A calles t¨¦tricas, fest¨ªn pagano
ES EXTRA?O c¨®mo perviven algunas costumbres de la infancia, mientras que otras se olvidan para siempre. Para parte de mi generaci¨®n, de la anterior y de la siguiente, la horrorosa Semana Santa tiene un lado divertido y festivo cuyo origen, sin embargo, se remonta a uno de los rasgos m¨¢s siniestros de aqu¨¦lla. Hoy cuesta creerlo, pero durante todo el cat¨®lico-franquismo, la Iglesia logr¨® arrancarle al r¨¦gimen no pocas imposiciones para el conjunto de la ciudadan¨ªa. De ni?o y adolescente odiaba esa ¨¦poca con todas mis fuerzas: no era s¨®lo que las calles ¨Cexactamente igual que ahora¨C se vieran tomadas impune y abusivamente por t¨¦tricas procesiones de encapuchados, enlutadas se?oras ce?udas, penitentes descalzos que se azotaban los lomos y ominosas trompetas y tambores, como si los zombies m¨¢s atroces se apoderaran del espacio p¨²blico, o quiz¨¢ el Ku-Klux-Klan con libertad plena para sus aquelarres crematorios. Era que durante ocho interminables jornadas ¨Co eran diez, desde el llamado Viernes de Dolores hasta el Domingo de Resurrecci¨®n que pon¨ªa fin a la pesadilla¨C, la radio y la televisi¨®n ten¨ªan prohibidas las canciones ¡°alegres¡±, es decir, casi todas las canciones; los cines se ve¨ªan obligados a interrumpir sus programaciones normales y a proyectar pel¨ªculas ¡°piadosas¡±, por lo general s¨®rdidas y sopor¨ªferas; en los hogares cat¨®licos (y el de mis padres lo era, sin la menor exageraci¨®n, por suerte), a los ni?os se nos reprend¨ªa si cant¨¢bamos o silb¨¢bamos ¨Cen aquellos tiempos se cantaba y silbaba mucho, y por eso los espa?oles sab¨ªan entonar y no hacer gallos, a diferencia de hoy: la educaci¨®n musical abandonada como la de la Filosof¨ªa y la Literatura¨C. ¡°No deb¨¦is mostrar alegr¨ªa¡±, nos rega?aban las abuelas, ¡°porque estos son d¨ªas de luto y de gran lamento¡±. No entend¨ªamos que se lamentara por decreto una imprecisa leyenda con veinte siglos de retraso. ?Ten¨ªamos que estar tristes por eso cr¨ªos de nueve o diez a?os, tendentes al contento? Ni un cine desobedec¨ªa: supongo que los multaban o cerraban si alguno se atrev¨ªa a exhibir un western, o una b¨¦lica o de risa, no digamos una comedia como Con faldas y a lo loco, que la Iglesia consideraba obscena.
Los ni?os tem¨ªamos aquella eternidad de capirotes malignos, de efigies feas y tenebrosas, aquella celebraci¨®n malsana (?cu¨¢ntas procesiones diarias?, ?cu¨¢ntas sigue habiendo en 2017?) de remotas truculencias. No nos enga?emos: aquellas Semanas Santas se parec¨ªan enormemente a los territorios hoy controlados por el Daesh o por los talibanes, en los que todo est¨¢ vedado: la alegr¨ªa, la m¨²sica, el tabaco, el alcohol, la risa, el f¨²tbol, el baile, la cara afeitada, un cent¨ªmetro de piel descubierta, todo. Al menos aqu¨ª no se latigaba ni degollaba al infractor. Pero el esp¨ªritu era similar.
Durante ocho interminables jornadas, la radio y la televisi¨®n ten¨ªan prohibidas las canciones ¡°alegres¡± y los cines deb¨ªan proyectar pel¨ªculas ¡°piadosas¡±.
Sin embargo, hab¨ªa un resquicio. Entre las pel¨ªculas ¡°piadosas¡± se aceptaban las b¨ªblicas y las que suced¨ªan en tiempos de Cristo, con mayor o menor presencia de lo religioso. Lo cual significaba, en la pr¨¢ctica, que se proyectaban masivamente ¡°las de romanos¡±, como entonces se las conoc¨ªa (el t¨¦rmino peplum se populariz¨® m¨¢s tarde). Y como algunas de las de aquella ¨¦poca eran excelentes, y principalmente de aventuras, los ni?os nos refugi¨¢bamos en ellas y as¨ª hu¨ªamos de Molokai, Marcelino pan y vino y Fray Escoba, que nos resultaban toston¨ªferas. Nos acostumbramos a ver cada a?o, en estas fechas, Ben-Hur y Quo Vadis, Barrab¨¢s y Los diez mandamientos, Rey de Reyes y La t¨²nica sagrada, Espartaco y La ca¨ªda del Imperio Romano, de las que tanto copi¨® Gladiator hace ya decenio y medio. Pues bien, conozco a bastantes personas, entre ellas la por m¨ª m¨¢s querida, que, cuando llega la Semana Santa todav¨ªa insoportable en las calles, se las prometen muy felices ante la perspectiva de ponerse en DVD ¨Cotra vez¨C todas esas pel¨ªculas. O de pillarlas en televisi¨®n, pues no son pocos los canales que se apuntan a esa costumbre o nostalgia y vuelven a programarlas. Es como si las fechas nos dieran licencia para atracarnos de pel¨ªculas ¡°de romanos¡±, algo que no solemos permitirnos en oto?o, invierno o verano. La vieja imposici¨®n de la infancia ¨Cmejor dicho, el viejo resquicio por el que respir¨¢bamos¨C se convierte en patente de corso para abandonarnos sin mala conciencia a un fest¨ªn de bajas pasiones e inauditas crueldades de la antig¨¹edad m¨¢s vistosa. Ahora tocan las carreras de cuadrigas, los combates de gladiadores y los envenenamientos en palacio, toca ver al malvado Frank Thring interpretando a Herodes, al despiadado Ustinov a Ner¨®n y al histri¨®nico Christopher Plummer a C¨®modo. A Jack Palance con sus escalofriantes risotadas silenciosas y a Stephen Boyd o Messala con sus turbios odios y amores. Las apariciones del Cristo o de San Juan Bautista o la Magdalena son aburridos par¨¦ntesis que pagamos con gusto. Hemos heredado eso: licencia para sumergirnos en el incomparable mundo romano ficticio. Lo pagano en su apogeo.
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