El idioma de la integraci¨®n
Un estudiante espa?ol en Francia descubre en sus compa?eros de clase de franc¨¦s, todos migrantes, ejemplos de coraje y calidad humana
Cuando entr¨¦ en clase el primer d¨ªa supe al instante que no iba a ser un curso normal. Mis nuevos compa?eros eran diferentes de lo que yo estaba acostumbrado en Espa?a. Todos parec¨ªan ser originarios de diferentes lugares del mundo y de todas las edades. Iba a pasar los pr¨®ximos cinco meses con ellos, de lunes a viernes, en la misma sala, aprendiendo franc¨¦s.
Yo llegaba sin apenas nociones del idioma, y la idea de este nuevo curso era aprenderlo, al menos en la base, para poder integrarme mejor en la sociedad y, sobre todo y como fin ¨²ltimo, encontrar un trabajo. Para m¨ª, arrancar fue complicado, nunca hab¨ªa estudiado franc¨¦s en la escuela y part¨ªa desde cero, as¨ª que comenzaba algo nervioso en el aula. Pero esa nube de incertidumbre se disip¨® cuando vi que la mayor¨ªa de personas con las que compart¨ªa el curso estaban en la misma situaci¨®n que yo, o peor.
Al contrario de lo que esperaba, yo part¨ªa con algunas ventajas. Evidentemente, aunque nunca lo hubiese estudiado, la ra¨ªz latina que comparte con el espa?ol me facilitaba un progreso en las clases m¨¢s r¨¢pido que el de otros compa?eros que traduc¨ªan desde el ¨¢rabe o el armenio.
No tard¨¦ en darme cuenta de que estaba descubriendo un mundo muy alejado del que habitualmente me rodeaba. Ahora era un inmigrante, formaba parte del grupo de personas que llega y no del que recibe, y lo cierto es que la visi¨®n de tu ambiente cambia.
Al principio solo nos limit¨¢bamos a responder lo que las profesoras nos ped¨ªan, tragando saliva e intentando reproducir la presentaci¨®n que hab¨ªas ensayado el d¨ªa antes en casa o repasando mentalmente los verbos que conoc¨ªas. Entre todos nos mir¨¢bamos como intentando saber qui¨¦n era cada uno. Sin poder comunicarnos demasiado, nos dimos cuenta de lo importante que era esta formaci¨®n para nosotros, ya que sin dominar la lengua no podr¨ªamos conocernos. Los prejuicios que naturalmente tomamos las primeras semanas, poco a poco se fueron rompiendo en las pausas para descansar la mente, que se desbordaba con los nuevos conceptos y los nuevos c¨®digos que ya comenz¨¢bamos a interiorizar.
Yo me sent¨ªa un poco fuera de lugar, y cre¨ªa que mis compa?eros me ve¨ªan como un extra?o, ?un europeo en una clase para inmigrantes! Pero m¨¢s tarde me percatar¨ªa de que no pensaban as¨ª en absoluto y que todos se sent¨ªan como yo, o incluso m¨¢s fuera de lugar.
El desarraigo con nuestro lugar de origen nos invad¨ªa, aunque no en el mismo grado. Yo estaba all¨ª, digamos, de manera voluntaria, buscaba nuevas oportunidades fuera de mi pa¨ªs. Fue mi decisi¨®n partir a Francia. Pero la gran mayor¨ªa de ellos estaba en esta situaci¨®n por urgencia. Porque un d¨ªa salieron huyendo de una muerte segura o de una vida que se reduc¨ªa cada d¨ªa por las duras circunstancias. Pero yo eso a¨²n no lo sab¨ªa. Yo solo intentaba recordar los nombres de cada uno: Abdelhamid, Moukthar, Ossama, Ma?mouna, Zaid, Nawawi, Abadalla, Svetik.
Fui relacionando cada nombre con las caras que hab¨ªa visualizado el primer d¨ªa, para comprender que muchas de mis primeras impresiones contrastaban enormemente con la historia personal y el pasado de cada uno de ellos. Casualmente, los que m¨¢s me llamaron la atenci¨®n al principio fueron aquellos que ten¨ªan un pasado a¨²n muy presente. Abadalla destacaba entre todos por su gran sonrisa; Moukthar siempre ten¨ªa un aire despistado y divertido; Abdelhamid, siempre atento y educado, quer¨ªa participar; y Ma?mouna nunca llamaba la atenci¨®n, pero participaba siempre acertada cuando era necesario. Ellos no eran solo inmigrantes, sino refugiados.
Sin saberlo, estaba haciendo amigos muy especiales y que probablemente no habr¨ªa conocido estando en mi tierra.
