El presidente decorativo
En los ¨²ltimos a?os la democracia se ha convertido en un estorbo para la clase dominante de Brasil
Hay un hombre sentado en la silla de presidente de Brasil. La silla, sin embargo, no le pertenece. Un golpe de suerte, o sencillamente un golpe, le puso donde est¨¢ y ¨¦l ya no quiere levantarse. Ese lugar es suyo, tiene derecho a estar all¨ª. O eso cree ¨¦l. Lo que el hombre no sabe, o a¨²n no sabe, es que la silla est¨¢ infectada de termitas, como la del famoso relato de Saramago. Por fuera parece firme y s¨®lida, pero por dentro est¨¢ pr¨¢cticamente hueca. La silla est¨¢ a punto de deshacerse en pedazos y el ¨²nico destino posible para ese hombre es la ca¨ªda.
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Cuando a¨²n no ocupaba la silla, el hombre escribi¨® una carta en la que dec¨ªa sentirse un vicepresidente decorativo. La presidenta era una mujer y en Brasil, como en muchos pa¨ªses, ser decorativo es m¨¢s propio del sexo femenino. O eso cre¨ªa ¨¦l y muchos como ¨¦l. La carta fue el primer paso para quedarse con la silla. Antes del asalto final, una revista de gran tirada hizo un reportaje sobre su esposa. ¡°Bella, recatada y hogare?a¡±, as¨ª la describ¨ªan. La ¡°casi primera dama¡±, 43 a?os m¨¢s joven que el ¡°casi presidente¡±, era el modelo a seguir. El error de tener a una mujer en la silla presidencial estaba a punto de ser solventado. En uno de los episodios m¨¢s oscuros de la reciente democracia brasile?a, el vicepresidente decorativo se convirti¨® en presidente. Meses despu¨¦s, esc¨¢ndalo tras esc¨¢ndalo, el hombre sigue sentado en la silla. Con el dedo en ristre, grita ¡°no renunciar¨¦¡±. M¨¢s que un monarca en su trono, parece un reh¨¦n atado con cuerdas a un asiento.
El hombre se gan¨® la silla bajo la promesa de llevar a cabo uno de los mayores procesos de destrucci¨®n de derechos vividos por el pa¨ªs. El peque?o avance en igualdad de los ¨²ltimos a?os fue demasiado para la clase dominante brasile?a. En muy poco tiempo, un congreso notablemente conservador aprob¨® leyes que dejaron desprotegidos a los m¨¢s pobres y echaron por tierra algunas de las m¨¢s importantes conquistas de los trabajadores brasile?os. Si los diputados siguen trabajando a esa velocidad, terminar¨¢n por anular la ley ?urea, que aboli¨® la esclavitud en Brasil.
Si la ¨¦lite se sale con la suya y sigue su impopular programa de gobierno con otro fantoche, la democracia se convertir¨¢ en un elemento meramente decorativo
Lo m¨¢s llamativo de toda esa historia, sin embargo, son los recurrentes esc¨¢ndalos que ilustran sin cesar los peri¨®dicos. Cada d¨ªa los brasile?os despiertan con nuevas delaciones, grabaciones inculpatorias y detenciones preventivas. Sobre el hombre sentado en la silla y algunos de sus principales aliados pesan dur¨ªsimas acusaciones. La supuesta cruzada en contra de la corrupci¨®n, que quit¨® a la presidenta de su silla, ir¨®nicamente llev¨® al poder a un grupo de actuales y futuros imputados. Todos aseguran que son inocentes, pero son tantas las acusaciones y tantos los miembros del gobierno afectados que lo anormal, lo llamativo, lo extraordinario, ser¨ªa depararnos con la noticia de que hay un hombre honesto en Bras¨ªlia.
El hombre sentado en la silla se sent¨ªa un vicepresidente decorativo, pero es un presidente decorativo. Quiz¨¢s a¨²n no lo sepa, pero en esa silla podr¨ªa estar ¨¦l o cualquier otro. Lo importante es llevar a cabo con precisi¨®n y diligencia un programa de gobierno que no fue respaldado por las urnas, sino decidido por una ¨ªnfima parcela de la poblaci¨®n. El plan de ¡°los descendientes de los se?ores de esclavos¡±, c¨®mo dec¨ªa el soci¨®logo Darcy Ribeiro, puede ser llevado a cabo por cualquiera. En ese caso, la figura de presidente es tan decorativa como la de un rey europeo. El hombre est¨¢ sentado en la silla y a la vez en ca¨ªda libre y a la vez en el suelo. El espacio temporal entre la primera posici¨®n y la ultima no importa. Como en el cuento de Saramago, su destino ya est¨¢ decidido. Por eso miles de personas salieron a las calles de las mayores ciudades del pa¨ªs para exigir nuevas elecciones.
Solo el voto popular puede dar legitimidad a un futuro gobernante. Las fuerzas que pusieron el hombre en la silla intentar¨¢n evitarlo a toda costa. En los ¨²ltimos a?os la democracia se ha convertido en un estorbo para la clase dominante. La silla, sin embargo, no pertenece al presidente sino a los brasile?os. Son ellos, y nadie m¨¢s, los que deben decidir quien se puede sentar ah¨ª. En el caso de que la ¨¦lite se salga con la suya y siga su impopular programa de gobierno con otro fantoche, es la democracia la que se convertir¨¢ en un elemento meramente decorativo.
Carla Guimaraes es una escritora y periodista brasile?a que vive y trabaja en Madrid.
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