Ese pertinaz don Juan
Goytisolo fue el primero de su ¨¦poca en interesarse por las letras latinoamericanas y de los primeros en comprender que la literatura en lengua espa?ola era una sola
Ocurri¨® a comienzos de los a?os sesenta, en Par¨ªs, cuando con Juan Goytisolo nos ve¨ªamos de tanto en tanto. No s¨¦ c¨®mo hab¨ªa llegado a mis manos aquella revista del r¨¦gimen, con un gran art¨ªculo en primera p¨¢gina, Ese pertinaz don Juan, acus¨¢ndolo de atizar todas las conspiraciones que se tramaban en Francia contra la Espa?a de Franco. Se lo llev¨¦ y lo le¨ªmos juntos en un bistrotde Saint Germain. Pocas veces lo volv¨ª a ver tan contento, a ¨¦l, que era generalmente hura?o y reservado. Aquella diatriba le confirmaba que estaba en la buena l¨ªnea: la disidencia y la rebeld¨ªa eran ya su carta de identidad.
Otros art¨ªculos del autor
Aunque me llevaba cinco a?os, hab¨ªamos tenido la misma formaci¨®n intelectual, marcada por el existencialismo franc¨¦s y las tesis de Sartre sobre el compromiso; s¨ª, escribir era actuar, la literatura pod¨ªa empujar la historia hacia el socialismo sin por ello rendirse al estalinismo, como (quer¨ªamos creer) estaba haciendo la Revoluci¨®n Cubana. Sus primeras novelas, las mejores que escribi¨®, Juegos de manos, Duelo en el para¨ªso, Fiestas, La resaca, La isla, mostraban un realismo voluntarioso, transparente, bien trabajado, y una intenci¨®n cr¨ªtica que daba en el blanco. Luego, en la segunda mitad de la d¨¦cada del sesenta, contagiado por las teor¨ªas de Roland Barthes y cong¨¦neres, que disecar¨ªan la literatura francesa de la ¨¦poca, decidi¨® cambiar brutalmente de forma y contenido. En Se?as de identidad, Reivindicaci¨®n del conde don Juli¨¢n, Juan sin Tierra, Makbara y otros libros, intent¨® reinventarse literariamente, ensayando una prosa rebuscada y lit¨²rgica, de largas sentencias y estructuras gaseosas, en las que las inciertas historias parec¨ªan pretextos para una ret¨®rica sin vida. Creo que se equivoc¨® y es probable que de esos libros imposibles s¨®lo quede el recuerdo de las imprecaciones contra Espa?a, recurrentes y atrabiliarias.
El odio de Juan hacia Espa?a se parec¨ªa mucho al amor; pese a sus vociferaciones contra el pa¨ªs en el que naci¨® y del que se exili¨® buena parte de su vida, segu¨ªa el d¨ªa a d¨ªa de su circunstancia, su acontecer pol¨ªtico, sus chismes literarios, frecuentaba sus cl¨¢sicos con amor de erudito, defend¨ªa a Am¨¦rico Castro a brazo partido contra Claudio S¨¢nchez-Albornoz y rescataba a algunos de sus autores olvidados, como Blanco White. Durante algunos a?os se neg¨® a creer que la Transici¨®n hubiera cambiado el pa¨ªs e instaurado una verdadera democracia; sosten¨ªa, con su empecinamiento caracter¨ªstico, que todo aquello era una delgada apariencia bajo la cual segu¨ªan mandando los mismos de siempre.
Por fortuna, sigui¨® escribiendo esos reportajes y libros de viajes que hab¨ªa iniciado con Campos de N¨ªjar, La Chanca y Pueblo en marcha. Sus informes y recorridos por Sarajevo y los Balcanes, Turqu¨ªa, Egipto, Palestina, Chechenia, eran documentados y ¨¢giles, originales, an¨¢lisis certeros aunque siempre apasionados.
El odio de Juan hacia Espa?a se parec¨ªa mucho al amor; pese a sus vociferaciones contra ella
Los libros mejores que escribi¨® y que se leer¨¢n en el futuro como un testimonio excepcional sobre un per¨ªodo particularmente oscurantista de la historia de Espa?a, son Coto vedado (1985) y En los reinos de Taifa (1986). Valientes y conmovedores, en ellos revela su vida secreta, sus pulsiones m¨¢s ¨ªntimas, el dif¨ªcil descubrimiento de su identidad sexual. La homosexualidad es solo uno de los datos que comparecen en esta controlada catarsis. Hay varios otros, entre ellos su fascinaci¨®n baudelairiana por la mugre urbana, los barrios lumpen y rufianescos, los personajes marginales, malditos, como su admirado Jean Genet, el ladr¨®n que saqueaba las casas de los esnobs que lo invitaban a cenar para o¨ªrle jactarse de sus fechor¨ªas. Qui¨¦n le hubiera dicho que el destino arreglar¨ªa las cosas para que los enterraran juntos, en el cementerio espa?ol de Larache, en Marruecos.
