¡®I aix¨°, qui ho paga?¡¯
Es necesario llamar la atenci¨®n sobre la responsabilidad de quienes han jaleado el 'proc¨¦s' catal¨¢n
Al se?or Puigdemont le gusta mucho votar, si hemos de atender a sus declaraciones. Pero le gusta muy poco que le voten, si hemos de atender a sus actos. De hecho, est¨¢ donde est¨¢ sin que mediara elecci¨®n alguna, a trav¨¦s de lo que los mexicanos llaman el dedazo de su antecesor en el cargo, el se?or Artur Mas. Un cargo que, por cierto, abandonar¨¢, seg¨²n propia promesa, sin haber gozado nunca del menor respaldo popular en las urnas.
Tal vez contaminado por su propio origen, o porque le pareci¨® que no era una mala manera de proceder pol¨ªticamente, tom¨® a su vez la iniciativa de designar como su sucesor en el Ayuntamiento de Girona a Albert Ballesta, quien iba colocado ?en el n¨²mero 19! en la lista de CiU y ni siquiera hab¨ªa obtenido plaza en el Consistorio. Para que pudiera tomar posesi¨®n se requiri¨® la ins¨®lita renuncia de los 18 anteriores.
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Preguntado en cierta ocasi¨®n por todas estas circunstancias, bien poco habituales en democracia, el se?or Puigdemont respondi¨® que en circunstancias excepcionales hay que tomar medidas excepcionales. Probablemente un polit¨®logo guas¨®n y un punto mal¨¦volo dir¨ªa que el se?or Puigdemont ha decidido atribuirse el poder de declarar el estado de excepci¨®n, poder que, seg¨²n autores de oscura memoria, corresponde al soberano.
Pero la perseverancia en este tipo de pr¨¢cticas induce a pensar que no estamos ante meras an¨¦cdotas, sino que la cosa empieza a alcanzar el rango de categor¨ªa. Porque, en efecto, cuando el actual president ha sido invitado a intervenir en espacios institucionales como el Congreso de los Diputados, en el que sus propuestas ser¨ªan debatidas y votadas, ha rechazado la invitaci¨®n. No deja de ser llamativo que quien tanto reitera el volem votar tanto tema ser votado.
Aunque tal vez la cosa podr¨ªa ir m¨¢s all¨¢, y estar revelando una resistencia mayor. Porque ni siquiera en el ¨¢mbito en el que, con toda seguridad, hubiera ganado la votaci¨®n (el hemiciclo del Parlament de Catalu?a), ha querido el president acudir a presentar su ley del refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n, prefiriendo hacerlo en una sala, rodeado de los incondicionales. Lo que induce a pensar que tal vez el temor es a debatir, a contrastar opiniones, y eso al president no se le termina de dar bien (como se pudo comprobar en aquel programa de TV3 con preguntas del p¨²blico que cost¨® la cabeza al director del ente), o se siente inseguro sin la sombra tutelar del vicepresident.
Ya no hace al caso reiterar los argumentos que han planteado numerosos analistas pol¨ªticos y cualificados juristas en relaci¨®n con la escas¨ªsima calidad democr¨¢tica de los comportamientos del oficialismo independentista, especialmente en los ¨²ltimos meses. Es incuestionada la habilidad de dicho sector para generar esl¨®ganes de gran eficacia pol¨ªtico-medi¨¢tica (del inicial dret a decidir al m¨¢s reciente ¡°se trata de democracia¡±, pasando por el ya mencionado volem votar, volem ser un pais normal y tantos otros...). Pero, reconocido el m¨¦rito public¨ªstico, algo habr¨¢ que decir respecto a ese sector de la ciudadan¨ªa catalana que no parece ofrecer gran resistencia cr¨ªtica a los mismos, ni siquiera cuando entran en flagrante contradicci¨®n con pr¨¢cticas tan escasamente democr¨¢ticas como las se?aladas.
Bien est¨¢ preocuparse por la profunda decepci¨®n que sufrir¨¢n todos aquellos que han visto frustradas sus ilusionadas expectativas. Pero mejor est¨¢ a¨²n llamar la atenci¨®n sobre la cuota de responsabilidad tambi¨¦n de quienes han hecho uso de lo que, parafraseando a Ignacio Varela, podr¨ªamos llamar el apoyo impune. Tampoco en esto los catalanes somos muy diferentes al resto de ciudadanos de Espa?a y del mundo. ?O es que nos viene de nuevas el espect¨¢culo de grandes colectivos hechizados por la tentaci¨®n de usar el voto como desahogo, sin reparar en lo que pasar¨¢ despu¨¦s? Ya que tanto les agrada a algunos compararse con los primeros de la clase, ah¨ª tenemos el ejemplo de EE?UU o de Reino Unido, con un importante sector de la poblaci¨®n horrorizada ante la decisi¨®n de sus propios conciudadanos y saliendo a la calle, en el preciso instante en que se conocieron los resultados, a protestar por los mismos. No pretendo decir, enti¨¦ndaseme bien, que lo peor de la presente situaci¨®n sean unos ciudadanos tan predispuestos a lo que Timothy Snyder (Sobre la tiran¨ªa) ha denominado la obediencia por anticipado. Lo peor, sin duda, son los pol¨ªticos que la jalean sistem¨¢ticamente, como si fuera una virtud.
Manuel Cruz es fil¨®sofo y portavoz del PSOE en la Comisi¨®n de Educaci¨®n del Congreso de los Diputados.
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