Animales disecados, huevos y una piscina f¨¢lica: visitamos el hogar de Salvador Dal¨ª
Un viaje ritual a la residencia del artista en Portlligat, el Teatro-Museo en el que trabaj¨® con tanto ah¨ªnco y el castillo de P¨²bol, donde muchos de sus allegados sostienen que quer¨ªa ser realmente enterrado
Aunque la fama y la riqueza le llegaron gracias a la pintura y las payasadas, Dal¨ª siempre se consider¨® mejor escritor que pintor o payaso. La vida secreta de Salvador Dal¨ª es una de las autobiograf¨ªas m¨¢s divertidas e imaginativas que jam¨¢s se hayan escrito. J.G. Ballard no dudaba en se?alarlo como uno de sus escritores favoritos, compartiendo podio con autores de la talla de Burroughs o Hemingway. Es imposible tras leer sus libros no sentir curiosidad por conocer su residencia de Portlligat, el Teatro-Museo en el que trabaj¨® con tanto ah¨ªnco y el castillo de P¨²bol, lugar donde muchos de sus allegados sostienen que quer¨ªa ser realmente enterrado.
La ¡°peregrinaci¨®n¡± por estos tres v¨¦rtices del ¡°tri¨¢ngulo daliniano¡± es una experiencia que ning¨²n seguidor de la cosmogon¨ªa del pensador ampurdan¨¦s deber¨ªa perderse. No existe mejor viaje ritual para poner en pr¨¢ctica el m¨¦todo paranoico-cr¨ªtico y dejarse sorprender por los m¨¢gicos resultados. Fue justo tras completar el tri¨¢ngulo daliniano este fin de semana, al poco de salir del museo de Figueras, que nos dimos de bruces con la resurrecci¨®n medi¨¢tica del artista tras una orden de exhumaci¨®n del cad¨¢ver a causa de una demanda de paternidad de una pitonisa local. ?Podr¨ªa suceder algo m¨¢s daliniano para poner broche final a nuestra peregrinaci¨®n? Dal¨ª que tan obsesionado estuvo a lo largo de su vida con el ADN, un elemento que relacionaba con la inmortalidad, y que convirti¨® en parte principal de su universo pict¨®rico y filos¨®fico, hasta el punto de hacerse enterrar con una t¨²nica bordada con la doble h¨¦lice, volv¨ªa a estar de actualidad ?gracias a una prueba de ADN! Pero no adelantemos conocimientos y vayamos por partes.
?Soy un poco como Joan Carbona, ese fil¨®sofo que preparaba su propia tumba, en Figueras. Quer¨ªa un pante¨®n extraordinario. Cada vez que ve¨ªa a su contratista, le hablaba horas del asunto. Un d¨ªa el contratista le dijo: "Se?or, encontr¨¦ un lugar ideal. Ante un paisaje maravilloso, sin tramontana ni humedad y, lo que es mejor, barato". Carbona escuch¨® impasible y dijo: "Ya no me interesa." Todo el mundo se qued¨® pasmado.?
(Salvador Dal¨ª, 1971, ¡°Obra completa v. VII¡± )
La casa de Portlligat est¨¢ situada en una peque?a bah¨ªa a poco m¨¢s de un kil¨®metro de Cadaqu¨¦s, ideal plat¨®nico de pueblo mediterr¨¢neo que parece agazapado en otra dimensi¨®n tras una carretera que discurre terca y sinuosa entre impresionantes desfiladeros. Es un recorrido tortuoso pero cuando tras las ¨²ltimas curvas vislumbramos el conjunto de casitas blancas y vimos las barcas flotando mansamente sobre el mar nos dimos cuenta que el es esfuerzo ha merecido la pena.