Juan Goytisolo fue el primer escritor espa?ol de su ¨¦poca en interesarse por la literatura latinoamericana, en leer y promover a los nuevos novelistas, y, con la ayuda de su mujer, Monique Lange, que trabajaba en la editorial Gallimard, hacerlos traducir al franc¨¦s. Fue, tambi¨¦n, uno de los primeros en comprender que la literatura en lengua espa?ola era una sola, y en esforzarse por reunir de nuevo a esas dos comunidades de escribidores de las dos orillas del oc¨¦ano a los que la guerra civil espa?ola hab¨ªa apartado e incomunicado. Una de las mentiras que circulaban sobre ¨¦l es que, por prejuicios pol¨ªticos, hab¨ªa sido una muralla que fren¨® las traducciones de escritores espa?oles en Francia. Me consta que no fue as¨ª, y que, en muchos casos, como el de Camilo Jos¨¦ Cela, por quien no pod¨ªa sentir simpat¨ªa alguna, movi¨® las influencias que ten¨ªa para que fuera traducido.
Conoci¨¦ndolo, creo que su propio final revoltoso, enredado y tragic¨®mico no le hubiera disgustado
En pol¨ªtica, seguimos trayectorias bastante parecidas. Al gran entusiasmo por la Revoluci¨®n Cubana de los primeros a?os, sigui¨® la decepci¨®n y la ruptura cuando el caso del poeta Heberto Padilla. Ambos lo hab¨ªamos tratado y conoc¨ªamos su identificaci¨®n profunda con la revoluci¨®n; las absurdas acusaciones de agente de la CIA contra ¨¦l nos sublevaron y nos llevaron a redactar (en mi departamento de Barcelona, junto a Luis Goytisolo, Jos¨¦ Mar¨ªa Castellet y Hans Magnus Enzensberger) el manifiesto que consumar¨ªa nuestra ruptura con la Cuba castrista y la gran divisi¨®n de lo que parec¨ªa hasta entonces la s¨®lida fraternidad entre los novelistas latinoamericanos. Recuerdo aquella ¨¦poca, que fue la de la revista Libre (que ¨¦l anim¨® y que financiaba Albina du Boisrouvray), los incansables manifiestos y las conspiraciones incesantes, como un juego de ni?os al que jug¨¢bamos los grandes sin darnos cuenta que todo lo que hac¨ªamos no serv¨ªa de gran cosa pues las decisiones importantes se tomaban muy lejos de nosotros, en ese coraz¨®n del poder pol¨ªtico al que nunca llegan (ni deben acercarse) los verdaderos escritores.
Cuando muri¨® Monique y Juan se fue a vivir a Marrakech dejamos casi de vernos. Ten¨ªamos reuniones espor¨¢dicas, siempre cordiales, y yo segu¨ªa ley¨¦ndolo, con inter¨¦s sus ensayos literarios y bastante esfuerzo sus textos creativos. Sus art¨ªculos de EL?PA?S indicaban que, aunque pasaran los a?os, ¨¦l segu¨ªa id¨¦ntico: belicoso, disonante y arbitrario. En nuestros raros encuentros me animaba a ir a visitarlo y me ofrec¨ªa un inolvidable paseo por su amada plaza de Jemaa el Fna, donde alternaban los contadores de cuentos y los encantadores de serpientes.
S¨®lo despu¨¦s de su muerte me he enterado de la agon¨ªa de sus ¨²ltimos a?os, desde que se rompi¨® el f¨¦mur al desbarrancarse en una escalera del caf¨¦, en aquella famosa plaza, al que sol¨ªa ir en las tardes a ver hundirse el sol en las monta?as azules; sus padecimientos f¨ªsicos y sus apuros econ¨®micos. Y de los problemas que hubo para encontrarle una tumba laica, como ¨¦l quer¨ªa, en un pa¨ªs donde los cementerios son obligatoriamente religiosos. Conoci¨¦ndolo, pienso que este final revoltoso, enredado y tragic¨®mico no le hubiera disgustado: de alguna manera reflejaba su manera de ser contradictoria y su vida traum¨¢tica y peripat¨¦tica. Juan, amigo, descansa en paz.
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? Mario Vargas Llosa, 2017.
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