La Geograf¨ªa del Miedo
HABR?A que estudiar en las escuelas la Geograf¨ªa del Miedo. La selva, el gran bosque, ha sido durante mucho tiempo el lugar del temor, donde eran abandonados o se perd¨ªan nuestros personajes infantiles m¨¢s c¨¦lebres, desde Blancanieves hasta H?nsel y Gretel. Y nosotros con ellos. Ahora sabemos que el miedo de verdad no radica en el bosque umbr¨ªo, sino en el hecho de ser abandonados, dejados a merced del terror. Y para muchas mujeres y ni?os, el lugar m¨¢s pavoroso es la propia casa, cuando es dominada por un d¨¦spota maltratador y criminal. Para frenar este terrorismo en serie no hay medidas de excepci¨®n. ?Por qu¨¦ la Audiencia Nacional, creada para juzgar terrorismos, no entiende de feminicidios? Las autoridades guardan un minuto de silencio, se lamentan y remiten a un tel¨¦fono de socorro que todav¨ªa no est¨¢ claro si deja o no huella. La selva, lo que queda de selva, puede ser m¨¢s segura que una urbanizaci¨®n. Ghillean Prance, cient¨ªfico y legendario explorador, director durante d¨¦cadas del proyecto Flora Amaz¨®nica, lo cuenta con humor: ¡°La gente tiende a pensar que la selva es un lugar muy peligroso (¡) cuando en realidad el peor accidente que he sufrido ocurri¨® cuando me romp¨ª el tend¨®n de Aquiles bailando samba¡±.
¡ª/
De vez en cuando me invitan de un colegio o instituto para hablar de literatura. Antes me daba pereza, ahora voy con una cierta alegr¨ªa.
Para lugares seguros, las bibliotecas p¨²blicas. El primer espacio de esperanza en la selva de asfalto. En cualquier gran ciudad, la biblioteca quintuplica el n¨²mero de carnets de socios del mayor club de f¨²tbol. Todos los d¨ªas pasan cosas, pero no hay ninguna noticia de bibliotecas en los medios de comunicaci¨®n. All¨ª conviven todas las generaciones, los g¨¦neros, las tribus urbanas. En ese espacio com¨²n no hay separadores ni separatistas. Es un lugar de encuentro, donde todos somos iguales. Es un lugar presencial, pero tambi¨¦n ¨ªntimo, donde vivir la felicidad clandestina de abrir lo desconocido. Hay dos obras muy queridas, le¨ªdas con felicidad clandestina, que podr¨ªan estar escritas en tinta invisible y que llevan esa marca en el t¨ªtulo: Paradero desconocido, de Kressmann Taylor, y Carta de una desconocida, de Stefan Zweig. En Barcelona, hablando de abrir pasos en lo desconocido, Elisenda Figueras, que fue bibliotecaria, me cuenta que muchos inmigrantes sin papeles, el primer ¡°pasaporte¡± que obtienen es el carnet de una biblioteca. Haroldo Conti llevaba siempre consigo un certificado de n¨¢ufrago. Asesinado por la dictadura en Argentina, su literatura, genial y n¨¢ufraga, habita hoy en lo desconocido. El carnet de biblioteca o el certificado de n¨¢ufrago, he ah¨ª documentos de identidad universal. Deber¨ªan servir de salvoconductos planetarios.
¡ª/
De vez en cuando me invitan de un colegio o instituto para hablar de literatura. Antes me daba pereza, ahora voy con una cierta alegr¨ªa. Por lo que pueda compartir y por lo que aprendo. De mayor, me gustar¨ªa ser estudiante. Y a los estudiantes la estupefaciente pol¨ªtica educativa les est¨¢ substrayendo los saberes human¨ªsticos, empezando por la literatura y la filosof¨ªa. Quiz¨¢s como compensaci¨®n, la gente joven quiere participar, pregunta much¨ªsimo. Recuerdo mi primera escuela, donde el maestro era un d¨¦spota bastante hist¨¦rico, como suelen ser los d¨¦spotas. All¨ª no hab¨ªa lugar a preguntas por nuestra parte. Preguntaba el maestro reforzando la pregunta con la elocuencia de la vara. Pero un d¨ªa se le ocurri¨® preguntarnos que qu¨¦ quer¨ªamos ser de mayores y fue tal el silencio que qued¨® desconcertado. Pero siempre, siempre, hay un valiente. Y fue Antonio, El Rubio, el que grit¨® desde el fondo del aula: ¡°?Queremos ser emigrantes!¡±. Y ya no hubo m¨¢s preguntas. Ahora encuentras en los colegios una agitaci¨®n positiva de chicas y chicos preguntando. Y con esa se?al inequ¨ªvoca de libertad que es el humor. El otro d¨ªa, hablando de ¡°la boca de literatura¡±, un chico que parec¨ªa muy t¨ªmido levant¨® el ¨²ltimo la mano y pregunt¨®: ¡°?A ti te gustan las alcachofas?¡±.
¡ª/
Hablando de preguntas. Al final de un coloquio en el que participaban voces de lo que se da en llamar ¡°nueva pol¨ªtica¡±, un viejo libertario que se parec¨ªa a Beckett pidi¨® la palabra y dijo: ¡°Compa?eros, est¨¢is cometiendo los errores equivocados¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.