La primera persona
?Hasta d¨®nde podemos llegar trepando por nuestro ¨¢rbol geneal¨®gico?
El t¨¦rmino autorreferente, tal como lo definimos la semana pasada en relaci¨®n con la paradoja de Grelling-Nelson, es tautol¨®gico: si decimos que es autorreferente, lo es, y si decimos que no, no lo es. Es una idea un poco dif¨ªcil de pillar, y tal vez ayude un ejemplo menos resbaladizo: ?Es corto el t¨¦rmino corto? Depende: si solo consideramos cortas las palabras monosil¨¢bicas, ¡°corto¡± no es corto porque tiene dos s¨ªlabas; si tambi¨¦n consideramos cortas las bisil¨¢bicas, s¨ª que lo es.
En cuanto a la palabra susurro, ser¨¢ autorreferente si la susurramos, pero no si la gritamos. Y algo parecido ocurre con negro: en el contexto de este art¨ªculo es autorreferente, pues est¨¢ escrita en negro; pero si la escribi¨¦ramos con letras rojas, no ser¨ªa autorreferente. En cualquier caso, el concepto de autorreferencia manejado en la paradoja de Grelling-Nelson es bastante impreciso, lo que puede dar lugar a situaciones dudosas, confusas y aun contradictorias.
Y aunque a primera vista no parezca tener mucho que ver, prolongando algunas de las reflexiones relativas a las paradojas contempladas recientemente cabr¨ªa preguntarse por nuestros primeros ancestros. ?Es Lucy, la famosa Eva mitocondrial (denominada as¨ª porque de sus mitocondrias descienden todas las mitocondrias de la poblaci¨®n humana actual), la madre de la humanidad, como se ha dicho a menudo? ?Podr¨ªa ser Lucy la primera persona humana propiamente dicha??
El que pierde, gana
Adem¨¢s de ser el t¨ªtulo de una excelente novela de Graham Greene y de una interesante modalidad de ajedrez de fantas¨ªa, el pierde-gana es la situaci¨®n que se plantea en otra paradoja cl¨¢sica sacada a relucir la semana pasada por varios lectores (ver secci¨®n de comentarios): la paradoja de Prot¨¢goras.
El gran sofista (t¨¦rmino no necesariamente despectivo) Prot¨¢goras de Abdera, elogiado por Plat¨®n y Arist¨®teles, es famoso, sobre todo, por haber dicho que el hombre es la medida de todas las cosas; pero en su tiempo era conocido principalmente como maestro de ret¨®rica, y al parecer cobraba por sus ense?anzas unos honorarios tan elevados que, seg¨²n afirma Plat¨®n en uno de sus di¨¢logos, reuni¨® m¨¢s dinero que Fidias y diez escultores m¨¢s.
En cierta ocasi¨®n, Prot¨¢goras acord¨® con su disc¨ªpulo Evatlo que este solo le pagar¨ªa por sus ense?anzas de ret¨®rica cuando ganara un pleito. Pero pasaba el tiempo y Evatlo no trabajaba, y como no ganaba ning¨²n pleito, se negaba a pagarle a su maestro los honorarios convenidos. Entonces Prot¨¢goras lo llev¨® a juicio diciendo: ¡°Si gano, tendr¨¢s que pagarme, pues as¨ª lo dictaminar¨¢ la sentencia; si pierdo, habr¨¢s ganado tu primer juicio y tendr¨¢s que pagarme, seg¨²n acordamos¡±. Y esta es la paradoja de Prot¨¢goras. ?Es equivalente a la del mentiroso, a la del barbero o a ninguna de las dos?
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