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?D¨®nde deber¨ªamos ir despu¨¦s de la ¨²ltima frontera; d¨®nde debieran volar los p¨¢jaros despu¨¦s del ¨²ltimo cielo?
???? Mahmoud Darwish, poeta palestino.
Lo que llama la atenci¨®n no es que haya ocurrido. Lo que llama la atenci¨®n es que casi nadie lo recuerde. El 15 de mayo de 1948 fue un d¨ªa tr¨¢gico. Pocas horas despu¨¦s que David Ben Guri¨®n leyera la declaraci¨®n de la independencia de Israel y el d¨ªa en que conclu¨ªa el mandato brit¨¢nico sobre Palestina, se iniciaba la primera guerra entre el nuevo Estado israel¨ª y los pa¨ªses ¨¢rabes. La guerra de 1948 fue para Israel la gran gesta de su independencia. Pero tambi¨¦n fue la guerra que produjo uno de los m¨¢s brutales ¨¦xodos que se hayan conocido en la historia de la humanidad: el del pueblo palestino, despojado de su tierra, desplazado de su naci¨®n, amordazado, encarcelado, silenciado. Un pueblo al que, desde entonces, las naciones m¨¢s poderosas del planeta han tratado de aniquilar, volvi¨¦ndolo invisible; un pueblo al que han tratado de reinventar, conden¨¢ndolo a la inexistencia.
Una mujer. Un cuerpo sufriente. Una mujer tapando su boca. Una mujer en un campo de refugiados: Baqa?a, Jordania. Una palabra: nakba. Una ausencia: la tierra. Una naci¨®n: Palestina. Un trabajo colectivo: la memoria.
Nakba: cat¨¢strofe, desastre. ?xodo: la expulsi¨®n palestina que comienza en 1948. 700 mil seres humanos desplazados, empujados al abismo de la incertidumbre, para siempre, sin otra esperanza que la de mantener activa la memoria, para recuperar alg¨²n d¨ªa lo que le han robado y a casi nadie le importa.
La guerra de 1948 que condujo a la creaci¨®n del Estado de Israel, tuvo como consecuencia la devastaci¨®n de Palestina. La dial¨¦ctica de la muerte y el renacimiento, tan propia del mundo occidental, reunidas en un mismo acontecimiento. En un mismo grito de dolor, en un mismo s¨ªmbolo de barbarie, silenciado ante el mundo.
Cincuenta a?os despu¨¦s / estoy tratando de contar la historia / de lo que se perdi¨® / antes de mi nacimiento / la historia de lo que estaba all¨ª / antes de que la casa de piedra cayera / el mortero explot¨® / las rocas sueltas fueron llevadas lejos para nuevos prop¨®sitos, o aplastadas / la tierra se declar¨® limpia, vac¨ªa.
???? Lisa Suhair Majaj, poeta palestina.
Cada una de las distintas generaciones que han sobrevivido a la cat¨¢strofe puede armar un rompecabezas de piezas que se han astillado, convirtiendo las casas de las aldeas en millones de part¨ªculas de piedras dispersas por el desierto. Una monta?a de escombros que m¨¢s tarde servir¨ªa para edificar el muro que sigue separando, aislando, deportando a los palestinos de su historia. El muro que pretende silenciarlos y mantenerlos invisibles.
¡°La visi¨®n m¨¢s desgarradora fueron los gatos y los perros ladrando y haciendo jaleo, tratando de seguir a sus due?os. Yo escuch¨¦ a un hombre gritarle a su perro: Vuelve. ?T¨² al menos puedes quedarte!¡±
(Citado en: Ahmad H. Sa?di & Lila Abu-Lughod. Nakba. Palestina, 1948 y los reclamos de la memoria. Editorial Cana¨¢n, Buenos Aires, 2017)
Despu¨¦s de la Nakba, no todos abandonaron Palestina. Algunos quedaron bajo el control territorial del Estado de Israel. Palestina fue confiscada, dividida en Cisjordania y la Franja de Gaza, en territorios controlados colonialmente, infectados por check points que bloquean o autorizan ocasionalmente el tr¨¢nsito de los palestinos, transformados as¨ª en refugiados en su propia tierra. Los palestinos, aquellos cuya presencia fue sustituida por la ausencia, como alguna vez sostuvo Edward Said.
