Coll & Cort¨¦s, los rastreadores de arte
JORGE COLL, de 38 a?os, marchante de maestros antiguos, cruz¨® el Atl¨¢ntico el pasado a?o para ver un lienzo atribuido a Antonio de Pereda, pintor espa?ol del siglo XVII. Estaba a la venta por 5.000 d¨®lares (4.700 euros) en una casa de subastas de Boston. ¡°?Es falso!¡±, exclam¨® al contemplar un bodeg¨®n con frutas que llevaba ?cuatro siglos atrapado entre capas de barniz oxidado. Tuvo dudas y llam¨® a su socio, Nicol¨¢s Cort¨¦s, de 46 a?os. Seis meses despu¨¦s vendieron esa tela por m¨¢s de cinco millones de euros.
Coll y Cort¨¦s se conocen desde 1996. Fue en una ma?ana luminosa en la calle de Arag¨®n. Un paisaje de comerciantes de antig¨¹edades en el Ensanche de Barcelona. Nicol¨¢s, madrile?o, cumpl¨ªa 26 a?os; Jorge, barcelon¨¦s, 18. Ambos proced¨ªan de familias de anticuarios. Y los dos ¨C?reconocen¨C malgastaban su tiempo cursando Biolog¨ªa y Humanidades. Desde esos d¨ªas comparten oficio. Al principio revendiendo los cuadros que compraban a sus padres. Despu¨¦s abrieron en Madrid una peque?a oficina en el barrio de Salamanca y en 2005 su propia galer¨ªa (Coll & Cort¨¦s) en los arrabales del de Chueca. Ten¨ªan solo un cliente, pero la mirada necesaria para vender al Museo del Prado ¨®leos de Francisco Rizi o Collantes. ¡°Sin embargo, sab¨ªamos que el negocio se mor¨ªa¡±, recuerda Cort¨¦s. Un goteo de obras falsas, la escasez de grandes piezas y una generaci¨®n hipnotizada por lo contempor¨¢neo anunciaban el desastre. Arriesgaron.
¡°En vez de hacernos peque?os y sensatos nos volvimos grandes y locos¡±, ironiza Cort¨¦s. En 2015 adquirieron la galer¨ªa inglesa Colnaghi. Quiz¨¢ el marchante de maestros antiguos m¨¢s importante de la historia. Fundada en 1760 en un trastero dedicado a la pirotecnia, sus archivos cuentan el cambio de manos de leonardos, botticellis, turners, rembrandts, rafaeles, goyas, riberas, tizianos. El relato de un tiempo incre¨ªble. En 1911 tuvieron a la venta nada menos que tres vermeers.
Pero esos a?os se fueron y Jorge y Nicol¨¢s han reinventado la forma de vender la pintura antigua en la era del big data. ?Hay escasez de obras de primer nivel? Montan una red de 100 ojeadores que buscan piezas por todo el planeta. ?Faltan nuevos nombres que atraigan coleccionistas? Crean un equipo de investigadores que recuperan artistas olvidados (Pedro de Mena, La Roldana, Juan de Mesa). Y prohibido equivocarse. ¡°Cuando compras un cuadro de un mill¨®n de euros, un error sale car¨ªsimo¡±, observa Coll. Por eso se han repartido el esfuerzo. ¡°Nicol¨¢s es un genio descubriendo obras y Jorge suma, adem¨¢s, el talento de los n¨²meros¡±, admite Konrad Bernheimer, anterior due?o de Colnaghi. Pero sobre todo ense?an a sus clientes (Juan Abell¨®, Alicia Koplowitz, la familia Alba) que las obras antiguas son una vanitas. Un recuerdo de nuestra inevitable mortalidad. ¡°Cuando falleces no te llevas la colecci¨®n contigo, sino las experiencias. Los viajes, las personas, las exposiciones que disfrutaste¡±, desgrana Cort¨¦s.
En Boston, Coll tuvo una duda. El cuadro estaba reentelado, oscurecido y bajo la pintura surgi¨® otra en la que pod¨ªa leerse: Oppenheimer. Una colecci¨®n alemana de principios del XX. ¡°Es demasiado complejo para que la hayan trasteado¡±, le dijo por tel¨¦fono a Cort¨¦s. ¡°?Puja!¡±, lanz¨® su socio. M¨¢s tarde averiguar¨ªan que el cuadro estaba mal atribuido: no era de Antonio de Pereda, sino una obra maestra de Bartolomeo Cavarozzi, un caravaggista italiano activo en Espa?a. Un tesoro que un d¨ªa, en Boston, costaba 4.700 euros.
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