La yincana digital
Es imprescindible tener un ordenador o un tel¨¦fono m¨®vil, pero la promesa es que con ellos se puede conseguir pr¨¢cticamente de todo. Sin colas, sin largas esperas. ?Es esto cierto? ?Hemos salido ganando cuando todo queda a un golpe de clic?
Bienvenido al futuro, a una era en la que podr¨¢, sin moverse de su casa, comprar cosas, acceder a servicios y, en una palabra, conseguir pr¨¢cticamente de todo, pero sin molestos desplazamientos y colas. ?Est¨¢ dispuesto? Bien: lo primero que deber¨¢ hacer es comprar un ordenador o un tel¨¦fono m¨®vil. S¨ª: es un desembolso, pero ya ver¨¢, ya¡ Luego, claro, deber¨¢ contratar un servicio de datos, con un coste mensual, si es que no quiere errar por cafeter¨ªas buscando un wifi gratis. ?La electricidad? Claro: tambi¨¦n deber¨¢ enchufar su ordenador y cargar su m¨®vil: ?no van a funcionar solos!
?Tiene todo ello? Perfecto. Ahora viene la parte m¨¢s divertida: para lograr estas cosas deber¨¢ participar cada vez en una yincana. Por ejemplo: entradas de teatro. En su sitio web nos informan de que debemos ¡°registrarnos¡±. Piden el nombre, la direcci¨®n de correo¡ ?Un momento! ?No querr¨¢n luego enviar publicidad? Por fortuna, hay un enlace a ¡°pol¨ªtica de protecci¨®n de datos¡±, donde unos p¨¢rrafos farragosos no nos dir¨¢n gran cosa. Piden tambi¨¦n una contrase?a, y damos la de siempre: ?bastantes l¨ªos tenemos para recordar una diferente en cada sitio!¡
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Entonces nos informan de que mandar¨¢n un correo. Con un poco de suerte (a veces no llega), ah¨ª est¨¢: hacemos clic en su enlace y, aparentemente, ya estamos ¡°registrados¡±. Ahora seleccionamos obra, fecha, funci¨®n y por fin se nos presenta el esquema de un patio de butacas, para seleccionar las nuestras, pero ?pronto!: si en pocos minutos no lo hacemos, deberemos empezar de nuevo. Hacemos clic sobre las localidades deseadas¡ ?qu¨¦ ocurre? ?No se marcan! Miramos la p¨¢gina por todas partes: ?ah! La aplicaci¨®n est¨¢ ¡°optimizada¡± para un navegador que no es el que estamos usando. ?Perd¨®n, perd¨®n! Abrimos otro navegador, rellenamos nuestros datos, y al llegar a las localidades, las que pretend¨ªamos ya est¨¢n cogidas. Bueeeeno¡ Tendremos que seleccionar otras.
A continuaci¨®n entramos en el ¡°sistema¡± del banco: ahora el responsable es el gestor de nuestro dinero, no el teatro; bueno: en realidad tampoco era el teatro, sino un intermediario que vende sus entradas. El banco nos pide contrase?a: hay que meterla con todo cuidado porque, para ¡°proteger nuestra confidencialidad¡±, al introducir sus caracteres lo que vemos en pantalla son asteriscos. Luego deberemos usar una clave que nos enviar¨¢n ?por m¨®vil! El ciudadano del futuro no solo tiene que tener ordenador o m¨®vil, sino ambas cosas¡ Es un incordio, pero as¨ª estamos protegidos contra los ciberdelitos que ¡ªse nos repite constantemente¡ª acechan por doquier. Claro, esto no impide que de vez en cuando los malos roben millones de datos.
El proceso entero solo nos ha llevado media hora, pero la pr¨®xima vez lo haremos mejor...
Llega al m¨®vil un mensaje de texto con cifras. Volvemos al ordenador: hay un cuadro de claves, pero como est¨¢ mal dise?ado tardamos un rato en saber si la clave pedida es la de la derecha o la de la izquierda de los n¨²meros recibidos. Pulsamos el teclado, pero no ocurre nada. Ah, claro: ?hay que introducirla con el rat¨®n mediante un teclado en pantalla! Para descorazonar a posibles esp¨ªas (y para prolongar el juego un poco m¨¢s), los d¨ªgitos aparecen desordenados, por ejemplo as¨ª: 9 4 6 0 8 / 2 5 1 3 7.
