A lo largo de tres siglos de nuestra vida
La escritora ghanesa Yaa Gyasi publica 'Volver a casa' un maravilloso recorrido sobre el af¨¢n del ser humano por sobrevivir, la pasi¨®n de la familia y la historia (m¨¢s inhumana) de la humanidad
Todo empieza con el fuego. Y acaba en el mar. El nacimiento de Effia en medio de un incendio en una aldea perdida de Ghana, marca el inicio de una novela, que como dice la editorial Salamandra en la contraportada, muestra la energ¨ªa de una nueva generaci¨®n de narradores africanos que marcar¨¢n sin duda el tiempo literario que viene. Effia tiene una hermana, Esi, a la que nunca conocer¨¢. Son hijas de la misma madre, Maame, pero de padres de etnias distintas (asante y fante) y sus vidas est¨¢n marcadas por la actividad guerrera, pol¨ªtica y social de cada uno de ellos. Una de las hermanas, bell¨ªsima, se quedar¨¢ en tierra africana y ser¨¢ obligada a casarse con un gobernador brit¨¢nico, heredar¨¢ as¨ª la esencia de su cultura matizada por el contacto con los blancos. La otra, hija tambi¨¦n de rey local, ser¨¢ hecha prisionera y vendida como esclava.
Yaa Gyasi, la autora, es ghanesa, nacida en 1989, el a?o en que todo cambiaba para el mundo con la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn. Ella pertenece ya a una generaci¨®n sin tel¨®n de acero, sin muchos de los miedos del pasado, con nuevos aires pol¨ªticos y de globalizaci¨®n en el horizonte. Esta es su primera novela, curiosamente publicada en Estados Unidos -donde ha residido desde los dos a?os de edad (en el Estado de Alabama)-, en tiempo de Barack Obama, un presidente negro, el primero. Algo que nunca nadie antes habr¨ªa imaginado, y mucho menos los protagonistas de esta obra.
Y en Volver a casa, la autora ha sido ambiciosa como la que m¨¢s a la hora de plantearse el argumento: trescientos a?os de historia familiar (y al tiempo, global) condensa en sus p¨¢ginas a trav¨¦s de los hijos, nietos, bisnietos de estas dos hermanas nacidas poco antes de que los brit¨¢nicos, holandeses y portugueses se dieran cuenta de que en las fortificaciones levantadas a lo largo de la llamada Costa de Oro desde el siglo XVII para comerciar con este y otros preciados metales, la mercanc¨ªa m¨¢s valiosa era la mano de obra esclava. Ese es el hilo del que tira Gyasi para narrar las vicisitudes de hombres y mujeres, luchadores y cobardes, locos y cuerdos, agricultores, mineros, cantantes, drogadictos, amas de casa, limpiadoras, estudiantes.. durante un tiempo que ha marcado de una manera trascendental el mundo actual: explotaci¨®n, comercio de seres humanos, guerras civiles y tribales en dos continentes, leyes restrictivas y/o liberadoras, el advenimiento de ciudades y barrios hasta convertirse en lo que hoy son, el desarrollo agr¨ªcola e industrial, el lento cambio de rol y derecho para las mujeres, el progresivo acceso a la educaci¨®n...
En este libro hay vida rural y urbana; hay campo, bosque, agua, sequ¨ªa, paisaje, tradici¨®n, religi¨®n, batallas¡ Gente empe?ada en sobrevivir generaci¨®n tras generaci¨®n. El imperialismo occidental en ?frica de fondo y la connivencia y participaci¨®n activa de determinadas etnias en la caza y comercio de esclavos africanos (los asante y los fante, s¨ª, pero hubo m¨¢s), tan intenso durante siglos que marc¨® el despegue industrial de Europa y Estados Unidos y el retraso hasta hoy mismo de muchas zonas del continente, con una sangr¨ªa y perdida de mano de obra joven datada ya en muchos millones de personas. S¨®lo en la franja atl¨¢ntica de Cape Coast, apenas medio millar de kil¨®metros, se levantaron ochenta fortificaciones europeas,
?frica nunca ha olvidado tama?a herida. El colonialismo europeo se alarg¨® hasta la d¨¦cada de los sesenta del siglo XX. Y tras la independencia de la mayor¨ªa de sus Estados hace ya m¨¢s de 50 a?os, las nuevas generaciones del continente africano est¨¢n revisitando ahora su historia sirvi¨¦ndose de disciplinas art¨ªsticas diversas, especialmente rap, teatro, danza, cine, y tal como este libro demuestra, la literatura. Esta va perdiendo poco a poco su condici¨®n oral, y va ganando territorio escrito a pasos agigantados, mezclada con estos nuevos tiempos tecnol¨®gicos que permiten mayor difusi¨®n digital y de convocatoria transnacional. Hay numerosas voces nuevas, ferias del libros, ambici¨®n por ocupar un territorio literario que hasta hace unas d¨¦cadas estaba reservado a unos pocos (grandes) nombres del panorama narrativo.
