Una fil¨®sofa en el frente de Arag¨®n
Resulta una deliciosa excentricidad que le hayan concedido el nombre de una calle de Madrid a Simone Weil, fascinante pensadora francesa
De todo lo que escribi¨®, es esta observaci¨®n de Simone Weil ¡ªrecogida en Echar ra¨ªces¡ª la que resulta hoy m¨¢s pertinente: ¡°La inteligencia est¨¢ derrotada a partir del momento en que la expresi¨®n del pensamiento va precedida, expl¨ªcita o impl¨ªcitamente, de la palabra nosotros.Y cuando la luz de la inteligencia se ofusca, al cabo de un tiempo harto breve se extrav¨ªa el amor al bien¡±.
Y es pertinente porque sortear ese min¨²sculo nosotros era algo imprescindible para el Comisionado de la Memoria Hist¨®rica en su tarea de proponer los nombres que iban a sustituir a los que ten¨ªan 52 calles de Madrid, marcadas por los rastros de la dictadura franquista. Que no hubiera esp¨ªritu partidista, nada de mentalidades de capilla o de tendencia o de causa alguna, ning¨²n c¨¢lculo sectario. Fuera ese miserable nosotros que derrota a la inteligencia para as¨ª poder ocuparse del cometido esencial: que una ciudad exprese en su callejero gratitud a la grandeza de algunas figuras, fueran ¨¦stas m¨¢s remotas o m¨¢s cercanas.
La de Simone Weil, pese a su humildad y a su deshilachada apariencia, es imponente. Nacida en Par¨ªs en 1909, tuvo intereses muy distintos: las matem¨¢ticas, la f¨ªsica cu¨¢ntica, las lenguas cl¨¢sicas, un compromiso radical con los m¨¢s desfavorecidos, el af¨¢n de llevar cada pensamiento al l¨ªmite. Manuel Arranz la ha recordado en el n¨²mero anterior de Claves y Jos¨¦ Luis Gallero se ocup¨® de ella en El Estado Mental.
Ferrater Mora la defini¨® como la ¡°m¨ªstica clara¡±, Eliot dijo que pod¨ªa ser ¡°injusta y desmesurada¡±, Bataille la describi¨® as¨ª: ¡°Llevaba vestidos negros, mal cortados y sucios. Daba la impresi¨®n de no ver, y a menudo tropezaba con las mesas. Sus cabellos cortos, tiesos y mal peinados semejaban alas de cuervo a ambos lados de su cara¡±. A principios de agosto de 1936 lleg¨® a Barcelona, luego acompa?¨® a los anarquistas en el frente de Arag¨®n, estuvo en un hospital en Sitges, regres¨® a Barcelona: unos dos meses. Quer¨ªa conocer la guerra de cerca, supo de cosas terribles. En sus cuadernos escribi¨® despu¨¦s: ¡°Desde mi ni?ez he simpatizado con las agrupaciones pol¨ªticas que estaban a favor de los humillados y de los oprimidos por las jerarqu¨ªas sociales; hasta que comprend¨ª que esos grupos pol¨ªticos no merecen ninguna simpat¨ªa¡±. De nuevo contra el abominable nosotros. Muri¨® a los 34 a?os.
Frente a los nuevos nombres de las calles de Madrid habr¨¢ quien piense que se perdi¨® la oportunidad de rescatar del olvido a algunas figuras que, en aquella guerra que vino a conocer Simone Weil, procuraron salvar lo que quedaba del esqueleto de la Rep¨²blica. Resulta, en cualquier caso, una deliciosa excentricidad que le hayan concedido el nombre de una calle a esta fascinante pensadora (y santa, pensaban algunos) que no pas¨® por Madrid y que escribi¨® que ¡°debemos preferir el infierno real a un para¨ªso imaginario¡±. Ese gesto abre para algunos una disparatada esperanza, la de vivir un d¨ªa en Madrid en la plaza Witold Gombrowicz.
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