de su Vita activa (1958), es mucho m¨¢s vulnerable, en un r¨¦gimen tir¨¢nico, que la capacidad de actuar. Nuestro reto estriba ahora en identificar esa nueva tiran¨ªa. C¨®mo pensemos y nos pronunciemos contra ella, eso ser¨¢ nuestra ¨¦tica.
Andreu Jaume es editor y cr¨ªtico literario
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