Palestina y los palestinos viven bajo la constante amenaza del desvanecimiento de la memoria. Viven una carrera contra el tiempo, tratando de transmitir la experiencia del despojo a las j¨®venes generaciones, las cuales han nacido lejos de su propia patria y han crecido envueltas en narrativas que silencian o niegan la opresi¨®n colonial de su pueblo. La ¡°generaci¨®n de la Nakba¡± se vuelve anciana, se cansa, se vuelve un verdadero ¡°cuerpo archivo¡±, vital para el ejercicio de la transmutaci¨®n de la memoria oral a las palabras escritas. Una carrera contra el tiempo, como la del sujeto colonizado que describe Frantz Fanon: ¡°Llega usted demasiado tarde, tard¨ªsimo. Entre ustedes y nosotros habr¨¢ siempre un mundo."
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?l retorn¨®, dijo, para plantar en ella el ¨¢rbol del conocimiento / y ¨¦l era ese ¨¢rbol. / ?l naci¨® en Jaffa y a Jaffa retorn¨®, para permanecer / all¨ª por la eternidad, cerca del ¨¢rbol del para¨ªso.
???? Mahmoud Darwish, poeta palestino
El poder de una potencia colonial no reside en disminuir o maquillar las evidencias de su prepotencia invasora, sino, fundamentalmente, en borrar las marcas, los trazos y las filigranas en las que puede leerse la memoria, la narrativa, el relato que cuenta la historia de quien est¨¢ siendo colonizado. Por eso, los poderes coloniales matan, destierran y silencian a los intelectuales, despedazan sus bibliotecas, incineran sus libros, silencian las voces que cantan y cuentan otra historia, aniquilan a quienes representan el pasado y, justamente por eso, pueden edificar un camino de esperanza hacia el futuro. En Palestina, el Estado de Israel hizo todo esto. Pero hizo mucho m¨¢s. Arranc¨® los olivos, los desmembr¨®, atraves¨¢ndolos con un muro. En su lugar, ocasionalmente, plant¨® abetos europeos. El poder colonial se imprime en el paisaje, se diluye en el horizonte como parte de una nueva geograf¨ªa, con una implacable transformaci¨®n del ambiente, creando, m¨¢s bien, inventando la tierra misma, sus r¨ªos, sus plantas, sus monta?as y praderas, el aroma, el color y los sonidos que brotan de ese espacio desconocido, que alguna vez fue nuestro hogar. El ej¨¦rcito de Israel siempre supo que adem¨¢s de protegerse de las piedras que surcan el cielo de Palestina, hab¨ªa que protegerse de la sombre de los olivos, esos sitios insurgentes en los que habita encarnada la memoria de los desplazados. Los olivos fueron un objetivo militar, porque all¨ª sobreviv¨ªa la historia de los que alguna vez volver¨¢n.
La colonizaci¨®n de la memoria supuso el exterminio de los trazos que marcaron la presencia de los palestinos en su propia tierra. Unos y otros, colonizadores y abetos, extranjeros en esa tierra de dolor y desamparo. ¡°Solo los ¨¢rboles de olivo ¨C sostendr¨¢ Darwish ¨C permanecer¨¢n como un sustituto viviente, fragmentado de la experiencia colectiva en Palestina.¡±
Somos las v¨ªctimas de las v¨ªctimas ¨Clo cual es bastante inusual (...) estamos sujetos a un colonialismo ¨²nico. Nos quieren muertos o exiliados. (¡) Las vidas de los israel¨ªes y palestinos est¨¢n desesperadamente entrelazadas. No hay modo de separarlas. Ustedes pueden tener una fantas¨ªa y negar o poner al pueblo en guetos. Pero en realidad hay una historia en com¨²n. Tenemos que encontrar el modo de vivir juntos. (¡) Nosotros nos mantenemos firmes en el tema de la identidad como algo mucho m¨¢s significante y pol¨ªticamente democr¨¢tico que la mera residencia y servidumbre que Israel nos ofrece. Lo que nosotros pedimos como palestinos es el derecho a ser ciudadanos (...) Elegir esa identidad es hacer historia, no elegirla es desaparecer.
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Edward Said, intelectual palestino.
Nakba: cat¨¢strofe, desastre. Quiz¨¢s tambi¨¦n: persistencia de la memoria, retorno, dignidad, verdad, justicia.
Las fotograf¨ªas corresponden al Archivo Fotogr¨¢fico de la UNRWA (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Pr¨®ximo), incluido en la Memoria del Mundo de la UNESCO. M¨¢s informaci¨®n aqu¨ª.
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