Un ¨¢rbol geneal¨®gico es todo lo que utiliza Yaa Gyasi. Mira hacia atr¨¢s a trav¨¦s de ¨¦l con una curiosidad infinita, intentando narrar el devenir de sus ancestros y de entender por qu¨¦ cada uno hizo lo que hizo para sobrevivir y, sobre todo, para traspasar su tradici¨®n, cultura y lengua a sus descendientes, para "seguir siendo en ellos". Yaa Gyasi consigue as¨ª aquello que a muchos nos gustar¨ªa: mirar por la cerradura y ver con nuestros propios ojos lo qu¨¦ les sucedi¨® y c¨®mo se las arreglaron nuestros antepasados. C¨®mo se alimentaron, vistieron, se amaron o trabajaron; c¨®mo criaban a sus hijos, iban al mercado, lavaban su ropa, bailaban en las celebraciones¡ C¨®mo lidiaban con las circunstancias, con la enfermedad, la vejez, el nacimiento o la muerte; como superaban desventuras, se resist¨ªan ante la falta de libertad, se un¨ªan a otros en busca de soluciones, cre¨ªan en la magia o en distintas religiones. Y sobre todas las cosas, lo que este libro consigue es describir c¨®mo todos ellos van arrastrando d¨ªa tras d¨ªa esa pesada losa: lo que que representa ser negro, ser considerado inferior; ser explotado, discriminado, invisibilizado sistem¨¢ticamente. Lo que supone serlo a¨²n hoy, en el siglo XXI.
Gyasi consigue espiar en el coraz¨®n de la Historia (con may¨²sculas) no contada, ser testigo de primera mano de un crimen que nos retrata tal cual fuimos y somos como Humanidad. ?C¨®mo explicar la mentalidad de aquellos negreros obviando que a¨²n hoy el tr¨¢fico de personas es uno de los negocios m¨¢s boyantes del mundo?
La idea de la novela, seg¨²n la autora, germin¨® durante un viaje de regreso a Ghana, la tierra de sus padres, gracias a una beca de la universidad de Stanford. Y no cuesta mucho imaginarla visitando alguno de los fuertes ubicados a todo lo largo de Cape Coast. Verla entrar al de Elmina, imponente; blanco cal y piedra gris entrelazados con el barniz de los siglos; ca?ones en la altura bajo un sol impenitente; decenas de pescadores faenando con sus pateras a pie del castillo y cosiendo las redes de colores, bajo la puerta ¡°sin retorno¡±, all¨ª donde tantos seres humanos estuvieron prisioneros antes de ser embarcados a trav¨¦s del oc¨¦ano. Barcos yendo y viniendo durante cuatro siglos (el tr¨¢fico atl¨¢ntico de esclavos se aboli¨® en Inglaterra en 1807 pero permaneci¨® activo en Am¨¦rica, Brasil, hasta 1888) cargados de hombres, mujeres y ni?os cazados por las aldeas del interior; transportados y arrojados a los fosos del fuerte, hacinados, hambrientos, seres desesperados que dejaban atr¨¢s todo lo conocido y querido, para trabajar forzados luego (los m¨¢s fuertes, los que sobreviv¨ªan) en los campos de algod¨®n (fundamentalmente) estadounidenses para sus due?os blancos.
Hay un museo sobre la esclavitud en el fuerte de Cape Coast con paneles ilustrativos, dibujos de ¨¦poca repletos de argollas, l¨¢tigos, utensilios, naves, negros y negreros, mapas de impacto, rutas del comercio triangular entre ?frica/Europa/Am¨¦rica. Y no cuesta imaginar a Gyasi mirando cada panel con detenimiento. En ese silencio. Ese nudo que se le hace a todo aquel que lo visita; muchos hijos de la di¨¢spora, entre ellos.
Todo lo cuenta esta nueva voz de la literatura africana con un lenguaje sencillo, descriptivo, tan impactante y cinematogr¨¢fico que ya lo dicen bien los editores al vender su obra: ¡°Hay libros buenos, libros hermosos y luego est¨¢n los grandes libros. Hay libros que emocionan y educan, y luego est¨¢n los que son menos habituales, los valiosos, lo que tienen la fuerza de cambiar nuestra forma de entender la complejidad de este mundo extra?o. Volver a casa pertenece a esta segunda categor¨ªa¡±. Porque empieza con el fuego y acaba en el mar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.