?La transacci¨®n ha funcionado! Nos preguntan si queremos imprimir las entradas o bien enviarlas al m¨®vil. Como a estas alturas nos fiamos muy poco, decidimos imprimirlas. Claro: la impresora tambi¨¦n la hemos tenido que comprar nosotros. Y el papel. Y ?sab¨ªan ustedes que la tinta de impresora es m¨¢s cara que la sangre? Pero hemos triunfado. El proceso entero solo nos ha llevado media hora, pero la pr¨®xima vez lo haremos mejor¡ si es que no han cambiado el sistema; para mejorarlo, claro.
Muchas p¨¢ginas web, adem¨¢s, est¨¢n mal dise?adas: en el aspecto gr¨¢fico y tipogr¨¢fico
Procesos similares nos esperan al comprar billetes de avi¨®n o un libro, al suscribirnos a una publicaci¨®n, al reservar un hotel o alquilar un coche; al pagar un impuesto o la electricidad. Como no hay un sistema unificado de interacci¨®n en pantalla, cada una de estas p¨¢ginas web tendr¨¢ las cosas en lugares diferentes, y funcionar¨¢ de modo ligeramente distinto. Muchas, adem¨¢s, est¨¢n sencillamente mal dise?adas, tanto en el aspecto gr¨¢fico y tipogr¨¢fico como en su interactividad.
Cuando nos pidan nuestros datos nunca sabremos muy bien qu¨¦ quieren: la contrase?a deber¨¢ tener al menos ocho cifras. O seis. O mezclar letras y n¨²meros; o adem¨¢s signos de puntuaci¨®n. El n¨²mero de nuestra tarjeta de cr¨¦dito deber¨¢ incluir los espacios, o tal vez no. Del DNI pedir¨¢n los n¨²meros, o tambi¨¦n la letra, pero en min¨²scula, o en may¨²scula. Todo ello lo descubriremos cuando nos rechacen el formulario, a veces con indicaciones incomprensibles, tipo ¡°Error 479¡±. Cuando regresemos para rehacerlo, no es infrecuente que tengamos que volver a introducir de nuevo todos los datos.
En las aplicaciones m¨®viles la cuesti¨®n puede ser a¨²n m¨¢s pintoresca, porque cada una puede ser completamente distinta, y la manipulaci¨®n y la escritura en la peque?a pantalla del tel¨¦fono aumentar¨¢ las posibilidades de error¡ En cualquiera de estas plataformas, la posibilidad de consultar dudas, o de comprobar si una transacci¨®n se ha cerrado efectivamente o queda en el limbo, es remota: en algunas p¨¢ginas figura una direcci¨®n de correo (de resultados ignotos); en otras, la posibilidad de llamar a un tel¨¦fono de ayuda, lo que nos costar¨¢ dinero, claro: ?no lo van a pagar ellos! Y adem¨¢s nos meter¨¢ en el infierno de un call center. Pienso en la poblaci¨®n espa?ola, cada vez m¨¢s envejecida, con carencias visuales o cognitivas, debati¨¦ndose en este universo siempre cambiante y que parece que ya no podemos eludir¡
Dado que los costes de manipulaci¨®n de datos se nos han trasladado a nosotros, que adem¨¢s pagamos dispositivos, energ¨ªa y consumibles; dado que ahorran en taquilleras, agentes de viajes y vendedores, uno podr¨ªa esperar que los precios de lo que compramos en l¨ªnea hayan ido bajando. Pues no. Se nos ha intentado convencer de que consultar la factura en la web, en vez de recibirla en papel en casa, es m¨¢s ¡°ecol¨®gico¡±. Se nos ha dicho que las operaciones bancarias digitales son para nuestra comodidad, pero ya est¨¢n anunciando que nos las van a cobrar aparte.
Yo, como todos aquellos que vislumbramos una realidad en la que las interacciones digitales eran un elemento de progreso, me siento completamente estafado.
Jos¨¦ Antonio Mill¨¢n escribe sobre cultura digital y sobre lengua. Su ¨²ltimo libro es Tengo, tengo, tengo. Los ritmos de la lengua.
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