Para entrar en la casa del artista es necesario reservar entrada con anterioridad. Lo que empez¨® siendo una asc¨¦tica barraca de pescador en la que Gala-Dal¨ª se refugiaban mientras pasaban las penurias econ¨®micas sus inicios, fue creciendo como un p¨®lipo a medida que su fortuna aumentaba lo suficiente para adquirir y anexionar las construcciones vecinas, hasta convertirse en un peque?o templo surrealista constituido por siete antiguas barracas comunicadas mediante laber¨ªnticos pasadizos. Una catedral 'Gal¨¢-ctica', seg¨²n Dal¨ª, coronada por huevos y gigantescos bustos cromados. Plantada en medio del caracter¨ªstico paisaje amarillo polilla que tanto abunda en los cuadros del pintor, el esp¨ªritu kitsch y ¡°mal gusto¡± del que siempre presumi¨® Dal¨ª se palpa en todos los elementos decorativos: un oso disecado con collares, botellas con forma de toreros y folkl¨®ricas, mu?ecos Michel¨ªn, anacondas de peluche, r¨®tulos de propaganda, una vieja cabina telef¨®nica, una piscina con forma f¨¢lica... forman un collage tan extravagante como coherente con el imaginario que del artista. Solo se echan de menos unas buenas r¨¦plicas de los libros que se pod¨ªan encontrar en la casa, para que visitantes pudieran curiosear los t¨ªtulos que compon¨ªan la biblioteca del artista. La gran cantidad de turistas y las irritantes alarmas que suenan cada vez que traspasas un mil¨ªmetro alguna de las barreras de seguridad tampoco invitan demasiado a so?ar. Necesitaremos un poco de concentraci¨®n e infograf¨ªa mental para poder eliminar todos los elementos no deseados y disfrutar de la experiencia.
As¨ª es la casa de Salvador Dal¨ª
En el castillo de P¨²bol no tendremos estos problemas. Es el ¨²nico v¨¦rtice del tri¨¢ngulo daliniano que todav¨ªa no est¨¢ masificado. El sitio perfecto para pasear y dejarse llevar por la imaginaci¨®n tras las huellas del artista. Se trata de un castillo g¨®tico del siglo XI que Dal¨ª compr¨® en ruinas con la intenci¨®n de restaurarlo y regal¨¢rselo a su esposa Gala. El obsequio no cumpli¨® las altas expectativas de su estricta General¨ªsma, as¨ª que acept¨® el homenaje con una ¨²nica condici¨®n: Dal¨ª solo podr¨ªa entrar si recib¨ªa una invitaci¨®n escrita para hacerlo. Las malas lenguas dicen que se convirti¨® en el lugar donde Gala y sus amantes dieron rienda suelta a los impulsos ninfoman¨ªacos de su senectud. El pintor se conformaba con haber pintado los techos para que cada vez que mirara para arriba viera a su peque?o Dal¨ª en el cielo.
M¨¢s que un hogar parece un decorado teatral que la pareja utilizaba para jugar a pr¨ªncipes y princesas. Si en la entrada de Portlligat ten¨ªan un oso de portero, aqu¨ª nos encontramos con un enorme caballo blanco disecado, regalo del surrealista millonario Edward James, uno de los primeros mecenas del pintor. Si miramos hacia arriba nos daremos cuenta de que estamos justo debajo de la mesa-pozo con patas de avestruz que el artista orden¨® construir en el piso superior. Coronas, emblemas her¨¢ldicos, majestuosos cortinones centenarios, una ba?era con grifos de oro, un trono, las ic¨®nicas siemprevivas, un le¨®n de peluche y todo tipo de parafernalia surrealista adornan las diferentes estancias.
En el garaje se pueden ver los coches de la casa, el famoso Cadillac negro, su coche oficial, y un Datsun naranja que sol¨ªa utilizar el personal de servicio, ya que Dal¨ª no lo consideraba suficientemente sofisticado para el matrimonio. El jard¨ªn, muy libremente inspirado en el jard¨ªn de monstruos de Bomarzo, est¨¢ poblado por los famosos elefantes dalinianos y una espectacular piscina coronada con m¨²ltiples rostros de Wagner.
Al morir Gala en 1982, fue enterrada en una doble tumba dise?ada por el propio Dal¨ª en la cripta de la fortaleza. El sepulcro est¨¢ custodiado por una desconcertante jirafa disecada. Se dice que incluso dej¨® un agujero que uniera ambos nichos para ¡°poder darse la mano¡± cuando descansaran juntos. El anciano Dal¨ª se traslad¨® a vivir al castillo entre 1982 y 1984 para seguir estando lo m¨¢s cerca posible de su musa. Sin embargo, su delicada salud y un incendio que casi le cuesta la vida provocaron que decidiera marcharse a Figueras los ¨²ltimos a?os de su vida.
El museo es uno de los medios m¨¢s seguros de aumentar mi fortuna y la de mi pa¨ªs. Para m¨ª, lo que prima es siempre la idea del dinero. Pero un museo ofrece una multitud de otras amenidades. Es un centro de cretinizaci¨®n incomparable. Cuadros con t¨ªtulos falsos, visitantes en procura de explicaciones, indagadores que prosiguen sus investigaciones, psiconanalistas que examinan si en tal ¨¦poca yo era m¨¢s loco que en otra... Todo eso representa un atractivo incalculable.