A medida que el curso avanzaba y nos solt¨¢bamos un poco m¨¢s con el nuevo idioma, los descansos se sent¨ªan un poco m¨¢s bulliciosos. Todos nos preocup¨¢bamos por organizar el d¨ªa a d¨ªa, por comprar el caf¨¦, el t¨¦ y el az¨²car que ayudaban a combatir la fatiga mental. Comenz¨¢bamos a atisbar por comentarios entre conversaciones triviales los problemas que ten¨ªa cada uno fuera del horario del curso. Muchos estaban a¨²n tramitando todos los papeles necesarios para normalizar su situaci¨®n en Francia o para conseguir que la familia que dejaron atr¨¢s volviera a reunirse. Pero las historias de muchos de ellos eran aut¨¦nticos dramas. Dramas que narraban, eso s¨ª, desde la motivaci¨®n que les aportaba el aprendizaje y unas profesoras que hab¨ªan lidiado con gran paciencia una clase casi incomprensible en sus inicios. Ahora, con los avances en el idioma y los lazos que nos iban uniendo fuera del aula, ellas mismas observaban un dinamismo que nos aceleraba en las lecciones.
Por mi parte, no pod¨ªa estar m¨¢s contento. Estaba descubriendo grandes historias al mismo tiempo que degustaba recetas internacionales a las que mis compa?eras me invitaban siempre a la hora de comer. Casi todos los d¨ªas Yorsalem y Zaid, originarias de Eritrea, me invitaban a un bizcocho que hac¨ªan en casa para acompa?ar el caf¨¦ y me hablaban un poco de su familia. Del hijo de Yorsalem, que se qued¨® con su hermano pero que ya est¨¢ a punto de reunirse con ella. Otras veces, Svetik y Susanna me daban a probar alguna especialidad armenia que preparaban para darnos a conocer su gastronom¨ªa. Todos compartimos nostalgia y orgullo por la cultura propia, y todos coincidimos en las ganas de compartirla y conocer la del otro.
Comprend¨ª que muchas de mis primeras impresiones contrastaban enormemente con la historia personal de cada uno de ellos
Ya casi terminando el curso, no quedaba duda de que lo compartido en los ¨²ltimos meses formaba parte de cada uno. Ahora tenemos una peque?a familia que comparte tanto las alegr¨ªas como las desgracias, las buenas noticias y los malos recuerdos que invaden a los que m¨¢s dif¨ªcil lo han tenido para llegar hasta aqu¨ª. Es el caso de Abdalla, que me cuenta junto al mapa mundi que tenemos en clase c¨®mo tuvo que salir a pie y sin papeles desde la capital de Sud¨¢n, huyendo de las amenazas del Gobierno que lo hab¨ªa encarcelado por cuestionar el conflicto de Darfur, regi¨®n de la que proviene. Despu¨¦s de su paso por Egipto y Libia, y de una traves¨ªa infernal hasta Europa, solo piensa en retomar los estudios de econom¨ªa que le obligaron a abandonar y reconstruir as¨ª una vida sin im¨¢genes del horror pasado que acaben con su fuerza de voluntad.
Al final he podido acercarme a las historias m¨¢s crudas de mis amigos, como la de Ma?mouna, que est¨¢ esperando ansiosa la llegada de su marido y sus dos hijas, a las que tuvo que dejar en Guinea Conakri para salir corriendo por estar asociada a un sindicato ahora disuelto por el gobierno; o la de Abdelhamid, que se vio obligado a huir de Siria con toda su familia despu¨¦s del estallido de una guerra que arras¨® con su casa, con la escuela en la que impart¨ªa clases de literatura ¨¢rabe y con su librer¨ªa La Casa de las Civilizaciones. Hoy solo piensa en leer mucho y en escribir algunos poemas inspirados en el recuerdo de su tierra, los mismos que a veces no le permiten dormir cuando se transforman en pesadilla.
Todo el tiempo que tard¨¦ en conocer a cada uno de mis nuevos amigos qued¨® resumido por el talento de Moukthar, que sin que nadie fuese consciente de ello, se entreten¨ªa durante las clases haciendo caricaturas de sus compa?eros. En ellas expresa muy bien la imagen de cada uno de nosotros de la manera m¨¢s divertida. Pero el mismo talento que ahora le vale para entretenerse, le supuso hace 15 a?os las amenazas del Gobierno sudan¨¦s que, ofendido por su franqueza en las vi?etas del peri¨®dico para el que trabajaba, le presion¨® para abandonar el pa¨ªs. Igual que Abdalla, sali¨® a pie de su casa para nunca volver, dejando a un hijo que no ve desde que era un beb¨¦. ?l me dice, golpe¨¢ndose las piernas, que ha recorrido medio mundo con ellas hasta llegar a Lyon, pero yo le digo que realmente lo que le ha movido es su imaginaci¨®n y sus ganas de contar la verdad.
Ellos solo son algunos ejemplos de miles de personas que caminan a nuestro lado cada d¨ªa. Ejemplos de coraje y calidad humana estigmatizados hoy por una parte de la sociedad temerosa de lo desconocido. En cinco meses hemos logrado conocernos a base de conversar y de trabajar la comprensi¨®n por encima de los estereotipos que sin darnos cuenta nos alejaban al principio.
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