Del invierno nuclear al calentamiento
Las decisiones del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pueden generar comportamientos parecidos en otros pa¨ªses e interrumpir el camino recorrido para evitar las cat¨¢strofes ambientales globales
El mayor peligro de dimensiones globales percibido hoy por la sociedad es el calentamiento global asociado al aumento de gases de efecto invernadero en la atm¨®sfera. Estos gases, en particular el di¨®xido de carbono, se generan como consecuencia de la actividad humana, de forma que esta incidir¨ªa en el clima y, por tanto, en las condiciones b¨¢sicas para el desarrollo de la vida en nuestro planeta. Sus consecuencias, si la perturbaci¨®n clim¨¢tica superara cierto umbral, ser¨ªan letales para la supervivencia de muchas especies animales y vegetales y, con seguridad, para el equilibrio y el bienestar de las sociedades humanas. De ah¨ª que ciudadanos e instituciones, incluidos los Gobiernos, sean sensibles a tal eventualidad y se planteen evitarla mediante cambios en nuestros h¨¢bitos sociales, muy especialmente la producci¨®n, el transporte y el consumo de energ¨ªa. Y de ah¨ª los acuerdos internacionales que, como los firmados en la cumbre de Par¨ªs de diciembre de 2015, tienen como objetivo atajar las causas de ese posible cambio clim¨¢tico.
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Pero no siempre fue as¨ª. En realidad, la percepci¨®n p¨²blica de los peligros del cambio clim¨¢tico es bastante reciente y solo se ha asentado cuando han empezado a manifestarse los primeros indicios, en forma de aumento sostenido de temperaturas o frecuencia de fen¨®menos clim¨¢ticos extremos. Hace no mucho tiempo los temores a un cambio global de consecuencias desastrosas se situaban en un campo completamente distinto: el de una conflagraci¨®n global entre las potencias nucleares. Durante la Guerra Fr¨ªa cinco pa¨ªses, los que actualmente son miembros permanentes del Consejo de Seguridad, dominaron el arma nuclear. Y acumularon, particularmente Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica, arsenales capaces de destruir varias veces todo atisbo de vida en la Tierra, en una disparatada carrera armament¨ªstica que sustentaba lo que se llam¨® el equilibrio del terror.
Desde los primeros a?os sesenta se alert¨® de la inestabilidad de una situaci¨®n que pod¨ªa conducir a un uso descontrolado del arsenal nuclear en una guerra global, y algunos cient¨ªficos profundizaron en sus efectos potenciales. El resultado fue que, aparte de las consecuencias en un primer momento, en t¨¦rminos de destrucci¨®n y vidas humanas, se producir¨ªan efectos a m¨¢s largo plazo derivados de las ingentes cantidades de materiales pulverizados generados por las explosiones que, una vez estabilizados en la alta atm¨®sfera, reflejar¨ªan la luz del Sol disminuyendo la luminosidad y temperatura sobre la superficie terrestre durante prolongados per¨ªodos de tiempo.
El final de la guerra fr¨ªa elimin¨® del subconsciente colectivo el temor a una guerra aniquiladora
Es lo que se llam¨® el invierno nuclear, aunque los efectos principales no se derivaran del car¨¢cter nuclear del conflicto sino de las inmensas cantidades de energ¨ªa liberada en las explosiones, es decir, de su car¨¢cter de armas de destrucci¨®n masiva. El escenario as¨ª descrito ser¨ªa letal para la supervivencia de multitud de especies vegetales y animales y comprometer¨ªa la propia existencia de una sociedad humana organizada.
Durante los a?os ochenta se fue consolidando la idea de que la extinci¨®n masiva ocurrida hace 65 millones de a?os, en la que, en particular, desaparecieron los dinosaurios, se debi¨® a un cambio brusco en las condiciones clim¨¢ticas como consecuencia de la colisi¨®n de un gran meteorito con la Tierra. Una perturbaci¨®n global similar a la que se producir¨ªa en caso de utilizaci¨®n generalizada de los arsenales nucleares. Y la reconstrucci¨®n de lo que ocurri¨® despu¨¦s del choque del meteorito a partir de sus huellas geol¨®gicas confirm¨® el escenario de invierno nuclear.
La eventualidad de un desastre de estas dimensiones, junto a consideraciones de sostenibilidad econ¨®mica, estuvo en la ra¨ªz del Tratado de No Proliferaci¨®n Nuclear (TNP), abierto a la firma en 1968. El TNP establec¨ªa que los pa¨ªses que no ten¨ªan el arma nuclear en el momento de su entrada en vigor se compromet¨ªan a no desarrollarla. Est¨¢ claro que esto establec¨ªa una asimetr¨ªa entre aquellos que ya la pose¨ªan y el resto, pero en su articulado ya se obligaba a las potencias nucleares a iniciar conversaciones para reducir sus arsenales; de ah¨ª los acuerdos SALT y START firmados entre las dos grandes superpotencias de la Guerra Fr¨ªa a partir de los a?os setenta. El fin ¨²ltimo era la desaparici¨®n de tal arma de la faz de la Tierra. Primero, limitando la extensi¨®n a otros pa¨ªses, y luego, reduci¨¦ndola en aquellos que ya la ten¨ªan.
La preocupaci¨®n por el cambio clim¨¢tico precipit¨® acciones y compromisos para evitarlo
Como consecuencia, la cantidad de armas nucleares ha venido disminuyendo de forma continua desde su m¨¢ximo en los sesenta hasta hoy. El stock de cabezas nucleares en EE?UU era de m¨¢s de 32.000 en 1965 y es hoy del orden de 5.000, de los que menos de la mitad est¨¢n operativas. Muchas todav¨ªa, desde luego, pero en una senda descendente.
El final de la Guerra Fr¨ªa elimin¨® del subconsciente colectivo el temor a una conflagraci¨®n global y consiguientemente a la posibilidad de desencadenar el invierno nuclear, aunque persisten los temores de un uso limitado del arma nuclear por parte de quienes la poseen, incluidos los pocos pa¨ªses que no firmaron el TNP. Y la perturbaci¨®n clim¨¢tica de dimensi¨®n planetaria que vino justificadamente a preocuparnos fue la de un calentamiento global derivado del uso de los combustibles f¨®siles y la generaci¨®n de enormes cantidades de gases de efecto invernadero. Y lo mismo que ocurri¨® con la proliferaci¨®n nuclear, la preocupaci¨®n por los efectos del cambio clim¨¢tico precipit¨® acciones y compromisos para evitarlo, como los establecidos en la cumbre de Par¨ªs.
Pero ahora, el reci¨¦n elegido presidente de EE?UU, Donald Trump, est¨¢ dando un giro brusco a las pol¨ªticas preventivas de ambos tipos de desastre. Se desentiende de los compromisos en la reducci¨®n de emisiones y propugna un incremento de la capacidad b¨¦lica de EE?UU, incluyendo el sector nuclear. Ambas actitudes, aparte de sus consecuencias directas, pueden generar actitudes reflejas en otros pa¨ªses e interrumpir el camino recorrido para evitar este tipo de cat¨¢strofes clim¨¢ticas globales. Esperemos que la humanidad no tenga que revivir viejos temores y siga luchando contra los que ahora nos atenazan.
Cayetano L¨®pez fue director del Centro de Investigaciones Energ¨¦ticas Medioambientales y Tecnol¨®gicas (CIEMAT).
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