(Salvador Dal¨ª, 1971, ¡°Obra completa v. VII¡±)
A pesar de no existir ning¨²n documento escrito que pruebe esta ¨²ltima voluntad, el alcalde de Figueres, Mari¨¤ Lorca, afirm¨® que Dal¨ª le comunic¨® antes de morir, sin la presencia de testigos, que deseaba ser enterrado en el Teatro-Museo de Dal¨ª y no en el nicho que ten¨ªa reservado junto a su esposa P¨²bol. La decisi¨®n fue muy pol¨¦mica, muchos dudan que sea cierta y afirman que fue una oscura estratagema de Lorca para atraer m¨¢s turismo a Figueras.
El teatro-museo est¨¢ ubicado justo al lado de la iglesia donde bautizaron a Dal¨ª, en lo que fue el antiguo Teatro Principal de Figueras, el primer lugar donde el pintor hizo su primera exposici¨®n con tan s¨®lo quince a?os. Fue destruido durante un bombardeo en la Guerra Civil para volver a nacer en 1974 en forma de monumental artefacto daliniano.
Es la gran obra interactiva de ?vida Dollars, el anagrama con el que maliciosamente Andr¨¦ Breton bautiz¨® a Salvador Dal¨ª, y que el artista, que nunca se molest¨® en ocultar su esp¨ªritu capitalista, acept¨® con orgullo. Una aut¨¦ntica m¨¢quina de hacer dinero. Incluso hay varias obras-tragaperras, donde las masas de turistas podemos dejar nuestro oro a cambio de efectos ¨®pticos y mec¨¢nicos. La colecci¨®n de lienzos es bastante modesta. Dal¨ª, siempre preocupado por el dinero, vendi¨® a manos privadas la mayor parte de su obra, qued¨¢ndose para s¨ª, salvo algunas excepciones, los cuadros de sus ¨¦pocas menos representativas. El gran atractivo del museo son las joyas y la serie de efectismos creados ex profeso para el espacio como la sala Mae West, el ¡°Cadillac lluvioso¡± o la impresionante c¨²pula geod¨¦sica de Emilo Pi?eiro.
El acceso a la tumba de Dal¨ª est¨¢ en una de las salas m¨¢s modestas del museo, muy cerca de los servicios, expuesta sin ning¨²n tipo de ceremonia, casi como si de un lienzo m¨¢s se tratara. Fue aqu¨ª, donde embriagados por el esp¨ªritu paranoico-cr¨ªtico, tuvimos la Gran Revelaci¨®n; ?Y si Dal¨ª no est¨¢ enterrado en aqu¨ª sino en P¨²bol como siempre quiso? ?Y si esta tumba de Figueras no es m¨¢s que un macabro trampantojo, un ¨²ltimo acto cretinizador de masas orquestado con la complicidad de Lorca? Nos imaginamos perfectamente a Dal¨ª disfrutando con la idea de descansar tranquilamente junto su amada en la intimidad de P¨²bol mientras las masas cretinizadas visitan un falso sepulcro y maldicen pensando que no se ha llegado a cumplir la rom¨¢ntica ¨²ltima voluntad del artista. Esta surrealista teor¨ªa explicar¨ªa el extra?o aspecto del cuerpo embalsamado que se enterr¨® en Figueras. Poco ten¨ªa que ver con el demacrado aspecto real de Dal¨ª en sus ¨²ltimos d¨ªas. Muchos de los testigos afirmaron que parec¨ªa un mu?eco de cera ?Y si fuera realmente un mu?eco de cera? Eso podr¨ªa explicar por qu¨¦ los familiares m¨¢s cercanos del artista, como su hermana Ana Mar¨ªa, poco amiga de las excentricidades de su hermano, no asistieron al ?falso? entierro p¨²blico. Nos gusta pensar que todo aquello no fue m¨¢s que un retorcido teatrillo, el ¨²ltimo gran truco del maestro del surrealismo.
No me resultar¨ªa desagradable si un d¨ªa la humanidad decidiera canonizarme y la antorcha de mi cuerpo pasara de generaci¨®n en generaci¨®n como testimonio eterno del progreso. Dal¨ª, que vaga por el mundo hasta extinguir los soles, ?Qu¨¦ delirio tan espl¨¦ndido!
?Y entonces le podr¨ªa tomar el pelo a los hombres de todos los tiempos y de todos los pa¨ªses!
(Salvador Dal¨ª, 1975, ¡°Obra completa v. VII)
Como dice la pitonisa de Girona: ¡°El ADN dir¨¢ la verdad.¡±
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